Ismael Pérez Vigil 16 de marzo de 2019
Un
apagón, por grande y largo que sea, no va a acabar con nosotros. Porque el
venezolano es un sobreviviente nato, que sobrevive a este régimen de oprobio
desde 1999.
Lo que
vivimos desde el pasado jueves 7 de marzo es el resultado de la desidia, la corrupción
y la incompetencia; simplemente ocurrió lo que muchos venían advirtiendo desde
hace tiempo: falta de inversiones, falta de mantenimiento, pérdida de recursos
humanos y un largo etcétera. En efecto se trata de una “guerra eléctrica”, que
no ha concluido aun y de la cual veremos más episodios en el futuro, pues según
los informes que han circulado –que por cierto ninguno proviene del Gobierno–
los daños han sido grandes y las secuelas en subestaciones y otros componentes
del sistema, que estamos viendo al restablecer el servicio, así lo permiten
prever.
Pero
el apagón, esa “guerra”, que es desatada por la dictadura por las razones que
ya he señalado, algunos dicen que fue provocada, pero no por el imperio, sino
por la propia dictadura. Yo no voy a especular al respecto, ya dije que
considero que el apagón es el resultado de lo mencionado, pero de lo que si no
me cabe duda es que el restablecimiento del servicio probablemente ha estado
sesgado, por la incompetencia, pero además por las preferencias políticas del
régimen.
Esta
“guerra” no es sino una consecuencia de otras que ya hemos sufrido. La primera,
fue la “guerra de destrucción” o socialismo del siglo XXI, que desde 1999 el
régimen chavista/madurista ha desatado destruyendo y desmantelando al país. Las
primeras víctimas de esta “guerra de destrucción” del régimen fueron las
instituciones democráticas del país, empezando por la Constitución de 1961,
sustituida por ese galimatías de la Constitución de 1999; el régimen acabó
también con el sistema de justicia, que había llegado a tener jueces elegidos
por concurso y que hoy está encabezado por un TSJ ilegítimamente designado, con
magistrados que no reúnen los requisitos constitucionales; la destrucción
sistemática del país ha puesto al CNE y los demás poderes ciudadanos, al
servicio de una parcialidad política. Diezmaron a los partidos políticos,
quitándoles todo financiamiento del estado, declarándolos ilegales,
inhabilitando, persiguiendo y apresando a sus líderes y dirigentes.
En esa
“guerra” destruyeron la principal industria nacional, la petrolera, que de
producir 3.5 millones de barriles en 1998 ha pasado a producir escasamente 900
mil barriles en 2019; además de que acabaron con su capital social y recursos
humanos calificados, que fueron despedidos o se vieron obligados a abandonar la
industria y el país. Destruyeron, además, la industria manufacturera nacional,
que ha perdido desde 1998 más del 60% de sus establecimientos industriales y
los que quedan apenas producen al 20% de su capacidad. Han destruido la
agricultura y la ganadería del país, que de ser exportadores de carne y algunos
alimentos, hemos pasado a ser importadores netos. Han acabado con la
infraestructura del país, autopistas, carreteras y calles –ya insuficientes–,
están mal mantenidas y llenas de peligrosos huecos; puertos y aeropuertos que
se caen a pedazos; hasta el Metro de Caracas, que en su momento fue modelo de
industria de transporte, tiene fallas continuas, estaciones mal mantenidas,
sucias y sin luz. Ni que hablar del resto del transporte público, destruido,
sin unidades, ni repuestos, ni cauchos, ni baterías.
Han
destruido, como ya hemos visto y estamos sufriendo, el sistema eléctrico del
país, que fuera uno de los más avanzados de América Latina (AL), al estatizar
la generación y distribución de la energía eléctrica. Han destruido también un
sistema de salud que fue modelo en AL y que hoy está en el suelo, con
hospitales sin camas suficientes, sin quirófanos esterilizados o que funcionen,
sin servicios de emergencia, sin insumos médicos y quirúrgicos, ni medicinas; y
lo más grave, sin médicos, que han emigrado por miles buscando condiciones de
vida y trabajo que el país no les brinda; ni siquiera los Barrio Adentro –que
ellos promovieron a partir de 2004– funcionan en su mayoría.
