Álvaro Vargas Llosa VIERNES 24 DE ENERO DE 2014
Es comprensible el pesimismo
generalizado -entre los buenos, los malos y los hermafroditas morales- en torno
a la conferencia que reúne en Suiza al gobierno sirio, la resistencia y una
treintena de países. Todos saben que el objetivo expreso, es decir establecer
una administración aceptada por los bandos enfrentados, choca con una realidad
maciza. Ni el gobierno, que ha logrado fortalecerse, va a aceptar la salida de
Assad, ni la oposición, que está dividida en todo menos en el deseo de expulsar
al tirano del poder, va a participar en un proceso de transición que lo incluya
a él.
Los procesos de paz exigen, por lo
general, una de dos condiciones: que una de las partes tenga una ventaja
considerable en el terreno que obligue a la otra a aceptar una porción de lo
que antes era inaceptable o que uno de los bandos cuente con un frente muy
unido de patrocinadores internacionales capaces de inclinar la balanza. Cuando
no se dan estas condiciones, lo normal es que la guerra se prolongue décadas
(la de Líbano, por ejemplo) o que una intervención militar acabe con el régimen
que no era posible derrocar de otro modo (Slobodan Milosevic o, más
recientemente, Muammar Gaddafi).
En Siria, el gobierno controla mucho
territorio todavía, pero en el norte y el noroeste (cerca de la frontera con
Turquía) y en el este (no lejos del límite con Irak), así como en ciertos
suburbios de Damasco, la oposición se ha hecho fuerte. Por tanto, no hay aún un
poderoso incentivo militar para que una de las partes ceda.
De otro lado, no hay un frente
internacional unido contra Assad. El papel de Rusia e Irán (y, mucho más
indirectamente, China) ha sido crucial para la supervivencia de Assad. No sólo
eso: la división de la oposición -un arco que va desde grupos razonables como
la Coalición Nacional Siria, representada en la conferencia de Suiza, hasta el
terrorismo del Frente Al Nusra o del Estado Islámico de Irak y la Gran Siria
(ambos cercanos a Al Qaeda)- ha complicado las cosas a la comunidad
internacional. Mientras que Arabia Saudita hace malabares para financiar a la
Coalición y a las milicias agrupadas en el Frente Islámico, de tendencia algo
más moderada, sin que el dinero acabe en manos de yijadismo, Estados Unidos es
cada vez más reticente a respaldar materialmente a nadie por temor a una
repetición del efecto “blowback” que experimentó tras su respaldo a los
“mujahidín” en Afganistán en su día.
El conflicto dura ya tres años y ha
producido 130 mil muertos, 10 mil de ellos niños, y poco menos de tres millones
de refugiados, pero ninguna de las partes parece extenuada. Lo está la
población, no los protagonistas.
Todo esto es una forma de decir:
estamos lejos, por ahora, de un escenario que haga viable una administración
transicional hacia la sensatez. Lo cual no implica que la conferencia de Suiza
no es valiosa. Lo es: aumenta la presión sobre Assad, refuerza al segmento más
decoroso de la Resistencia y reúne por primera vez cara a cara a los enemigos,
algo que tarde o temprano, en un conflicto que no se resuelve del todo por la
vía militar, es inevitable.
A lo que se puede aspirar, por ahora,
siendo realistas, es a que Suiza produzca un alto el fuego en la mayor parte
del territorio, a que eso permita actuar a las agencias humanitarias y a que
amaine la sangría mientras se sigue negociando. Si lograra eso, se habrá
logrado un mundo. Lograr más pertenece al mundo de la ilusión.
Tomado de: http://voces.latercera.com/2014/01/24/alvaro-vargas-llosa/siria-y-la-conferencia-de-suiza/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico