Américo Martín 12 de junio de 2019
En
nuestra atormentada Venezuela el entusiasmo y el pesimismo se alternan debido
al desconocimiento teñido de prejuicios sobre lo que sea la política. En
discurso en el Congreso para evocar a Andrés Eloy Blanco, un hombre dotado del
don de la palabra y de la política como Manuel Alfredo Rodríguez, reconocía
esos mismos dones en el poeta que lograba concitar sentimientos afectuosos,
incluso entre los peores de sus enemigos.
¿Incluso
entre ellos? Invocaré un testimonio casual para explicarlo. Un perezjimenista
condiscípulo mío en el Liceo Andrés Bello, entreviendo mi militancia y sabiendo
que las normas clandestinas me impedirían contestarle, me soltó en ácida burla:
–
Todos los dirigentes de AD son corruptos, el único que se salva es Andrés Eloy
–
Pero Andrés Eloy es alto dirigente adeco. Si tolera la corrupción que imputas,
no entiendo por qué lo “salvas”.
–
Es el único que se salva, insistió, ahora desconcertado
La
declaración de Mike Pompeo sobre aspiraciones presidenciales en la oposición no
deja de tener sentido. El 5 de enero se consagró la unidad alrededor de Juan
Guaidó y la Asamblea Nacional. 56 presidentes diplomáticamente relacionados con
Venezuela desconocieron a Maduro y la ANC, y reconocieron expresamente a la
Asamblea Nacional y a Juan Guaidó. Tan sólido cimiento debió convertir en
historia la tradicional división opositora.
“Debió”
pero no fue así. A través de las redes sociales fluyen agrios ataques contra Guaidó
y la AN, ejes graníticos de la unidad. Naturalmente, la orden del desafuero
partiría de la cumbre del Poder en la que reina un desencuentro más grande que
el de la oposición, lo que ya es decir
Aunque
sea impensable destruir la alianza con un mundo que nunca en la historia fue
tan solidario con Venezuela, lo que enciende el ánimo es la política que deba
guiarla. Se enfrentan el corazón, residencia metafórica de la pasión y sus
azotes, y el cerebro, sede de la razón y la toma decisiones. Las derrotas más
profundas y en principio inesperadas tienen su origen en el desequilibrio
“pasión-razón” Hablo de mí mismo y de mis grandes e ilusos compañeros de los
años 1960.
Con
el corazón caliente, componente de notables movimientos siempre que no pretenda
dirigirlos, extraviamos la vía, sufrimos derrotas fulminantes pero ganamos una
experiencia valiosa que desesperamos por transmitir a las nuevas generaciones
para que sepan valorar y administrar lo que tienen. Cuentan con un inédito
respaldo mundial que tampoco es incondicional: ha preferido la negociación a la
violencia y en eso está.
Se
incurre en la candidez de creer que basta pedir que nos invadan (cosa que
muchos no haremos nunca) para que así suceda. El análisis de la complejidad de
una operación de esta índole debería ser obra de cerebros fríos y no de
corazones encendidos. “Condenar” a quienes tanto tenemos que agradecer es un
error y a la vez una injusticia. Al fin y al cabo nadie está obligado a pasar
de un buen gesto en asunto de solidaridades; menos, de asumir el protagonismo
alcanzado en Venezuela.
El
fenómeno crece. Rusia busca una nueva alineación y declara junto a Colombia,
principal aliado de EEUU, bajo los términos que prevalecen: presionar
incansablemente la salida incruenta del infierno. Importantes razones
geopolíticas que la pasión no ve, alientan a Putin
Nuestra
tragedia se agrava al son de deserciones civil-militares, en contraste con una
disidencia que pese a todo sigue confundida con la Nación. Toda crisis busca
salidas. Democrática, libre y próspera es la reservada a la noble Venezuela, la
bien llamada por don Rómulo Gallegos “Tierra de horizontes abiertos”.
Américo
Martín
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