Ysrrael Camero enero de 2014
Hemos de partir de los datos. En
Venezuela durante 2013 la inflación superó el 56%. En el mercado paralelo –con
el que funciona el noventa por ciento de la economía– la moneda vale menos de
una décima parte de lo que publica el gobierno como tipo de cambio oficial.
Esto significa que la capacidad adquisitiva de la moneda se ha reducido a menos
de la mitad en un año.
Una economía destruida
sistemáticamente por una política gubernamental que privilegia el control
social por encima de la gestión depende cada vez más de las importaciones.
Estructuralmente, la destrucción productiva ha hecho a la sociedad cada vez más
dependiente, con menos autonomía vital. La economía venezolana depende casi
integralmente de unas exportaciones petroleras menguantes a pesar del alto
precio del crudo en el mercado internacional, y el venezolano depende cada vez
más del Estado que se sirve de él en vez de prestarle servicio.
Más de veinte mil venezolanos fueron
asesinados durante 2013, en su gran mayoría hombres jóvenes de los
sectores populares. La escasez de alimentos y de medicinas, derivada del
quiebre productivo, de las importaciones bloqueadas por falta de divisas y de
la persecución gubernamental contra productores y distribuidores ha llegado a
niveles equivalentes a una economía de guerra, superior al 20%.
Esta crisis ha repercutido en la
movilización social, más de cuatro mil protestas registró el Observatorio
Venezolano de la Conflictividad Social durante el año, incrementándose la
frecuencia de las mismas durante el último trimestre. Cerca de mil ochocientas
protestas fueron expresión de la lucha por derechos laborales y más de un
millar por demandas de seguridad ciudadana, participación política, derecho a
la justicia.
Estos datos deben ser vistos desde una
perspectiva global. No estamos en presencia de movimientos periféricos de una
breve coyuntura crítica, al contrario, hay un proceso sistemático de
transformación impulsada de manera voluntarista desde el gobierno para acabar
con cualquier forma de autonomía en la sociedad, en su vida económica, en su acción
social y, finalmente, en su capacidad política. La crisis es sistémica y, por
ende, solo podrá ser superada con un cambio en el funcionamiento del poder en
la sociedad, en resumen, se hace imprescindible un cambio político.
Contra una percepción generalizada
hemos de afirmar que la sociedad no se ha mantenido inerte en medio de este año
crítico. Lo que es evidente es que las protestas no han estado articuladas, no
ha habido una coordinación efectiva entre ellas, ni se ha producido una
vinculación que conecte estas protestas concretas con una demanda de cambio
político nacional. ¿Qué factores han impedido este salto cualitativo?
Cierto es que el gobierno, en su
vocación totalitaria y su pretensión explícitamente hegemónica, insiste en
subsumir la protesta social como parte integral del lenguaje del mismo sistema
que pretende imponer, inhibiendo cualquier rasgo alternativo y disonante.
Muchos actores colectivos evitan que sus protestas sean percibidas como una
crítica central al funcionamiento del poder, ya que perciben que eso evitaría
la reivindicación efectiva. Eso es un correlato de un problema más profundo,
que tiene en este prurito “antipolítico” una expresión concreta.
Debemos prestar atención a un factor
generalizado que ralentiza las posibilidades efectivas de que una crisis
económica y social se convierta en un necesario cambio político: la
desconfianza como la actitud central con la que los venezolanos nos
relacionamos entre nosotros. Se ha implantado en la sociedad una actitud de
salvación individualista, sectorial, un miedo a trabajar articuladamente,
colectivamente.
La expansión de la violencia
ciudadana, la desaparición del espacio público, la decadencia de los espacios
simbólicos comunes, así como una respuesta de búsqueda única de la salvación
individual o a lo sumo de la propia familia, son expresiones de una crisis de
confianza en las relaciones interpersonales, expresión de que ha venido
desapareciendo también una narrativa común que nos ubique como actores
sociales, como parte de un proyecto colectivo en transformación. Nadie confía
en nadie, eso lleva a ser cada vez más una sociedad de “individuos aislados en
masa” que bloquea la construcción comunitaria y abre paso a la expansión de
cualquier proyecto de carácter totalitario.
El miedo, la desesperanza, la
frustración, ha llevado a muchos a la búsqueda de un escape individual, de una
salvación personal que implica darle la espalda a cualquier esfuerzo colectivo.
La generalización de esta actitud sería la derrota de la República, el derrumbe
del proyecto democrático, es el deshilachar de la narrativa de la comunidad
nacional, una comunidad histórica que une pasado-presente-futuro. A esto hemos
de responder con esperanza y con densidad.
Donde reina la desconfianza no hay
capacidad para la acción colectiva. La agenda es completa y compleja,
reconstruir la República implica retejer una narrativa común, reivindicar lo
público, que la confianza interpersonal nos permita activar colectivamente, que
con la esperanza se destierre el miedo que nos ha aislado.
Somos depositarios de un legado
colectivo, seremos responsables de que ese legado llegue enriquecido a las
nuevas generaciones. Es aquí donde la relación entre conciencia histórica y
conciencia política muestra su vigencia, una narrativa que nos explique la
conformación de la comunidad que somos nos ayudará a reflexionar sobre la
comunidad que queremos construir. Esta conciencia histórica es una vacuna
contra el escape individualista.
Finalmente la esperanza es el mejor
tratamiento contra el miedo y la apatía, correlatos de esta desconfianza. Esta
ha de ser labor central de los nuevos alcaldes electos el 8 de diciembre, la
reconstrucción del espacio público, contribuir a la recreación y densificación
de las redes sociales comunitarias, volver a sembrar confianza en la
ciudadanía, empezando por la interpersonal para terminar en la institucional.
He aquí el camino para enriquecer el legado que nos fue entregado, volver a
confiar en el otro permite la acción colectiva, con ésta se construye el cambio
político imprescindible para que los proyectos personales, familiares, tengan
cabida y puedan ser potenciados colectivamente en el seno del proyecto
republicano democrático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico