Laureano Márquez 12 de junio de 2019
El
episodio es conocido: estalla en Venezuela la llamada “Revolución de las
reformas” (junio,1835) –una de las tantas revoluciones fracasadas de nuestra
historia, empeorando la presente– en contra del presidente José María Vargas.
Pedro Carujo, uno de los militares que había participado en la Guerra de
Independencia (también en un atentado contra Bolívar en Bogotá), es el
encargado de detener al presidente en su residencia, allí se produce un diálogo
que ha pasado a la posteridad:
“Doctor
Vargas, el mundo es de los valientes”- Gritó Carujo a las puertas de la casa
del presidente (valiente para él significa estar armado, tener la razón que da
la fuerza por encima de la ley, el miedo, el poder corrupto y el crimen. El
“valor” que nos gobierna en estos tiempos, pues).
Vargas
desde adentro responde:
“No,
el mundo es del hombre justo. Es el hombre de bien, y no del valiente, el que
siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia”
Vargas
es depuesto, se va al exilio hasta que Páez le restituye en el poder (¡siempre
el exilio como castigo, siempre los militares como árbitros de nuestro
destino!). Se había juramentado en febrero de 1835. Apenas comenzaba nuestro
camino como nación independiente cuando el poder le fue entregado a un civil,
¡y qué civil! Vargas era una de las figuras más respetadas del país.
Médico
eminente, ciudadano ejemplar, rector magnífico de la Universidad de Caracas,
hoy UCV. Bajo su gestión la Universidad fue saneada administrativamente,
remodelada, se crearon nuevas cátedras. Con su gestión como rector demostró que
además de su vasta cultura científica y humanística, era un hombre de
extraordinaria capacidad administrativa. Tanto prestigio hizo que se le
propusiera –contra su voluntad– como candidato presidencial. Su campaña se
centraba en pedir que no votaran por él, pero ganó.
Venezuela
siempre ha tenido gente como Vargas, gente decente y buena. Lamentablemente, el
destino del país ha estado mayormente en manos de los Carujos que de los
Vargas. Aquellos son expertos en pescar en el río revuelto de nuestra debilidad
institucional, pero es con los otros que el país ha vivido sus mejores momentos
de progreso y paz
Carujo
representa la idea de que las cosas se resuelven a plomo limpio, de que el fin
justifica los medios, que si es menester recurrir al crimen y a la ilegalidad,
hay que hacerlo, que los caminos verdes de la institucionalidad son los más
eficientes. Carujo es el que dice frente a un negocio turbio: “igual alguien lo
va a hacer, así que para que lo haga otro, mejor lo hago yo”.
En
manos de Carujo está en este momento Venezuela. La cara más salvaje y bárbara
de nuestro ser es la que lleva el rumbo de la nación. Por ello es completamente
razonable que el nombre de Vargas sea borrado. Su imagen de sabiduría y virtud
subraya la maldad de los malos, perturba los tenues rastros de su conciencia,
deja en más clara evidencia su ausencia de valores y principios, su ignorancia
y su predilección por el delito, por el crimen y por la corrupción en todas sus
formas.
No,
Carujo no ha triunfado. Este país nuestro, está lleno de Vargas, en la
medicina, en la música, en el arte, en la literatura, en el deporte, en la
ciencia. Los jóvenes venezolanos que en medio de esta tragedia luchan por ser
excelentes dentro y fuera del país, son los Vargas que reemplazarán a estos
grandes Carujos.
A
veces tanto dolor y sufrimiento le lleva a uno a dudar, sin embargo, Carujo
nunca tendrá razón: “Es el hombre de bien, y no del valiente, el que siempre ha
vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia”. Vargas
habrá de volver y con él, la civilidad, la honestidad, la inteligencia, y la
bondad.
Laureano
Márquez
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