Francisco Fernández-Carvajal 02 de mayo de 2019
— La
llamada de estos Apóstoles.
—
Jesús estuvo siempre cerca de sus discípulos, y está ahora junto a nosotros.
—
Difundir el mismo mensaje que predicaron los Apóstoles. Contar siempre con los
medios sobrenaturales en todo apostolado.
I. Entre
aquellos galileos que tuvieron la inmensa dicha de ser elegidos por Jesús para
formar parte de sus más íntimos se encuentran Felipe, hijo de Alfeo, y Santiago
el Menor.
Santiago
nació en Caná de Galilea, cerca de Nazareth, y era pariente del Señor. No nos
narra el Evangelio el momento en que Jesús le llamó. La Sagrada Escritura pone
de relieve que Santiago ocupaba un puesto preeminente en la Iglesia de
Jerusalén1.
Santiago
tuvo el privilegio de que el Señor se le apareciera a él personalmente, como
leemos en la Primera lectura de la Misa2.
Felipe
era natural de Betsaida, la patria de Pedro y de Andrés3; se trataba de una pequeña ciudad próxima al lago de
Genesaret. Muy probablemente Felipe era ya amigo de estos dos hermanos. Un día,
en la ribera del Jordán, Felipe encontró a Jesús que, en compañía de sus
primeros discípulos, se encaminaba hacia Galilea. El Maestro le dijo: Sígueme4. Era el término que Jesús utilizaba para llamar a sus
discípulos, de modo parecido al que los rabinos empleaban con sus seguidores.
Felipe le siguió enseguida. Y pronto dio a conocer a Cristo, que acaba de
convertirse en el centro de su vida, a sus amigos. Encontró Felipe a
Natanael y le dijo: Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la
Ley y los Profetas: Jesús de Nazareth, el hijo de José5. Y ante las dudas que manifiesta Natanael, Felipe le da el
mayor argumento: Ven y verás. Y fue hasta Cristo y se quedó con Él
para siempre.
Jesús
nunca defrauda. El apostolado consistirá siempre en poner delante del Señor a
nuestros parientes, amigos y conocidos, despejar el camino, quitar los
obstáculos para que vean a Jesús, que nos llamó a nosotros y que sabe penetrar
en el alma de quienes se le acercan, como ocurrió con Natanael, quien llegaría
a ser también uno de los Doce, a pesar de la aparente incredulidad
primera y de la falta de disposiciones para aceptar el mensaje de su
amigo: ¿Acaso de Nazareth puede salir algo bueno?, había contestado
ante la invitación de Felipe. Cuántas veces hemos dicho también nosotros a los
que hemos querido acercar a Dios: ¡Ven y verás! Y ninguno que se acercó a Jesús
quedó defraudado.
Hoy,
Felipe y Santiago son nuestros intercesores ante Jesús. Les encomendamos
especialmente el apostolado que estamos llevando a cabo con nuestros amigos y
parientes.
II. En
el Evangelio de la Misa6 leemos cómo Jesús enseña a sus discípulos, durante la
Última Cena, que en el Cielo tienen un lugar preparado para ellos, para que
estén por toda la eternidad con Él y que ya conocen el camino... La
conversación se prolonga con preguntas de los discípulos y respuestas del
Maestro. Es entonces cuando interviene Felipe, con una petición que a todos
podría parecer insólita: Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta.
Y Jesús, con un reproche cariñoso, le contesta: Felipe, ¿tanto tiempo
como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a Mí ha visto
al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre?¡Cuántas veces, quizá,
tendría que hacernos Jesús el mismo reproche que a Felipe! ¡Tantas veces como
he estado junto a ti y no te has dado cuenta! Y nos podría enumerar el Señor
una ocasión y otra, circunstancias difíciles en las que quizá nos encontramos
solos y no estuvimos serenos porque nos faltó el sentido de nuestra filiación
divina, la cercanía de Dios. ¡Cuánto bien nos hace hoy la respuesta de Jesús a
este Apóstol!, porque en él estamos representados también nosotros.
Jesús
revela al Padre; la Humanidad Santísima de Cristo es el camino para conocer y
tratar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo. Es la contemplación
de Jesús el camino ordinario para llegar a la Trinidad Beatísima. En Cristo
tenemos la suprema revelación de Dios a los hombres. «Él, con su presencia y
manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su
Muerte y gloriosa Resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a
plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino, a saber, que
Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte,
y para hacernos resucitar a una vida eterna»7. Él llena por completo nuestra vida. «Él es suficiente para ti
–afirma San Agustín–; fuera de Él, ninguna cosa lo es. Bien lo sabía Felipe
cuando le decía: Señor, muéstranos al Padre y nos basta»8. ¿Vivimos nosotros con esta convicción?
III.
