Publicado por Ludmila Vinogradoff el ene 26, 2014
Pedro Gutierrez, un joven mecánico de
Puerto La Cruz, al oriente de Venezuela, se sorprendió al ver gente durmiendo
en la calle. “Eran las 9 de la noche cuando pasé por el Bicentenario de
Guaraguao y vi una multitud
haciendo camping con colchonetas,
sábanas y almohadas para dormir en la
calzada y ser los primeros en la fila cuando abrieran en la mañana el
supermercado”.
Ya de día Pedro, que es muy curioso,
se detuvo a preguntar el motivo de la cola. “No sé”, le respondió una señora de
mediana edad, “a lo mejor traen leche o pollo”, dijo al referirse a un camión
que vieron en la mañana descargando mercadería.
Alrededor de los supermercados del
gobierno llamados Bicentenario y PDVAL hay un fuerte olor a orine por las
largas esperas en la calle. Pero además se producen enfrentamientos y peleas
entre los clientes. Más de uno ha salido
golpeado por los empujones y pisotones.
El
problema del racionamiento.
Pedro es muy observador. En la fila de
entrada al supermercado siempre hay un grupo de “agitadores” que para soltarse
o colearse la cola inventa una “trifulca” para sorprender. “Son unos
comediantes espontáneos, inventan una pelea para entrar y ser los primeros para
no hacer cola”.
La
gente que hace cola en el supermercado Unicasa es la misma que va al
Central Madeirense. “Siempre hay un grupo de mujeres -las mujeres de tercera
edad, que tienen preferencia- las que
hacen las colas. Pero se cambian las camisetas y vuelven hacer las colas. Y hay
otras esperando en la puerta que cobran 10 bolívares por guardan las bolsas.
Las mujeres vuelven hacer las colas dos y tres veces al día.”
Estas personas revenden los productos
regulados y escasos en sus casas, en las barriadas populares, tres y cuatro
veces más caro que en los supermercados. Así funciona el mercado negro de los
alimentos. Y el de los electrodomésticos y de vehículos también. Las
transacciones se hacen en plena calle a la vista de todo el mundo.
Pero el mercado negro de los dólares,
mejor conocido como el de las “lechugas verdes”, es menos visible. Las
operaciones se hacen discretamente entre gente conocida y recomendada. Hay que
tener cuentas en divisas en un banco en el exterior. Los turistas pueden
cambiar en las agencias de cambio o bancos locales pero al cambio oficial de
11,30, pero nadie lo hace porque prefieren cambiar en el mercado paralelo que
ya se disparó a 78 bolívares por cada lechuga tan pronto Maduro devaluó la
moneda.
El desabastecimiento de productos,
medicinas, electrodomésticos, repuestos
automotrices y alimentos se ha extendido
a todos los niveles lo que ha permitido la proliferación del mercado negro. Los
venezolanos viven en carne propia la miseria de tener que acudir al contrabando,
el comercio sumergido e ilegal para poder subsistir.
El economista José Guerra sostiene que
las nuevas medidas cambiarias anunciadas por Nicolás Maduro van a agudizar la
escasez que ya de por si es desesperante.
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