Han
destruido el sistema educativo del país, universidades sometidas a la miseria,
sin presupuesto, sin poder siquiera renovar sus autoridades; escuelas y liceos
derruidos, sin pupitres, ni comedores, con paredes cayéndose y sin pintura; y
lo que es más grave, sin maestros ni profesores, con materias básicas, como
matemáticas, física, química, biología, que tienen años que no se imparten en
algunos liceos porque no hay profesores que las puedan dictar. Y así pudiéramos
seguir llenando páginas y páginas.
A esa
“guerra de destrucción” le siguió, desde 2013, la “guerra económica” desatada
por el madurismo, cuyos resultados más notables son: una caída del 53% del PIB,
una contracción económica que para 2019 se prevé estará entre el 15 y el 30%;
industrias básicas de acero y aluminio trabajando por debajo del 7% de su
capacidad; una hiperinflación interanual superior a 2.3 millones %; nueva
modificación del cono monetario, con deficiente, casi nula, distribución de los
nuevos billetes; con grave escasez de insumos, medicinas y alimentos que ha
obligado a que muchos venezolanos tengan que buscar la comida escarbando en la
basura.
Ahora,
estamos sumidos en una “guerra eléctrica” que como hemos dicho fue desatada por
la negligencia e incompetencia de la dictadura, a pesar de que se venían
haciendo serias y fundamentadas advertencias desde hace varios años. De esta
guerra aun no nos reponemos y todo indica que el sistema eléctrico del país
quedará seriamente afectado, lo que hace prever racionamientos severos y nuevos
apagones, esperamos que parciales y no tan largos, en el futuro.
Esta
no será la última guerra que enfrentemos, a menos que ocurra un cambio
importante en el país, que permita enfrentar estos problemas con otra óptica; y
de allí la importancia de trabajar activamente para cambiar las condiciones
políticas y económicas actuales del país, pues nos tocará enfrentar aun, al
menos otras dos situaciones importantes, con el agua y la gasolina, para lo
cual debemos estar preparados.
En
efecto, se estima que está en puertas la “guerra del agua”, pues ya millones de
venezolanos están viviendo con racionamiento formal de agua desde 2014; en
concreto, más de 9.7 millones de venezolanos vivieron con racionamiento de agua
entre 2016 y 2017. Los especialistas –por ejemplo, José María de Viana–
advierten la precaria condición del sistema nacional de agua, que además
consume más del 10% de la energía eléctrica del país, para bombear agua a las
principales ciudades que solo distribuye ya, en promedio, 48 horas de agua a la
semana. Esta escasez de agua potable ha hecho que en estos días del apagón los
venezolanos hayamos tenido que recurrir a comprar el agua a precios viles, a
buscarla en manantiales, quebradas y en algunos casos en las negras aguas que
abastecen el Guaire. No es difícil suponer que algo así será el escenario que
nos depara el futuro con la “guerra del agua”
Es de
esperar también una “guerra de la gasolina”, que no es solamente escasez de
gasolina, en la medida que siga cayendo la producción petrolera del país y se
paralice la venta al país de disolventes, diluyentes, aditivos e insumos
indispensables para producir gasolina y otros productos.
No
obstante, los venezolanos, así como sobrevivimos a la falta de luz,
sobreviviremos a las guerras que vengan, como hemos sobrevivido a todas las
anteriores, las que hemos padecido durante 20 años de “construcción” socialista
que solo ha traído atraso y destrucción del país, del estado y sus
instituciones, porque hay un deseo, determinación y voluntad cívica y ciudadana
indetenible de vivir nuevamente en bienestar, progreso, paz y democracia. Nunca
rendidos, ¡sobreviviremos!
Ismael
Pérez Vigil
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