PEDRO LLORENS 26 DE ENERO 2014
Mi primer encuentro con el franquismo,
a muy corta edad (tendría unos 10 años) me dejó vivamente impresionado, tanto
que suele reproducirse (la memoria, como el corazón, tiene freno y marcha
atrás) cuando la política se degrada y los cobardes aprovechan la impunidad de
que gozan para humillar al adversario.
Ocurrió con una carta que recibió mi
padre, de su hermana que estaba en España, obviamente abierta por la censura,
con un papel engomado burdamente pegado en un costado (para hacer más descarada
la violación) y en el interior un par de cuartillas escritas a mano, en
castellano (estaba censurado el catalán), encabezadas por un rótulo: “¡Viva
Franco, caudillo de España por la gracia de Dios!”…
Supe entonces que la exclamación de
respaldo al dictador, indispensable para que le pudieran dar curso a la
correspondencia, era una forma de humillar por partida doble, al remitente que
estaba en el país rodeado de terror y al destinatario exiliado ávido de
noticias que no se podían contar. En el texto se informaba de la gravedad de mi
abuelo, quien poco después murió.
Lo que esta vez frenó y rebobinó mi
memoria hasta llegar al sobre remendado con el papel engominado y la carta con
el “¡Viva Franco…!” fueron unas declaraciones del primer vicepresidente de la
Asamblea Nacional, Darío Vivas, en las que condiciona la devolución de los
derechos constitucionales y también los especificados en el reglamento del
Parlamento, conculcados a los diputados de oposición, por el stalincito,
hitlercito, franquito y todo lo terminado en ito como Hirohito, presidente del
Parlamento, a que “aprendan a respetar”, y aprender a respetar para él (para
ellos) es que se desdigan de cuestionamientos y reclamos y juren que no lo
volverán a hacer.
Claro que, a diferencia del
franquismo, quienes juegan a ser villanos en la Asamblea no fusilan como lo
hizo Franco, a discreción primero y luego sin prisa pero sin pausa durante los
36 años que duró su gobierno, y hasta ahora no han pasado de golpizas a
diputados y diputadas de oposición… pero el odio y las ganas de hacerlo están
presentes en muchos de ellos y hasta el mismo Darío, tan dispuesto a conculcar
derechos, se olvida de los años en que manifestaba para pedir amnistía (muchas
veces se lograba) y sale ahora de asomado a pedir que dejen preso al comisario
Simonovis, acusado de una masacre que no ocurrió y que, en todo caso, era
propiciada por “pistoleros” defensores de un presidente asustadizo que
negociaba su renuncia a raíz del 11-A.
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