Laureano Márquez 12 de mayo de 2019
La
expresión “saltar la talanquera” es un venezolanismo (la talanquera es una
valla o cerca) que significa cambiar de opinión o bando. Tiene lógica que sea
una expresión muy nuestra, porque si hay una institución venezolana por excelencia
es la del “salto de talanquera”, con raigambre y tradición histórica. Desde los
albores de nuestra vida como nación, allí estuvo el salto de talanquera
presente: los que no querían la separación de España en el primer congreso,
fueron los primeros en saltarla y a partir de allí, como se dice en latín
popular: “tuttiri mundachi”.
Durante
la Guerra de Independencia, los partidarios de Boves, que eran las grandes
mayorías populares, la saltaron. De hecho, aquello de: “americanos contad con
la vida aun siendo culpables” (tan vuelto a poner de moda en estos tiempos), no
fue otra cosa que una invitación al salto de talanquera. Cuentan que Negro
Primero en Carabobo, los días previos a la batalla, a punto de conocer al
Libertador, le pidió a Páez que por favor no le contara que él había estado al
servicio de la causa del rey Fernando VII y menos que lo había hecho por la
única razón de que le habían ofrecido un uniforme bonito. Cuando Páez, llanero
por todo el cañón, le presenta a Pedro Camejo a Bolívar le dice más o menos:
¡A
Bolíva!… ¿a qué no sabes quien estaba con los realistas? (mientras torcía la
boca señalando con picardía)…Esteban de Jesús!!!!
El
Negro tenía mucho miedo de que Bolívar se molestase, pero Páez, buen conocedor
de nuestra idiosincrasia sabía que no lo haría y que tomaría la “delación” con
buen humor, porque en esta tierra nuestra, el que esté libre de pecado que
lance la primera piedra. Se saltó la talanquera en La Cosiata, también en la
Revolución de las Reformas contra Vargas, cuando el mismo Páez cabalgaba a
Caracas sin decir muy claramente de qué lado estaba. Todo el siglo XIX fue de
salto de talanqueras, una guerra tras otra, la federal incluida. El siglo XX
comienza con Gómez saltándola para salir de Castro, López para salir de Gómez,
los militares para librarse de los adecos y una larga lista de etcéteras. Quizá
en nuestro escudo, más que el caballo de la libertad, deberíamos representar a
la talanquera salvadora que -en algunos casos- ha podido ahorrarnos tantos
males en el último momento, cuando ya nadie se lo esperaba.
El
arte de saltar la talanquera entraña un cálculo milimétrico de la supervivencia
política e incluso, muchas veces, de la física. No debe ser confundido con el
rebote, que es su degradación, muy propio de personajes que no saltan sino
brincan de un bando a otro sin la necesaria premeditación. Esos siempre serán
despreciados por todos y nunca generarán confianza. Para que se entienda bien,
saltar de talanquera es como cambiarse de un autobús que va rumbo al abismo a
otro que viene en ascenso en plena marcha y a gran velocidad. Es algo que se
hace una sola vez, que requiere de mucha precisión y de algunas certezas: la
primera la seguridad de que la caída es inminente, porque si saltas demasiado
pronto el chofer del autobús que abandonas (que está armado siempre) puede
aniquilarte. Si saltas demasiado tarde puede que pierdas el autobús que viene
(que es el último) y el impulso del que cae te arrastre al fondo del barranco
de la historia. Además, tu salto debe ser útil para el que asciende, para poder
conseguir puesto y no ser de los que van siempre de pie, agarrados del tubito.
La física tiene un concepto extrapolable al del salto de talanquera, es el
llamado “momentum” (“una magnitud física fundamental de tipo vectorial que
describe el movimiento de un cuerpo”) . El salto de talanquera es al final, más
que un tema de ideología, convicción o conciencia, un simple cálculo
matemático-vectorial de la propia supervivencia. Hay gente que se amarró
demasiado fuerte al autobús que se desbarranca, esos nunca podrán saltar. Hay
otros (los más), sin embargo, que fingen estar atados, están sacando sus
cuentas y tratando de vencer sus vértigos. A ellos les digo: ¡señores es el “momentum”!
Laureano
Márquez
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