Por Maximo Flint, 4/08/2013
Por más
democracia:
Aunque cada país tiene historia, cultura, costumbres y
desarrollo propios, es necesario estudiar y evaluar lo que acontece en aquellos
que podemos considerar que están pasando por situaciones similares a las
nuestras, para asimilar sus experiencias e intentar no repetir los mismos
errores e imitar las experiencias que han tenido resultados positivos.
Estamos siguiendo la situación en Egipto pues es uno de los
centros de atención mundial y por ciertas similitudes que encontramos con
nuestra situación política, merece atención, para ello nos hemos empeñado en
traducir artículos de opinión de reconocidos columnistas internacionales que
nos describen y dan su punto de vista de lo que acontece.
La culpa es de Morsi. Cómo hundir un país
en 369 días.
Publicado por Michael Wahid Hanna el 8 de Julio de 2013 en
Foreign Policy.
Digamos esto muy claramente: A nadie le debe agradar la división
y el derramamiento de sangre que están ocurriendo en las calles de El Cairo en
este momento, especialmente a medida que aumenta la represión militar. Pero
también hay que ser claro en esto: Un solo hombre tiene la responsabilidad
final por la crisis de liderazgo: Mohamed Morsi.
Con Morsi arbitrariamente detenido por los militares luego de su
derrocamiento el 3 de Julio pasado y las fuerzas de seguridad egipcias
permitiéndose una represión excesiva y violenta, el ex presidente egipcio y sus
Hermanos Musulmanes tienen legítimos reclamos sobre su injustificable
tratamiento. Pero no olvidemos cómo llegamos a este macabro punto. La noche del
30 de Junio, encarando protestas y movilización de masas sin precedentes en
toda la nación, Morsi fue herido políticamente, quebrantada su legitimidad,
dañada irreparablemente su capacidad de gobernar a Egipto. En respuesta a la
campaña popular, de base, que llevó a millones a salir a las calles, sectores
críticos de la burocracia estatal abandonaron al presidente, dejándolo con un
control del poder nominal e ilusorio. Se encontró con un país peligrosamente
polarizado, su tejido social deshilachándose. En ese momento Egipto tenía pocas
opciones fugaces de evitar la macabra posibilidad de conflictos civiles –y
todas dependían de Morsi.
A pesar de heredar insolubles problemas políticos, económicos y
sociales, cuando Morsi accedió al poder el 30 de Junio de 2012 tenía opciones –
y escogió la ganancia partidista, la política de suma cero y la demagogia
populista. En un sistema sin contrapesos que funcionen, esas opciones generaron
niveles crecientes de polarización, destruyendo la confianza e incapacitando al
estado. Estas decisiones eran un reflejo de su hostilidad a la crítica y de la
denigración del rol de la oposición en la sociedad egipcia por los Hermanos
Musulmanes y por él mismo. En el periodo anterior a las protestas masivas en el
aniversario de la juramentación de Morsi el 30 de Junio de este año, cuando las
concesiones y los compromisos podían haber encontrado una salida ordenada para
Egipto, en cambio Morsi ofreció a regañadientes promesas gaseosas y gestos
huecos.
Las fatídicas, equivocadas decisiones tomadas durante su mandato,
antes y después de las manifestaciones del 30 de Junio han colocado ahora a
Egipto en el ápice de la lucha civil y el conflicto violento. Un presidente
aislado, intransigente, eligió ignorar la realidad y poner al país en rumbo
hacia una innegablemente desafortunada intervención militar en la política
civil. Mientras que Morsi y los Hermanos Musulmanes ahora asumirán el rol que
les es más familiar de víctimas, ayudados significativamente por la brutalidad
y estupidez de un represivo sector egipcio de seguridad, la responsabilidad
primaria del derrocamiento de Morsi y del peligroso estado de Egipto recae
sobre el depuesto presidente y sus Hermanos. Nada de esto era inevitable.
No quiero sugerir que ahora los Hermanos deberían ser expulsados
del país, perseguidos o forzados a la clandestinidad. Los Hermanos Musulmanes
son un movimiento político, social y religioso orgánico, de profundas raíces y
con una base robusta y resistente. Deberían ser parte del futuro de Egipto.
Pero su participación en el pasado reciente de Egipto ha sido un desastre sin
ningún paliativo.
