Luis
Ugalde 23 de enero de 2014
Para seguir matando y superar la cifra
de 24.700 asesinatos del año 2013 hay que continuar sembrando y abonando
asesinos. Empezó la Asamblea Nacional dando ejemplo cuando una de sus
autoridades, con gran convicción y visión de estadista, calificó a una colega,
y en ella a medio país, de “apátrida, sinvergüenza, asesina y criminal”. En
concordancia con ella, el amable Presidente de la AN enfatizó que no vamos a
caer “en el cuento del chantaje del diálogo”. Con las alimañas no se dialoga y
las cucarachas se fumigan; si los que no pertenecen a mi grupo son tachados de
criminales hay luz verde para eliminarlos
y esperar aplausos, pues matar a los malos es hacer patria.
¿Recuerdan algún debate serio, algún
plan educativo coherente y sostenido para que 8 millones de niños y jóvenes aprendan
en las escuelas el “no matarás” y “ama al prójimo como a ti mismo”? ¿Bastará el
riego verbal con agua vitaminada socialista para amar al prójimo? Se invierte dinero
para imponer el control ideológico e inculcar los altísimos “valores educativos”
de las proezas de Zamora en la fratricida Guerra Federal. Se lamenta la
ineficacia del gobierno para eliminar la funesta influencia del cristianismo en
las aulas; se lamenta la presencia de la religión más que la venta de drogas en
la escuela, y se anhela la eficacia de Cuba para cerrar de un tajo todas las
escuelas de iniciativa religiosa.
¿Y qué decir de la alta criminalidad
incrustada en la Fuerza Armada, Poder Judicial y Mundo de los Negocios a la
sombra del Gobierno, según confiesan colaboradores y actores como Mackled,
Aponte Aponte, Isea…? ¿Y qué hay del reino de los pranes que dirigen el crimen dentro
y fuera de la cárcel?
Para seguir matando de modo creciente,
Venezuela debe seguir sembrando caínes, premiándolos con la impunidad y con el
acceso a millones de dólares, protegiendo corrupciones de gobernadores y
alcaldes mientras sean nuestros y cuando pasen a la oposición perseguirlos por
delitos (reales o atribuidos) que cometieron cuando nos eran fieles.
La delincuencia, la corrupción y la
ineficiencia en empresas, en instituciones, en ministerios y gobernaciones, van
unidos y fomentados por un lenguaje, un clima receptivo y una impunidad que conducen
al creciente éxito del crimen. Impunidad y más impunidad, territorios rurales
entregados al progubernamental armado Frente Bolivariano de Liberación (FBL) en
Táchira, Barinas y Apure y a colectivos “revolucionarios” armados en áreas urbanas presididas por estatuas del
guerrillero colombiano “Tiro Fijo”, donde ni la autoridad del Estado, ni su
policía pueden entrar sin su permiso.
Esto no se cura con sólo aspirinas, ni son
creíbles las lágrimas de cocodrilo, ni discursos incendiarios contra el crimen,
ni promesas de “Basta ya”, ni juramentos de investigar “Hasta las últimas
consecuencias”, ni la estupidez de echar la culpa a la “Cuarta” o al “Imperio”.
El crimen en estos años ha recibido carta de ciudadanía con impunidad y tiene
derechos adquiridos a los que no va a renunciar. Ante esa tremenda dificultad
se necesita nada menos que una milagrosa unión nacional de moral y de saneamiento
para que sea verdad que “el crimen no
paga”; para que el poder judicial, la
escuela, la gestión pública, la calle, las iglesias y las familias, cultiven el
amor a la vida propia y a la de los demás.
Como dice el Evangelio, el crimen
empieza en el corazón; el que odia ya ha anticipado el asesinato y quien predica
el odio y enseña a odiar es un sembrador de criminales; y cuanto más encumbrado
el predicador más criminal la prédica.
Si lo que de verdad se quiere es pasar
de la muerte del crimen a la vida civil sin criminales, la decisión de cambio
tiene que ser radical, con políticas integrales duraderas. Consolidar ya el propósito
colectivo, de gobierno y oposición, de familia y de escuela, para cercar de
manera integral y sostenida al crimen que se ha llevado más de 150.000 vidas en
los últimos 10 o 12 años.
Como nos recuerda el papa Francisco recientemente,
sin fraternidad no es posible la paz; fraternidad que significa querer el bien
del otro como el mío propio, aun en los casos de que no me caiga bien. Tienen
que darse la mano la motivación interna que afirma la vida del otro y el duro
castigo externo para los criminales, aun para los de franela roja. Como enseñaba el catecismo, si no respetamos la vida del otro por amor,
al menos lo hagamos por temor al castigo. Acabar con la impunidad es clara responsabilidad
de los poderes públicos y de estos ha de venir la apertura de un diálogo y
cambio a fondo, eliminando todo lo que anima a seguir matando.
Recibido por correo, el jueves 23 de
enero de 2014.
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