Álvaro Vargas Llosa DOMINGO 19 DE ENERO DE 2014
RECIBÍ a mediados de semana una
llamada telefónica del propietario y director de El Nacional desde Caracas, en
la que Miguel Henrique Otero me aseguró que las cosas son aun más dramáticas de
lo que se ha publicado y urge una solidaridad internacional para impedir lo que
se viene. Se refería al riesgo inminente de que Venezuela se quede sin
periódicos.
Desde fines del año pasado, el
gobierno no otorga a las empresas que editan diarios las divisas para importar
papel de periódico. El lo importa desde Canadá y Estados Unidos, pero otras
empresas periodísticas lo traen desde lugares tan distintos como Brasil o
Finlandia. Los inventarios han quedado reducidos a la mínima expresión; en el
mejor de los casos, limitando el número de páginas drásticamente, podrán
sobrevivir cuatro semanas. Algunos no tienen inventarios ni siquiera para eso y
su agonía puede ser mucho más corta.
¿Qué explicación les da Cadivi, el
organismo estatal encargado de otorgar las divisas? Ninguna. Para mantener la
ficción de que el gobierno no está actuando deliberadamente, Cadivi no ha
prohibido el acceso de los diarios a las divisas: simplemente se niega a
ejecutar la entrega sin dar la menor explicación.
En muchas otras áreas de la economía,
lo que sucede en este tipo de situación es que se apela al dólar clandestino en
el mercado negro, que cotiza 10 veces por encima del precio oficial (68,69
bolívares contra 6,3). Las empresas que importan insumos como papel de
periódico del extranjero por obvias razones no pueden hacer eso. Sería
imposible para ellas ocultar semejante operación, para no hablar de los riesgos
que correrían, en caso de intentarlo, bajo un gobierno que los tiene vigilados
día y noche, y los acosa con expedientes judiciales y procesos
administrativos.
Una parte del problema es, desde
luego, “ambiental”: el clima general en el que se desarrolla la economía está
signado, entre otras calamidades, por la pérdida de divisas en manos del Estado
a ritmo acelerado. Sólo en 2013 ellas cayeron 28%. Pero, a decir de Otero y
compañía, esto no explica el problema y constituye una oportunidad dorada para
un gobierno que quiere, simple y llanamente, “que desaparezcan los periódicos”.
¿Por qué los periódicos? Porque, tras la desaparición de la televisión crítica
e independiente y el sometimiento de gran parte de las radios, ellos son la
familia de medios de comunicación donde se concentra lo que queda de periodismo
crítico (los medios cibernéticos constituyen un caso aparte).
Aunque su impacto social no pueda
compararse con el de los medios audiovisuales, en la Venezuela de hoy, donde el
apagón democrático en la televisión es total tras la venta de Globovisión a
manos cercanas al oficialismo, el papel de los periódicos ha cobrado
dimensiones desproporcionadamente importantes. Una prueba es la agresividad con
que el gobierno los ataca.
Maduro lo sabe y está utilizando el
papel periódico, la materia física de la que dependen los diarios como los
pulmones del aire, para sacarse de encima los remanentes de independencia
informativa y de opinión fiscalizadora en Venezuela. Lo que reclaman los dueños
y directores de periódicos en esta dramática circunstancia es la máxima
solidaridad internacional para obligar a Maduro a retroceder.
No es exagerado decir que si Maduro
logra dejar a su país sin periódicos, habrá dado un salto definitivo hacia la
creación de una segunda Cuba en el hemisferio occidental.
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