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domingo, 31 de marzo de 2019

Extremismo, el vacío del caos por @garciasim



Por Simón García


El extremismo es la pólvora de la polarización. Para los extremistas solo ellos existen. Los únicos puros, según raseros ideológicos y moralistas. Refractarios al pluralismo. Poseídos por un sistema de dogmas indiscutibles, blanden su verdad como un sable. Incapaces de compartir espacios, su delirio es el control. Y someter al contrario a la disyuntiva de subordinación o exterminio.

Estas características valen para todo extremismo, provenga de la oposición o del gobierno, aunque este último es el más nocivo, porque tiene al Estado y mantiene la capacidad de ejecutar la violencia contra la población. A ambos los horrorizan los territorios intermedios.

En nuestros extremistas impera el mantra “dictadura no sale con votos”, soldado al convencimiento sobre la impotencia de las fuerzas internas para lograr el cambio y a la inevitabilidad de una invasión de ejércitos extranjeros, pese a la cesión de autonomía que implica. Inmediatistas por autoritarios, esclavizados al todo o nada ya, sucumben a los atajos y al pensamiento rápido.

La política extremista convirtió el 20 de mayo en el viernes negro de la vía electoral. Antes propició el error fatal del 2005 que entregó toda la Asamblea al gobierno. Increíblemente lo reprodujo en una elección presidencial, con un 80% del país enardecido por la incapacidad y corrupción del gobierno. Desechó una victoria que, si hubiera sido desconocida, tendría hoy a un presidente respaldado por los votos y a un usurpador sin pretextos leguleyos.

La política extremista rechaza el diálogo y la negociación porque pretende sustituir la hegemonía totalitaria del régimen, por otra no compartida. Criminaliza a todos los componentes de la coalición dominante, incluso a los sectores populares que la sostienen, porque la refuerza impedir cualquier posible entendimiento entre las partes en conflicto. Pero, una vez que se dinamita el acuerdo, ¿qué nos queda?

La política extremista es el abandono de la lucha pacífica y la deriva a la violencia. Es una ingenuidad que los que no tienen las armas, pidan resolver la crisis a balazos. Sólo las dictaduras les huyen a las elecciones, porque es el ámbito donde condensa sus debilidades.

El liderazgo de Juan Guaidó es radical, no extremista. Planta una confrontación, en la doble acepción de la palabra, pero abre opciones entre las dos aceradas hojas de los extremistas del gobierno y de la oposición.

Los avances debidos a Guaidó y a la Asamblea Nacional crearon fortalezas que permiten aislar al usurpador, convencer al país de que sólo un entendimiento de amplio espectro hará posible ponerles fin a los sacrificios de la población y comenzar pronto la recuperación de condiciones dignas de vida, la democracia, el mercado y bienestar inclusivo y sustentable.


Estamos en un buen momento para evitar que se desvanezca el impacto emocional de Guaidó. Sin ignorar que el cálculo sobre el 23 de febrero fracasó y mostró los límites del fechismo y del sí o sí. El razonamiento lleva a la urgencia de flexibilizar la ruta y llenar algunos vacíos estratégicos que le añadan eficacia.

Su riesgo actual consiste en separarse del país moderado y pisar el peine de la ilusoria aventura de que la democracia sólo puede renacer de profundizar el conflicto, generalizar el caos y esperar por la implosión o la invasión.

31-03-19




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