Por Froilán Barrios
Este silogismo tropical muy
cercano al realismo mágico garcíamarquiano es característico de controversiales
gobernantes atraídos por la cultura de la muerte, a tal extremo que sobrepasan
la naturaleza humana, tal vez aplicado en el extinto presidente prócer de
Sabaneta, de quien se dice murió dos veces –a finales de diciembre de 2012 y
luego en marzo de 2013–, tal como en las redes sociales opinara en humor
criollo la enfermera del Hospital Militar: “Si me pagaran de nuevo confirmo su
existencia”.
Lo cierto del caso es que no
siempre da buenos resultados a aquel mandatario que recurre al manido argumento
del complot o del magnicidio, para despertar la compasión o la solidaridad
perdida, por los desmanes y tropelías cometidas desde la soberbia del poder,
llámese Mugabe, Idi Amin, Mao Tse-tung y Sadam Hussein, entre tantos de esa
galería del terror despreciados por la historia y por los pueblos que una vez
creyeron sus falsas promesas.
Al establecer el secretismo
y la calumnia como política de Estado, así tenga veracidad un intento de
magnicidio, cuando sucede no lo cree nadie, por la cadena de montajes y shows
anteriores, donde pretendiera darse un respiro ante la incapacidad gobernante
de resolver problemas básicos de la población y de la vida digna.
Los mentores de Nicolás
Maduro de la isla de la felicidad le han suministrado un copioso expediente de
entrenamiento, en el caso de Fidel Castro, el extinto promotor de la Revolución
cubana registra en el Libro de Récords Guinness el mayor número
de atentados en su contra, todos con autoría de la Agencia Central de Inteligencia (CIA)
de Estados Unidos. Según datos recopilados por el
portal Yahoo!,
desde su llegada al poder en 1959 y hasta su dimisión en 2006 se contabilizaron
638 intentos fallidos de asesinato en todas las formas desde veneno inyectado
en uno de sus puros,
carga explosiva en una pelota de beisbol y
en uno de sus zapatos, y tantos otros atentados que terminaron sirviendo solo
como guion de películas de James Bond.
Si nos referimos a su
antecesor Hugo Chávez, este recreó en sus peroratas dominicales decenas
de atentados que había sufrido, entre ellos uno de un lanzamisiles que
encontraron en el aeropuerto de Maiquetía, en unas circunstancias que indican
la mano poco creativa del G-2 cubano. Ninguna de estas hazañas trazadas
por el culto a la personalidad, han impedido que sus estatuas hoy muerdan
el polvo del desprecio popular en varios pueblos de Venezuela.
Como buen alumno el actual
mandatario nacional, según el diario El País de España (06/07/2018)
ya lleva contabilizado 16 atentados, y miles de horas desperdiciadas en cadenas
presidenciales presentándose como la víctima del imperio y de los
actuales prósperos vecinos de la CAN, entre tanto Venezuela se muere de
mengua, ante la incapacidad de un gobernante que no despierta emoción alguna en
la población, demostrado en la menguada cuadra y media de empleados públicos
que asistieron a la marcha de solidaridad con Maduro el lunes pasado. Situación
que refleja la desesperación de un pueblo harto de anuncios, gabinetes maquillados
y de sufrir la extrema pobreza que exige capacidad de respuesta.
Si pretendió darse un cuarto
de hora más de respiro político con el acto bufo del sábado, lo que ha
producido es la hilaridad universal, ante las imágenes poco cónsonas con la
disciplina militar, de una tropa despavorida en estampida no precisamente en
defensa de su presidente, sino del sálvese quien pueda ante la catástrofe
nacional que hunde a la nación venezolana.
08-08-18
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