Las fatales decisiones finales de Morsi confirmaron su visión
partidista, insular, que ponía primero a los Hermanos Musulmanes que a la
nación. Simplemente, no pudo entender que su sociedad secreta no tenía un
monopolio sobre Egipto y que sus victorias electorales no eran un mandato
ilimitado. Los Hermanos Musulmanes creyeron que la serie de elecciones del 2011
y 2012, que representaban en muchas maneras las últimas elecciones de la era de
Hosni Mubarak, dieron una señal de algo esencial sobre la sociedad egipcia y el
lugar de los Hermanos en ella.
Estos rasgos – terquedad, insularidad y paranoia- se mostraron
vívidamente mientras Egipto escoraba hacia el 30 de Junio, pero ya se habían
manifestado repetidamente durante el corto e infeliz tiempo en el poder de los
Hermanos.
Los 369 días en el poder de Morsi se distinguieron por la
carencia de reformas, que alejaron a los activistas y reformistas; una falta de
reconciliación, que bloqueó cualquier contacto potencial con miembros del
antiguo régimen; y un gobierno estrecho, monopólico, que lo enemistó con todas
las fuerzas políticas –incluyendo sus antiguos aliados islamistas,
particularmente el partido al-Nour, que abandonó a Morsi en sus últimas horas.
Este enfoque temerario del poder provocó el alejamiento, paralizó al gobierno y
resultó en la represión y el descontento – y la oposición creció.
La lista de cargos es condenatoria y se remonta al periodo
inmediato post-Mubarak, cuando los Hermanos decidieron seguir una transición
procedimental formalista que veía sólo a las elecciones como la democracia,
mientras ignoraba hacer reformas sustantivas a un sistema fallido. La estrecha
ventana para enfrentar al estado policial y el capitalismo de los amigotes de
Mubarak habría requerido una cierta medida de solidaridad entre las fuerzas que
propulsaron el levantamiento contra Mubarak. Pero en la primera de una serie de
traiciones, los Hermanos Musulmanes dirigieron el rumbo a reequipar el estado
autoritario de Mubarak e incautar sus herramientas de represión, con los
Hermanos mismos al timón.
Los Hermanos Musulmanes no sólo ayudaron a elaborar y endosaron
el defectuoso mapa de la transición del gobierno militar interino, que estaba
lleno de vacíos y omisiones, sino que los Hermanos inmediatamente se
dispusieron a estigmatizar a sus oponentes, sobre la base de una burda
demagogia sectaria y religiosa. Las fuerzas reformistas y activistas que
buscaron desafiar el orden político emergente fueron enlodadas y tratadas como
obstáculos en la búsqueda de ganancias partidistas de los Hermanos Musulmanes.
Por lo tanto se puso en movimiento una transición insubstancial cuya sola
característica definitoria era una agotadora serie de elecciones.
A pesar de esta falta de confianza, muchos reformistas eligieron
apoyar a Morsi en su campaña contra Ahmed Shafiq, el incondicional del antiguo régimen
de Mubarak, por miedo a una inmediata recaída autoritaria. Estos partidarios de
mala gana fueron engatusados con una serie de promesas relativas a un gobierno
inclusivo, con compromisos de seleccionar un grupo diverso de consejeros y un
grupo diverso para el organismo constituyente del país. Esta astucia fue
decisiva para la estrecha victoria electoral de Morsi.
Esas garantías, consagradas en un documento formal hace casi un
año, quedaron casi uniformemente sin cumplirse, preparando el escenario para un
periodo turbulento de autoritarismo progresivo, pésima administración y
profundización de la polarización. Con contrapesos limitados, Morsi buscó
castrar al poder judicial mientras iniciaba un esfuerzo concertado, y
finalmente inútil, de captura de varias instituciones del estado. Los más
condenables en este sentido fueron los esfuerzos por alcanzar un modus vivendi
con los antiguos torturadores de los Hermanos en una policía sin reconstruir,
cuyas prácticas abusivas continuaron con impunidad. Mientras tanto, Morsi y su
gobierno elogiaban a la fuerza de policía y le daban a sus miembros aumentos de
sueldo y promociones. Es pertubadoramente irónico que esta fuerza policial esté
ahora ocupada en un esfuerzo para reprimir a los Hermanos Musulmanes y a sus
partidarios hasta conseguir su conformidad.
