Asdrúbal Aguiar Lunes, 27 de enero de 2014
El
caso, sin embargo, es que el gobierno de Maduro, por una parte busca un
salvavidas y hasta se muestra dispuesto a ceder en sus agresiones contra la
oposición democrática para amortiguar la caída, y por la otra, se empeña en su
política de mentiras
Nadie duda que Venezuela reclame de
ajuste urgente y hasta draconiano para alcanzar, a mediano plazo, la
recuperación de su cuerpo nacional, atemperando su agravada enfermedad social y
económica, por ende, cabalmente política, hasta su recuperación.
El cuadro que muestra, en su terapia
intensiva, no puede ser más ominoso. Los homicidios al concluir el 2013 suman
la cifra de 24.763 víctimas, según el Observatorio Venezolano de la Violencia;
a pesar de que el Ministro del Interior, días antes, afirma que la tasa real es
más baja pero aceptando que es demencial, sin decir que es una de las más altas
del mundo.
La inflación acumulada durante el
mismo período – con sus devastadores efectos sobre el bienestar social – ha
roto un record, alcanza a 56,2%, siendo la más alta del planeta. Acumula 1.948%
entre 1999 y 2013, lo que se explica, sin rodeos, en la insuficiencia de
productos para la dieta básica y medicinas, pues el establecimiento industrial
y comercial que resta en el país, luego de 15 años de expropiaciones gubernamentales
generalizadas e indiscriminadas para establecer una economía socialista y de
Estado, muere de mengua. Y no tiene ahora acceso a los dólares requeridos para
importar los insumos necesarios para su reactivación.
Los dólares, bajo secuestro oficial,
anclados a un valor de cambio irreal para ocultar lo inocultable, apenas sirven
para financiar una burocracia de Estado desbordante – Nicolás Maduro establece
111 viceministerios- y para enriquecer a los especuladores con vara alta en el
Palacio de Miraflores. Y el Banco Central de Venezuela, presionado por la
circunstancia, imprime moneda sin respaldo en los ingresos de divisas, para
disimular el hueco fiscal.
No le fue suficiente a la revolución
el volumen de dinero obtenido a lo largo de casi tres lustros – más de 1.300
billones de dólares - y su dilapidación criminal para el sostenimiento de otra
ilusión neo-cubana, ni el endeudamiento que hoy hipoteca el futuro de las
próximas generaciones. La deuda pública consolidada saltó de US$ 32.809
millones (37,0% del PIB) en 1998 hasta US$ 205.330 millones (54,1% del PIB) en
medio del auge más intenso y prolongado de los precios del petróleo. Y la deuda
adquirida con los chinos, para colmo, ya duplica el monto de las reservas
internacionales de la república.
El cuadro es tan desolador. Tanto que,
comparando cifras, en juicio desdoroso para quienes somos dolientes de
Venezuela, Andrés Oppenheimer salva a Zimbabue de cualquier comparación con
nuestra trágica realidad. Ésta, si bien restringe tanto como Venezuela la
libertad económica, situó su inflación en 10% y crecerá este año en un 3,3 %.
Nosotros apenas un 0,5%. Y si atendemos al informe que hace público la OEA,
somos el puente marítimo para el tráfico de cocaína hacia el Caribe y el oeste
de África, con destino final hacia Centroamérica, los Estados Unidos y Europa;
y el puente aéreo hacia Centroamérica y el Caribe, teniendo como puerta de
ingreso a la Honduras cuyo control buscó conservar a toda costa la Revolución
Bolivariana. Y ello, según el mismo documento, explica el desbordamiento de
nuestra violencia criminal doméstica.
El caso, sin embargo, es que el
gobierno de Maduro, por una parte busca un salvavidas y hasta se muestra
dispuesto a ceder en sus agresiones contra la oposición democrática para
amortiguar la caída, y por la otra, se empeña en su política de mentiras. Luego
de rebanar el grueso salchichón del Tesoro Público en los términos indicados,
atribuye la situación actual a una guerra económica de la oligarquía; en tanto
que las muertes que ha provocado su inmoral maridaje con la narco-guerrilla,
ahora resulta que son la obra pérfida de los escritores de novelas para la
televisión.
Todos los venezolanos, sin distingos,
tenemos el deber de apostar a que el trance no se haga más gravoso, sobre todo
para quienes menos tienen, que ya son las mayorías, incluida la clase media. Y
no soy yo quien, como demócrata a pie juntillas, critique las iniciativas de
diálogo dispuestas al efecto. Pero, asimismo, soy convencido de que no se
avanzará un solo trecho en la dirección propuesta si, antes, el régimen no hace
propósito de enmienda y acepta, con coraje revolucionario y poniendo de lado la
cobardía que lo tiene como presa, que erró con sus políticas revolucionarias.
La URSS lo hizo en su momento, siendo
potencia mundial y sin poder alegar que algún imperio lejano le ponía piedras
en su camino socialista hacia el comunismo, que concluyó en un monumental
fracaso histórico.
La vía hacia la democracia y la
recomposición del cuadro social venezolano se toma, únicamente, en la esquina
del servicio a la verdad. Luego vendrán, como terapia adecuada, las medidas y
los paliativos necesarios, hasta el desafío de padecer todos, por algún tiempo
más, sangre, sudor y lágrimas.
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