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lunes, 25 de marzo de 2019

El peor enemigo, por @AmericoMartin




Américo Martín 24 de marzo de 2019

El peor enemigo de la razón es el miedo, escribió el varias veces laureado Al Gore. Nobel de la Paz, Premio Príncipe de Asturias. Investigador incansable e insaciable fue y es reconocido en EEUU –aunque con criterios compartidos y excluyentes– cuyos electores lo hicieron vicepresidente y por un discutido tris, casi presidente de la democracia más poderosa del mundo.

Vivimos y no vivimos en la Era de la Razón. Más específico y menos comprometedor es decir que nuestra era es la del Conocimiento, que no es exactamente lo mismo. Aferrarse a la razón es seguir una vía cierta y difícil de rebatir, pero como los mecanismos del poder y el manejo de las influencias que permiten alcanzarlo pueden ser discutiblemente racionales, no queda sino admitir que la mentira tiene su lugar en el mundo aun cuando deba ser enfrentada por tratar de trastornar el universo de la verdad y la razón.

La real-politik nos dice que en el mundo del poder es difícil desasirse totalmente de la mentira. Pero hay que defender los fueros de la razón, batirse por ella, sabiendo que los mentirosos nos esperan como un bandido escondido detrás de un árbol

Lo propio del totalitarismo es el dominio sobre todos los espacios donde se desenvuelve la vida humana, y no solo los políticos. Pretende someter  la intimidad, el inconsciente, donde podría esconderse la crítica. A esa intimidad se llega mejor por vías irracionales, no por medio de la Razón.

Por eso, según la narradora venezolana Carmen Luisa Plaza, Fidel aprovechó la cultura afrocubana, Changó, yorubas, oriches para imponerse hasta en la recóndita intimidad de sus compatriotas.  Es la diferencia entre el totalitarismo y la dictadura tradicional. Aquel se propone controlar, además de  lo objetivo, lo subjetivo, lo personalísimo. A esta le basta con echarle mano a “lo que se ve”

Los que no quisieron, huyeron despavoridos. Yo los hubiese acompañado, completa Carmen Luisa

El socialismo marxista es una quimera, una fábula, una utopía racionalista inventada en el siglo XIX que, como tal utopía, nunca existió; nunca existirá. Quienes se pasean vestidos con ese nombre, son totalitarios fuertemente estatistas y controladores, que reprimen hasta en los tabernáculos mentales de sus pueblos.

Tan utópico es el comunismo de Marx, Bakunin y delirantes menores, como lo es Utopía de Moro y  La Ciudad del Sol de Tomasso Campanella. La diferencia es que éstos no eran sanguinarios, ni esclavizaban la voluntad de sus seguidores. Ambas corrientes flotaban en nebulosas igualitarias: dulces sueños, Moro, Campanella, Owen, Fourier; agobiantes pesadillas, Marx, Lenin, Stalin, Mao y sus muchos herederos.

Imponer un pensamiento único es la solución extrema del socialismo marxista. Es lo que le proporcionó un barniz de perpetuidad fallida a las revoluciones leninistas desde 1917. Atraídos por su permanencia en el tiempo, llovieron hacia ellas Ortega, Chávez y Maduro, pero sin vocación de mañana. Van de paso y ya ni aovan.

No obstante, en el brillante trabajo de investigación sobre DDHH en Venezuela ordenado por Michelle Bachelet, la gestión madurista queda literalmente demolida, deshecha hasta la médula en su  bárbara realidad

La Comisión Bachelet recibió la denuncia de más de veinte normativas perfectamente documentadas para imponer el pensamiento único chavo-madurista. Bachelet señaló,  alarmada, que más de un millón de niños venezolanos está fuera del sistema y la gran mayoría no tiene con qué comer porque fracasó el programa de alimentación escolar. Luchadora contra el totalitarismo, al hablar sobre Venezuela debió tener a su lado la sombra de su padre, asesinado por la atroz dictadura de Pinochet.

Américo Martín


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