Por Martín Brassesco Ghironi, 10/01/2014
Yo sí quiero volver a Venezuela. A vivir no, llevo diez años fuera y mi vida la he hecho aquí, en Barcelona España. Sin embargo, siempre he vuelto, por temporadas largas, tan largas que a veces y por la realidad aciaga de ese, MI país, se me hacen eternas, lo reconozco. Y sí, vuelvo a trabajar, es verdad. Pero también lo es que me involucro: camino, uso el metro, voy al centro, al este, al norte, al sur de Caracas, intento que el miedo no me coma, y por momentos lo logro (muchas veces, no) y me niego a la "burbuja", no siempre exitosamente. Y voy a un restaurant de esos esnobistas que tanto gustan a las guías especializadas, pero también voy a las areperas y al Ávila, y a cuanto sitio pueda.
Cuando hablo de "orfandad de país" es porque no lo reconozco como nación y porque el azar y mis decisiones hicieron que naciera en un país, me criara en otro y ahora viva en un tercero. Pero cómo no voy a querer volver si allí están Gloria Carvajal, la profesora de secundaria que más he querido, el árbol de mango en la casa de mi hermano, la portuguesa del abasto de la esquina de Santa Rosa, mis viejos, cansados, tristes por esa realidad pero nunca doblegados, así es su espíritu a los 80 años, fuerte; allí están Ana María, Micaela, Isabel, Ramón, Carolina, Yameli.
Y cuando voy por una de sus calles y me encuentro a Marcelina, la madre de Nahir una amiga de mi madre que me conoce desde niño y me dice "Martín, mijo, cómo estás?", con ese acento que baila y con ese abrazo irracional, a mí se me pasa cualquier tristeza. Allí están Ale, otro ángel, que solo te mira y te acaricia. La Nena, sabia, más viva a sus setenta y largos que muchos de veinte. Luis y Lucy, que me dicen Tin Tin. Ahí están mis colegas, admirados artistas, allí están enterrados mi hermano Pablo y los antepasados de mi pareja, y Enrique mi primer maestro de actuación; está la casa de Marianto en La Pastora, que es en pequeña escala lo que eran casi todas las casas venezolanas: abiertas a mansalva.
Cómo no lo voy a querer, cómo no voy a amar a Venezuela, cómo no voy a volver. Cómo no voy a tener ganas de estar allí y abrazar a quien lo necesite y estar. Yo vuelvo y me instalo y vivo. Esos seres sin alma que asesinan por una rabia que ni ellos entienden, esos dirigentes cínicos y ahítos de poder que niegan la belleza y celebran la vulgaridad y que se han apropiado de Venezuela no van a quitarme MI país. No. Así combato yo mis lutos y también mis fantasmas. Con la memoria y la esperanza.
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