Legislativamente, el gobierno de Morsi impulsó legislación
restrictiva en varios frentes, incluyendo leyes que impedían los sindicatos
independientes e interferían en la operación de organizaciones no
gubernamentales. Su gobierno hizo poco para limitar un repunte en los
enjuiciamientos por crímenes de expresión, incluyendo casos de blasfemia y
aquellos relacionados con insultar a la presidencia. Más aún, el sistema legal
fue corrompido y usado como una herramienta política luego de la designación a
dedo de un Fiscal General.
Esa designación fue lograda mediante la declaración
constitucional dictatorial de Morsi de Noviembre del 2012, que le dio inmunidad
temporal de cualquier supervisión judicial y preparó la escena para la
contenciosa adopción de un descuidado documento como el texto fundacional del
país. Para muchos, este era el acto final para institucionalizar la crisis política
de Egipto. La aguda polarización hizo que las acciones básicas de gobierno se
volvieran imposibles y fomentó la crisis económica del país – mientras el
rápido aumento del desempleo ayudaba a activar la oposición de sectores de la
sociedad anteriormente inactivos. La oposición a Morsi ya no estaba limitada
geográficamente o definida por la clase social; en cambio, estaba ampliamente
dispersa geográficamente, representando a un amplio espectro de la sociedad
egipcia, incluyendo a los pobres urbanos y a diversos grupos rurales.
Finalmente, este descontento en rápido crecimiento tomó las
calles en manifestaciones que excedieron en tamaño y alcance a las que
derrocaron a Mubarak en Enero y Febrero de 2011. Las señales de alarma estaban
a la vista de todos, excepto quizás para los despreocupados y arrogantes
líderes de los Hermanos Musulmanes.
Mientras que la campaña Tamarod (“Rebelde”) fue una proeza
extraordinaria de creatividad y organización, su éxito se basaba primeramente
en la indignación y la frustración que se acumulaban en toda la sociedad
egipcia contra la administración cada vez más autoritaria, monopolista e
incompetente de Morsi. Sin un mecanismo constitucional inmediato para su
destitución, millones de personas tomaron las calles pidiendo su salida,
esperando algunos que la presión pública lo forzara a renunciar, otros
presionando a favor de una intervención militar.
Con esta rotunda demostración de falta de confianza y la frágil
situación de seguridad en el país el 30 de Junio, la probabilidad de violencia
era alta. Pero en ese momento crucial, Morsi todavía tenía opciones. Él, y sólo
él, podía haber bajado el volumen de la retórica y evitado el derramamiento de
sangre por venir. En cambio, su imprudente despreocupación aseguró que las
soluciones de compromiso no se lograsen. Así Egipto fue abandonado a lo
inevitable: un derrocamiento militar y una espiral de guerra callejera.
El reconocimiento de la realidad hubiera sido una salida
honorable para Morsi. Un ejecutivo incapacitado con un tenue control de la
autoridad que no puede gobernar eficazmente –aún en el tope de su popularidad-
ya no está en una posición que le permita cumplir su papel. Una salida segura
negociada habría conservado también las ganancias políticas de los Hermanos
Musulmanes y asegurado su participación en el diseño de la etapa de transición
y las elecciones siguientes. Tal salida también habría reversado su desastrosa
decisión de renegar de sus compromisos previos e impugnar la elección
presidencial, aliviando por lo tanto a la organización del enorme esfuerzo de
gobernar a Egipto durante este periodo tumultuoso.
Tal decisión hubiera requerido que Morsi emprendiese una
minuciosa evaluación de sus errores y una valoración objetiva de la dinámica
actual del país. Aún cuando estos fuesen unos pasos muy difíciles, eran la
única salida de Egipto. En cambio, el país ha elegido un veneno en vez del
otro.
Pero al final, no puede emerger ningún orden político que
funcione, y menos una transición democrática, sin la participación libre, justa
y completa de los Hermanos Musulmanes. Con Morsi ahora incomunicado y
supuestamente lleno de justa indignación por su suerte, todavía puede hacer
volver a Egipto del borde del abismo. Sin embargo, para hacerlo hace falta que
sea un verdadero líder y que haga una dolorosa concesión-poner al futuro de su
país primero.
Traducción libre
Para leer la Parte 1, pulse el enlace:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico