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miércoles, 29 de enero de 2014

De diálogos

AMÉRICO MARTÍN 10 de enero de 2014

Si no estoy en libertad para criticar, mis elogios carecerán de valor
Aneurin Bevan, fallecido líder del laborismo inglés

Salvo los momentos de guerra –breves estornudos comparados con el devenir, que por lo general terminan en diálogos o los preparan– la condición normal del animal humano es el intercambio pacífico, trátese del comercio, la política, el amor, la amistad o la regularización de la enemistad. “Intercambio pacífico” es decir “diálogo”.

No tiene gracia limitarlo a los amigos –suponiendo que los tenga– como postula desde la penumbra el inefable Diosdado Cabello. Gracia tiene entablarlo con quienes piensan distinto, desde los enemigos más encarnizados hasta los más tibios. Visto en términos de la Historia, tuvo trascendencia que Churchill y Roosevelt forjaran una sólida relación pero más la tuvo que se entendieran con Stalin, pese a considerarlo el demonio mismo. Bien valía aliarse con el impío para combatir otro monstruo, más inminente. Esa manera flexible de desenvolverse en la vida es lo que ha evitado el colapso de la Humanidad. En ella reside la vital importancia de la Política como ciencia y arte.

El sedicente gobierno bolivariano es indefendible, en el tétrico año que se inicia los conflictos lo desbordarán. ¡Ah los conflictos! Nos hemos habituado a ellos confirmando la satánica banalidad del mal de que habló Hanna Arendt. El animal humano tiene una agónica capacidad de adaptación. Manipularla es el arma demoledora del totalitarismo Acostumbrarse a Hitler era algo que nadie imaginaría.

Afortunadamente en la actualidad rige una ley de acero: la productividad. Es el tema decidendum en los conglomerados democráticos, convencidos de que sin producción ni libertad los gastos desmedidos se devolverán como una tormenta negra contra sus ilusos beneficiarios.

Perdido en las nebulosas Maduro prefiere insistir en la ruinosa gestión que durante años ha espantado la inversión y destruido las capacidades productivas sin crear nada, pero nada a cambio. Esta gente no entiende que la inflación, la deuda, el desempleo y la fuga de capitales de inversión son fenómenos estructurales propios de una estólida política revolucionaria y no males pasajeros, obra de conspiradores nunca descubiertos. Cuando Maduro atribuye su descomunal fracaso a la “guerra económica” derechista, lo hace para ocultarlo a sus desanimados seguidores. No hay tal guerra económica, lo que hay es un suicidio hijo de una fantasía en la que ya ni Cuba parece creer.

No se trata de falta de talento, que ciertamente marca con hierro la piel del bloque gobernante. El problema es otro. En las entrañas del chavismo se sembró una percepción infantil de un viejo postulado marxista, que hoy no invoca ningún gobierno de izquierda, salvo el demente norcoreano Kim Jong-un, secretario general del partido y presidente de la Comisión Nacional de Defensa; y más por impotencia que por maldad, nuestro Nicolás Maduro.

Ese postulado nos dice que la lucha de clases se exacerba con el progreso y en consecuencia no se puede dialogar con el contrario: solo queda aniquilarlo, desaparecerlo, negarle el derecho a existir. Pero como no vivimos en la era de la guerra fría de los años 1950 y en cambio, así sea adornado de hipocresía, en casi todo el mundo rige un orden jurídico internacional que invoca el respeto a los derechos humanos, resulta difícil consolidar dictaduras a la antigua. Regímenes como los de Pérez Jiménez, Batista o Pinochet no durarían hoy lo que un caramelo a la puerta de una escuela. No queda pues sino tratar de encubrir los abusos autocráticos con raídas vestiduras constitucionales. El fidelismo es una jurásica sobrevivencia.

En tal esquema no cabe el componente civilizado natural: el diálogo, porque si la lucha es de clases, pobres contra ricos (no me pregunten por qué los más ricos de Venezuela son los que dicen representar a los aporreados pobres) la consecuencia viene a ser la aniquilación del otro. Es lo que a duras penas indica Diosdado Cabello, quien no se habrá leído un libro completo en toda su vida, pero oía arrobado al caudillo despotricar contra fascistas y burgueses. En esa religión se formó este señor.

Venezuela –dicho sin hipérboles– vivirá un infierno de privaciones en el lúgubre año que comienza. Para afrontarlo, lo lógico sería reunir al país y eso pasa por un diálogo sin renuncias banderizas. Es lo elemental. La iglesia, la oposición, sectores del gobierno, la opinión nacional en un 80% lo entienden así, pero ahí es donde el gobierno exhibe su estructural debilidad, acentuada por las elecciones municipales de diciembre.

En la acera oficialista brotaron tres posiciones en materia de diálogo. El influyente gobernador del Táchira, capitán del ejército entre los primeros de su promoción, exhibió una postura muy amplia: convocó a todos los alcaldes, renunció a dividirlos en bandos enfrentados y declaró: “para mí todos representan al pueblo y por lo tanto trabajaremos juntos”.

Animado por esa iniciativa, Maduro dialogó con los alcaldes de oposición y convino en afrontar juntos los problemas del país. Pero el señor Cabello, quien no oculta su rivalidad con el presidente, lo paró en seco: “¿diálogo con los fascistas y burgueses de la MUD? ¡Jamás!” Ese desplante y el haber impuesto su reelección a la presidencia de la Asamblea Nacional, revelan que el jaqueado gobierno no puede contenerlo. Con Cabello y los suyos atrincherados en el poder, el país se meterá sin paraguas en el huracán, y el deseo de cambio se convertirá en un clamor.

Unidad, diálogo y cambio democrático serán –recordemos al gran Víctor Hugo– las refulgentes ideas a las que les habrá llegado su momento.


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