Américo Martín 24 de marzo de 2019
El
peor enemigo de la razón es el miedo, escribió el varias veces laureado Al
Gore. Nobel de la Paz, Premio Príncipe de Asturias. Investigador incansable e
insaciable fue y es reconocido en EEUU –aunque con criterios compartidos y
excluyentes– cuyos electores lo hicieron vicepresidente y por un discutido
tris, casi presidente de la democracia más poderosa del mundo.
Vivimos
y no vivimos en la Era de la Razón. Más específico y menos comprometedor es
decir que nuestra era es la del Conocimiento, que no es exactamente lo mismo.
Aferrarse a la razón es seguir una vía cierta y difícil de rebatir, pero como
los mecanismos del poder y el manejo de las influencias que permiten alcanzarlo
pueden ser discutiblemente racionales, no queda sino admitir que la mentira
tiene su lugar en el mundo aun cuando deba ser enfrentada por tratar de
trastornar el universo de la verdad y la razón.
La
real-politik nos dice que en el mundo del poder es difícil desasirse totalmente
de la mentira. Pero hay que defender los fueros de la razón, batirse por ella,
sabiendo que los mentirosos nos esperan como un bandido escondido detrás de un
árbol
Lo
propio del totalitarismo es el dominio sobre todos los espacios donde se
desenvuelve la vida humana, y no solo los políticos. Pretende someter la intimidad, el inconsciente, donde podría
esconderse la crítica. A esa intimidad se llega mejor por vías irracionales, no
por medio de la Razón.
Por
eso, según la narradora venezolana Carmen Luisa Plaza, Fidel aprovechó la
cultura afrocubana, Changó, yorubas, oriches para imponerse hasta en la
recóndita intimidad de sus compatriotas.
Es la diferencia entre el totalitarismo y la dictadura tradicional.
Aquel se propone controlar, además de lo
objetivo, lo subjetivo, lo personalísimo. A esta le basta con echarle mano a
“lo que se ve”
Los
que no quisieron, huyeron despavoridos. Yo los hubiese acompañado, completa
Carmen Luisa
El
socialismo marxista es una quimera, una fábula, una utopía racionalista
inventada en el siglo XIX que, como tal utopía, nunca existió; nunca existirá.
Quienes se pasean vestidos con ese nombre, son totalitarios fuertemente
estatistas y controladores, que reprimen hasta en los tabernáculos mentales de
sus pueblos.
Tan
utópico es el comunismo de Marx, Bakunin y delirantes menores, como lo es Utopía
de Moro y La Ciudad del Sol de Tomasso
Campanella. La diferencia es que éstos no eran sanguinarios, ni esclavizaban la
voluntad de sus seguidores. Ambas corrientes flotaban en nebulosas
igualitarias: dulces sueños, Moro, Campanella, Owen, Fourier; agobiantes
pesadillas, Marx, Lenin, Stalin, Mao y sus muchos herederos.
Imponer
un pensamiento único es la solución extrema del socialismo marxista. Es lo que
le proporcionó un barniz de perpetuidad fallida a las revoluciones leninistas
desde 1917. Atraídos por su permanencia en el tiempo, llovieron hacia ellas
Ortega, Chávez y Maduro, pero sin vocación de mañana. Van de paso y ya ni
aovan.
No
obstante, en el brillante trabajo de investigación sobre DDHH en Venezuela
ordenado por Michelle Bachelet, la gestión madurista queda literalmente
demolida, deshecha hasta la médula en su
bárbara realidad
La
Comisión Bachelet recibió la denuncia de más de veinte normativas perfectamente
documentadas para imponer el pensamiento único chavo-madurista. Bachelet
señaló, alarmada, que más de un millón
de niños venezolanos está fuera del sistema y la gran mayoría no tiene con qué
comer porque fracasó el programa de alimentación escolar. Luchadora contra el
totalitarismo, al hablar sobre Venezuela debió tener a su lado la sombra de su
padre, asesinado por la atroz dictadura de Pinochet.
Américo
Martín
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