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domingo, 26 de enero de 2014

Siria y la conferencia de Suiza

Álvaro Vargas Llosa VIERNES 24 DE ENERO DE 2014

Es comprensible el pesimismo generalizado -entre los buenos, los malos y los hermafroditas morales- en torno a la conferencia que reúne en Suiza al gobierno sirio, la resistencia y una treintena de países. Todos saben que el objetivo expreso, es decir establecer una administración aceptada por los bandos enfrentados, choca con una realidad maciza. Ni el gobierno, que ha logrado fortalecerse, va a aceptar la salida de Assad, ni la oposición, que está dividida en todo menos en el deseo de expulsar al tirano del poder, va a participar en un proceso de transición que lo incluya a él.

Los procesos de paz exigen, por lo general, una de dos condiciones: que una de las partes tenga una ventaja considerable en el terreno que obligue a la otra a aceptar una porción de lo que antes era inaceptable o que uno de los bandos cuente con un frente muy unido de patrocinadores internacionales capaces de inclinar la balanza. Cuando no se dan estas condiciones, lo normal es que la guerra se prolongue décadas (la de Líbano, por ejemplo) o que una intervención militar acabe con el régimen que no era posible derrocar de otro modo (Slobodan Milosevic o, más recientemente, Muammar Gaddafi).

En Siria, el gobierno controla mucho territorio todavía, pero en el norte y el noroeste (cerca de la frontera con Turquía) y en el este (no lejos del límite con Irak), así como en ciertos suburbios de Damasco, la oposición se ha hecho fuerte. Por tanto, no hay aún un poderoso incentivo militar para que una de las partes ceda.

De otro lado, no hay un frente internacional unido contra Assad. El papel de Rusia e Irán (y, mucho más indirectamente, China) ha sido crucial para la supervivencia de Assad. No sólo eso: la división de la oposición -un arco que va desde grupos razonables como la Coalición Nacional Siria, representada en la conferencia de Suiza, hasta el terrorismo del Frente Al Nusra o del Estado Islámico de Irak y la Gran Siria (ambos cercanos a Al Qaeda)- ha complicado las cosas a la comunidad internacional. Mientras que Arabia Saudita hace malabares para financiar a la Coalición y a las milicias agrupadas en el Frente Islámico, de tendencia algo más moderada, sin que el dinero acabe en manos de yijadismo, Estados Unidos es cada vez más reticente a respaldar materialmente a nadie por temor a una repetición del efecto “blowback” que experimentó tras su respaldo a los “mujahidín” en Afganistán en su día.

El conflicto dura ya tres años y ha producido 130 mil muertos, 10 mil de ellos niños, y poco menos de tres millones de refugiados, pero ninguna de las partes parece extenuada. Lo está la población, no los protagonistas.

Todo esto es una forma de decir: estamos lejos, por ahora, de un escenario que haga viable una administración transicional hacia la sensatez. Lo cual no implica que la conferencia de Suiza no es valiosa. Lo es: aumenta la presión sobre Assad, refuerza al segmento más decoroso de la Resistencia y reúne por primera vez cara a cara a los enemigos, algo que tarde o temprano, en un conflicto que no se resuelve del todo por la vía militar, es inevitable.

A lo que se puede aspirar, por ahora, siendo realistas, es a que Suiza produzca un alto el fuego en la mayor parte del territorio, a que eso permita actuar a las agencias humanitarias y a que amaine la sangría mientras se sigue negociando. Si lograra eso, se habrá logrado un mundo. Lograr más pertenece al mundo de la ilusión.    



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