GUILLERMO COCHEZ 23 ENE 2014
Abogado y político panameño.
La autobiografía del
comisario venezolano muestra lo abominable de un régimen
Nunca imaginé encontrarme con un
testimonio tan dramático y cruel que reflejara hasta dónde un régimen, del
signo que fuera, puede llegar para causarle daño físico, psicológico y moral a
sus adversarios. Peor aún, a quienes creen sus enemigos, aunque sea sólo en su
imaginación.
Leer la autobiografía de Iván
Simonovis (El Prisionero Rojo, Editorial Melvin, noviembre de 2013) hace
recorrer al lector en sus 438 páginas lo abominable de un régimen como el
venezolano al que poco le importa la dignidad humana, que desprecia la verdad
con tal de satisfacer subalternos intereses políticos, demostrando que es capaz
de mutilar por más de nueve años la vida de un hombre inocente y su familia.
En abril de 2002 Venezuela vivió su
más difícil crisis política de los tiempos de Chávez. Las manifestaciones
pacíficas para exigir su salida crecían más. Ese 11 de abril se dio la mayor
concentración que recuerda su historia. Aunque convocada para otro rumbo, la
enardecida multitud decidió dirigirse hacia Miraflores, el Palacio
Presidencial, desbordando a la policía.
Al llegar muy cerca a Miraflores desde
Puente Llaguno y la Avenida Baralt fueron emboscados con disparos por
oficialistas vestidos de civil que impunemente masacraron a los manifestantes:
una veintena de muertos y cientos de heridos. Ante los disturbios Chávez
renunció para regresar triunfal dos días después. Quizás todo había sido
planeado para que ocurriera así.
Se abrieron 79 investigaciones por los
muertos de ese día, casi todos opositores desarmados, menos dos. Resultaron ser
oficialistas, muertos en extrañas circunstancias, según las experticias, porque
los disparos que recibieron vinieron de arriba hacia abajo, o sea que se hicieron
de donde estaban los francotiradores en Puente Llaguno. Las muertes tenían que
ser de ambos lados, según la macabra decisión.
Aún con fotos en la mano, claramente
identificables, los asesinos, todos oficialistas vestidos de civil, fueron
absueltos. Había que encontrar "unos culpables"' aunque no fueran los
culpables de muertes de los chavistas. Eso no importaba. Para preservar el
honor de la Revolución había que dar con los “responsables”.
El Comisario Iván Simonovis era el
Director de Seguridad de la Alcaldía Metropolitana de Caracas. Su experiencia
en las agencias de investigación judicial era reconocida a nivel nacional e
internacional. Para ese 11 de abril no estuvo ni cerca del área de los
disturbios porque la responsabilidad en el campo de acción era de la Policía
Metropolitana. Eso no fue suficiente para que más de dos años después de los
sucesos del 11 de abril 2002 en noviembre de 2004, Iván Simonovis perdiera su
libertad hasta el día de hoy, hace más de 9 años. A otros condenados con él,
los Comisarios Forero y Vivas, fueron puestos en libertad por enfermedad.
Ha estado preso en un sótano. Sin
acceso al sol tan sólo 13 horas en todos esos años. Han destruido su sistema de
salud. Le niegan atención médica oportuna. Durante su encarcelamiento, hasta
donde vive su familia, ha sido objeto de acosos oficialistas, hasta una bomba
molotov le han tirado. En ocasiones ni al Cardenal Urosa le han permitido
visitarle. Simonivs ha resistido como un hombre valiente.
Su juicio, por instrucciones del mismo
Chávez, fue el más demorado de la historia de Venezuela. Había que quebrarlo.
Lo hicieron en tribunales fuera de Caracas para obligar a sus abogados,
incluyendo a su esposa, a trasladarse dos horas a las audiencias. Los testigos
falsos, los jueces arbitrarios, los dobleces de todos los funcionarios de los
que lo juzgaron, fueron objeto de instrucciones superiores. Posteriormente el
ex Magistrado Eladio Aponte Aponte, quien luego de asilarse, confesó toda la
trama que lo obligaron montar para condenar a 30 años a Iván Simonovis, como él
dice la pena de muerte porque de esa no se sale vivo.
Hasta el Papa Francisco ha intercedido
por el Comisario Simonovis. La arbitrariedad de Chávez sólo se compara con la
indolencia de su sucesor, Maduro, que pareciera decidido a que este mártir de
la libertad muera en prisión. Parece insólito que en pleno siglo XXI se repitan
casos como el que creímos desaparecidos con Nelson Mandela.
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