Susana Seleme Antelo 19 de enero de 2014
La noticia de que en breve se transmitirá una radionovela sobre la vida del
jefe del régimen, Evo Morales, no hizo
sino confirmar lo que algunas personas previmos con anticipada premonición, ya en el año 2005: el culto de
la persona, al personaje político, al actor político. Poco después
confirmamos que se estaba fabricando el culto a Evo Morales, más que el culto a
su personalidad.
Me explico. En esa su primera campaña
como candidato a la presidencia de la entonces República de Bolivia, la mitad
de la población boliviana, militantes del MAS,
asesores internos y externos, muchos medios de comunicación y
periodistas, onG, simpatizantes y
afines dedicaron sus esfuerzos al culto de la persona de Evo Morales. Fue una
exitosa construcción mediática del personaje, tanto así, que ganó esas
elecciones, las únicas limpias en 8 años, con 53 % y un algo más o menos largo de votos.
Acorde con la doctrina del socialismo
del siglo XXI, Morales aprendió rápidamente el discurso radical contra el
sistema de los llamados ‘tradicionales’ partidos políticos y sus dirigentes,
contra la derecha y el neoliberalismo. De la noche a la mañana, su incisivo
aparato de propaganda política lo identificó como primer presidente indio,
defensor de los pueblos indígenas y la Madre Tierra, cuando en su vida sindical
cocalera, nunca se interesó sobre esos temas.
Para la socióloga Silvia Rivera, ella
sí identificada de palabra y obra con el pueblo aymara, libre de toda sospecha derechista o
neoliberal, como descalifica Morales a sus críticos, “No hay nada de indígena
en su forma de ser, ni de percibir. Ni siquiera habla un idioma indígena. Es un
recurso retórico decir que es indígena”, y
sin embargo, una parte de la sociedad boliviana sucumbió ante esa
propaganda masiva que disemina desde hace ocho años la ideología del régimen.
En otras palabras, “el proceso de
cambio” instala en el imaginario colectivo el culto al líder Evo Morales que se
comunica con sus súbditos solo vía el monólogo y el aplauso, amparado en unos
movimientos sociales manipulados por el propio
Morales y una planilla de operadores de diverso rango, vía la prebenda y
el halago.
Una sociedad que le rinde un
extraordinario culto a la persona de su presidente, que debiera ser un cargo
transitorio como en toda sociedad democrática con alternancia del poder político, es una
sociedad donde ha sido desmantelada la institucionalidad, como en Bolivia con
un autoritarismo sin contemplaciones donde se pretende que rija el partido y el
pensamiento únicos. De ahí que Morales y sus conmilitones opten por el
continuismo violentado la vida
institucional democrática y el Presidente, en lugar de ser una persona
que representa una institución: el gobierno, que debiera siempre transitorio,
se convierte en hombre fuerte, poderoso y salvador de la patria. Por eso
reafirma cada vez que tiene oportunidad de hacerlo que “llegaron al poder para quedarse…” El
mensaje detrás del culto al personaje político
Evo Morales es lo más parecido al
absolutista “El Estado soy yo”.
Conquistada la hegemonía política vía
una masiva propaganda plagada de imposturas, como la defensa de la biodiversidad
y de los pueblos indígenas de la que Morales hacía gala, el culto a su persona se convierte en
dominación carismática y autocrática, amén de una desembozada manipulación de
vínculos emocionales que lo convierten en infalible. Así concentra todo
los poderes y los ejerce violentando el
ordenamiento jurídico, desterrando la independencia de poderes y dándole carta
de ciudadanía a la judicialización de la política, mediante procesos inventados
contra sus oponentes, a los que persigue o condena al exilio. Al mismo tiempo,
rechaza el diálogo político porque no acepta la pluralidad de partidos y más
bien descalifica sin rubor a sus
adversarios, que tras ocho años del régimen de Morales parecen diezmados como
un campo después de una batalla. La
batalla democrática, desde luego, para desterrar la pretensión del partido
único de Morales y los suyos, a quienes les molesta el pensamiento libre, la
critica y la libertad de prensa, valores
democráticos que no condicen con el culto a su persona sin contemplaciones.
De ahí que Morales se de el lujo de no
rendir cuentas ni transparentar los gastos públicos, compre aviones y helicópteros, y gaste dinero
del erario nacional como si fuese propio, mientras la corrupción ronda ribetes
de “riesgo extremo”, según estudios de Global Risk Analytics. La clasificación
de ese estudio va de más a menos corruptos en el siguiente orden: “riesgo
extremo”, “alto riesgo”, “riesgo medio” y “bajo riesgo”. En Sudamérica, sólo
Bolivia compite con Venezuela en este campo ruin y devastador de la política.
El adulador-escribiente del guion
sobre la vida de Evo Morales ¿tomará en cuenta este abrumador dato, o más bien
lo obviará, para afianzar ese culto patológico que le arrebata a Bolivia su
vida institucional democrática, la práctica política entre diversos y el
derecho a la crítica sin temor a ser judicializado? ¿Hablará de la doble
condición de Evo Morales presidente, tanto del hoy llamado Estado Plurinacional
y al mismo tiempo presidente de las poderosas
6 Federaciones de Cocaleros del Trópico de Cochabamba, campesinos cultivadores
de la hoja de coca materia prima que alimenta el narcotráfico?
Damos por descontado que quien quiera
que escriba el guión de la telenovela, le rendirá culto a la persona de Evo
Morales.
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