Leemos en la Primera lectura de la Misa de estos dos Apóstoles
las palabras de San Pablo a los primeros cristianos de Corinto: Porque
lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y
que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas...9. Pablo recibió de los Apóstoles un mensaje divino que a su vez
él transmite. Fue herencia también de Felipe y de Santiago, que dieron su vida
en testimonio de esta verdad. Ellos, como el Apóstol de las gentes, saben bien
cuál debe ser el núcleo de su predicación: Jesucristo, Camino hacia el Padre.
Es la Buena Nueva que se transmite de generación en generación: el día
al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra10, leemos en el Salmo responsorial. Nosotros no
tenemos cosas nuevas que dar a conocer. Es la misma Buena Nueva: que Cristo
murió por nuestros pecados..., que resucitó...; que vive a nuestro lado..., que
nos ama como nunca nadie será capaz de hacerlo..., que nos ha destinado a una
eternidad felicísima junto a Él..., a quien veremos cara a cara.
Este
es nuestro apostolado: proclamar a todos los vientos y de todas las formas
posibles la misma doctrina que predicaban los Apóstoles: que Cristo vive y que
solo Él puede calmar las ansias de la inteligencia y del corazón humano, que
solo junto a Cristo se puede ser feliz, que Él revela al Padre... Los
Apóstoles, como nosotros, encontraron dificultades y obstáculos en la extensión
del reino de Cristo; y si hubieran esperado ocasiones oportunas, no nos habría
llegado probablemente ese mensaje que da sentido a nuestra existencia. Es
posible que ante la falta de medios y ante la resistencia de la gentes, los
Apóstoles, y especialmente Felipe, recordaran aquel día en que se encontraron
con el gran compromiso de dar de comer a una multitud, sin tener alimentos ni
modo de adquirirlos11. Jesús vio a aquella gran muchedumbre que venía hacia Él y
dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman estos? Y
Felipe hizo cálculos y contestó al Maestro: Doscientos denarios de pan
no bastan para que cada uno coma un poco. Ha hecho las cuentas, y los
medios que poseen están muy lejos de cubrir las necesidades.
Jesús
se siente conmovido y se llena de misericordia una vez más ante aquella
multitud tan necesitada de comprensión y de alivio. Pero, además, quiere que
sus discípulos no olviden que Él siempre estará a su lado. Yo estaré
con vosotros siempre12, les dirá al final de su vida aquí en la tierra. Felipe,
¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido?Dios es
el sumando indispensable con el que hemos de contar para que salgan las
cuentas. En nuestro apostolado personal con amigos, parientes, conocidos,
clientes..., hemos de contar con los doscientos denarios, los medios humanos,
siempre insuficientes, y no debemos olvidar que Jesús está siempre presente con
su poder y su misericordia. Ahora también está a nuestro lado. Cuanto mayores
sean la necesidad en el apostolado y las dificultades personales, mayor ayuda
nos prestará Jesús. No dejemos de acudir a Él.
La
Virgen, nuestra Madre, por su poderosa intercesión ante Dios, nos facilita
siempre el camino.
1 Gal 1, 18-19; Hech 12,
17; Hech 21, 15-18; Gal 2, 9. —
2 2 Cor 15, 7. —
3 Jn 1, 44. —
4 Jn 1, 43. —
5 Jn 1, 45. —
6 Jn 14, 6-14. —
8 San
Agustín, Sermón 334, 4. —
9 1
Cor 15, 3-5. —
10 Salmo
responsorial. Sal 18, 3. —
11 Cfr. Jn 6, 4 ss. —
12 Cfr. Mt 28, 20.
*Felipe
era de Betsaida, como Pedro y Andrés. Fue primero discípulo del Bautista, y
siguió después a Jesús, que le llamó para formar parte del grupo de los Doce.
Fue este Apóstol el que anunció a Natanael que había encontrado al Mesías, Por
San Juan sabemos que estuvo presente en las bodas de Caná donde Jesús realizó
su primer milagro. Del relato de la multiplicación de los panes se puede
desprender que Felipe era quien se encargaba de los víveres: es él quien con
prontitud calcula el dinero necesario -unos 200 denarios- para paliar el hambre
de la gente allí reunida. Interviene, junto a Andrés, en el episodio de los
peregrinos griegos, gentiles piadosos, que deseaban ver a Jesús. Es también
Felipe quien pide al Señor, en el Cenáculo, que le muestre al Padre. Es
considerado por la tradición como evangelizador de Frigia (Asia Menor), donde
sufrió martirio, siendo crucificado.
*Santiago,
pariente del Señor, es llamado el Menor, para distinguirlo del hermano de
Juan. Fue el primer Obispo de Jerusalén y desarrolló una intensa actividad
evangelizadora entre los judíos de esta ciudad. La tradición lo presenta como
un hombre austero, exigente consigo mismo y lleno de bondad con los demás. Fue
columna de la Iglesia primitiva, junto a Pedro y a Juan. Murió mártir en
Jerusalén hacia el año 62. Es autor de una de las Epístolas Católicas.
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