RAFAEL LUCIANI sábado 18 de enero de 2014
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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Jesús creyó que los
cambios obligan a discernir las formas de hablar, actuar y orar en libertad
Solo las personas que han logrado
generar procesos de inclusión social y prácticas de reconciliación
políticas, permanecen en la memoria colectiva como aquellas que aprendieron
a sobreponerse a las difíciles coyunturas vividas, buscando siempre un bien
mayor que beneficiara a todos, con palabras y actitudes que sacaran lo mejor de
su humanidad.
Jesús porta ese perfil. En su propuesta no hay espacio para la discriminación personal, la exclusión social, el apartheid político o el edulcorado religioso. Su mensaje atraía porque no actuaba como aquellos que despreciaban a otros por pensar diversamente, tener otras creencias o no compartir expectativas similares.
Hoy sus palabras siguen incomodando porque Él hizo ver cómo el verdadero cambio nace de la inclusión de los rechazados y olvidados: prostitutas, eunucos, viudas, leprosos, encarcelados (Lc 4,18.25-28); es a ellos a quienes se acercó y amó primero, porque eran discriminados a causa de su condición moral sexual -prostitutas y eunucos (Mt 19,12; 21,32)-, el incumplimiento de normas religiosas -pecadores y enfermos (Mc 2,17)- o adhesiones políticas -colaboracionistas (Mc 8,5ss; Lc 18,9ss). Jesús no hizo grandes discursos sobre la inclusión, pero la practicó colocando como centro del mundo al ser humano (Mc 2,27-28) en razón de su dignidad.
Para su obra de inclusión Jesús tuvo que rechazar la noción de poder como ejercicio de un acto regio, impuesto por medio de la derrota y la humillación del adversario, en nombre de una ideología política o una creencia religiosa, y por encima del hombre y su bien común. Criticó a los que absolutizaban el poder: sacerdotes, saduceos, herodianos, zelotas, romanos, y entendió el poder como servicio (Lc 22,25-27) a los enfermos, pobres, pecadores y, especialmente, a las «víctimas» de los sistemas dominantes (Mt 5,10), de ahí su distanciamiento de los movimientos revolucionarios.
Aun cuando sus palabras invitaban a replantear estilos de vida y modelos sociales, nunca usó discursos violentos ni fomentó enfrentamientos; rechazó «la paz de las armas» y promovió la justicia y la libertad como caminos hacia la paz (Mt 6,33). Por eso, el pueblo reconoció en Él a un verdadero maestro, digno de confianza, a diferencia de Caifás, Herodes Antipas o César.
Pero Jesús no practicó la inclusión de cualquier modo. Él creyó que los cambios obligan a discernir las formas de hablar, actuar y orar en libertad. La inclusión se promueve pero no se impone, pues acaba en resentimiento. La clave está en la compasión fraterna que genera solidaridad. No es un camino fácil. Él mismo se cansaba (Jn 4,6) retirándose (Lc 4,42-43) ante la tentación del carrerismo religioso y político de quienes no lo acompañaban en su deseo de inclusión hacia la construcción de una sociedad justa.
Jesús no ofrece una alternativa, sino algo nuevo, cuyo impacto quedará en la memoria de sus seguidores como un gran reto.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140118/jesus-y-el-desafio-de-la-inclusion
Jesús porta ese perfil. En su propuesta no hay espacio para la discriminación personal, la exclusión social, el apartheid político o el edulcorado religioso. Su mensaje atraía porque no actuaba como aquellos que despreciaban a otros por pensar diversamente, tener otras creencias o no compartir expectativas similares.
Hoy sus palabras siguen incomodando porque Él hizo ver cómo el verdadero cambio nace de la inclusión de los rechazados y olvidados: prostitutas, eunucos, viudas, leprosos, encarcelados (Lc 4,18.25-28); es a ellos a quienes se acercó y amó primero, porque eran discriminados a causa de su condición moral sexual -prostitutas y eunucos (Mt 19,12; 21,32)-, el incumplimiento de normas religiosas -pecadores y enfermos (Mc 2,17)- o adhesiones políticas -colaboracionistas (Mc 8,5ss; Lc 18,9ss). Jesús no hizo grandes discursos sobre la inclusión, pero la practicó colocando como centro del mundo al ser humano (Mc 2,27-28) en razón de su dignidad.
Para su obra de inclusión Jesús tuvo que rechazar la noción de poder como ejercicio de un acto regio, impuesto por medio de la derrota y la humillación del adversario, en nombre de una ideología política o una creencia religiosa, y por encima del hombre y su bien común. Criticó a los que absolutizaban el poder: sacerdotes, saduceos, herodianos, zelotas, romanos, y entendió el poder como servicio (Lc 22,25-27) a los enfermos, pobres, pecadores y, especialmente, a las «víctimas» de los sistemas dominantes (Mt 5,10), de ahí su distanciamiento de los movimientos revolucionarios.
Aun cuando sus palabras invitaban a replantear estilos de vida y modelos sociales, nunca usó discursos violentos ni fomentó enfrentamientos; rechazó «la paz de las armas» y promovió la justicia y la libertad como caminos hacia la paz (Mt 6,33). Por eso, el pueblo reconoció en Él a un verdadero maestro, digno de confianza, a diferencia de Caifás, Herodes Antipas o César.
Pero Jesús no practicó la inclusión de cualquier modo. Él creyó que los cambios obligan a discernir las formas de hablar, actuar y orar en libertad. La inclusión se promueve pero no se impone, pues acaba en resentimiento. La clave está en la compasión fraterna que genera solidaridad. No es un camino fácil. Él mismo se cansaba (Jn 4,6) retirándose (Lc 4,42-43) ante la tentación del carrerismo religioso y político de quienes no lo acompañaban en su deseo de inclusión hacia la construcción de una sociedad justa.
Jesús no ofrece una alternativa, sino algo nuevo, cuyo impacto quedará en la memoria de sus seguidores como un gran reto.
Tomado de: http://www.eluniversal.com/opinion/140118/jesus-y-el-desafio-de-la-inclusion
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