Por Enrique Standish, el Lunes, enero 27, 2014
Estupidez, negligencia y
corrupción guían al país hacia un Estado fallido
Los viajeros regresan a Venezuela
cargados de papel higiénico, harina de maíz y azúcar en sus maletas, porque
conseguir estos bienes en Caracas y otras ciudades se ha transformado en una
búsqueda del tesoro. Un país donde en una época los automercados eran los más
modernos y grandes de Latinoamérica, ahora se llenan de largas colas de
clientes esperando por la tan anhelada llegada de la leche.
La industria automotriz lleva bastante
tiempo en Venezuela. GM instaló su primera planta ensambladora en el país en
1948 y Ford lleva funcionando más de 50 años. La producción de vehículos
alcanzó 400.000 unidades a principios de este siglo, en una época el país pudo
presumir de tener la única planta ensambladora de Mercedes Benz fuera de
Alemania. Ahora, las plantas están prácticamente paralizadas y los conductores
deben hacer colas por horas para poder comprar las pocas baterías de autos que
hay disponibles.
Qué esto suceda en un país con un
Producto Bruto de US$500 mil millones, incluyendo US$100 mil millones de
ingreso petrolero, es algo casi increíble. Venezuela está lejos de ser una
irrelevante economía en quiebra como Cuba, pero se acerca rápidamente a correr
con la misma suerte.
A finales del año pasado, el Presidente
Nicolás Maduro anunció al mundo que su país enfrentaba una “Guerra Económica”,
presuntamente declarada por los Estados Unidos y sus “lacayos” del sector
privado venezolano. El mandatario culpó a comerciantes, banqueros y los
empresarios en general por los males económicos del país.
La verdad es que Venezuela enfrenta la
bancarrota y el caos debido al mayor saqueo de la historia — oficialmente
avalado por un gobierno —, desde que Boris Yeltsin permitió a los oligarcas rusos
robar los bienes del país.
Hugo Chávez buscó instalar una
economía socialista en Venezuela, bajo la tutela de su sucesor: miles de
empresas, fincas y haciendas ganaderas fueron nacionalizadas o simplemente
decomisadas sin ningún pago a cambio. La convicción era que a través de esta
red de empresas nacionalizadas, los productos podrían ser ofrecidos a las masas
a un precio más económico, sin las “ganancias exacerbadas” del sector privado.
El resultado fue la drástica reducción
de la producción y el colapso de estas empresas, que en algún momento fueron
exitosas. Las empresas nacionalizadas están en tan mal estado que ahora solo
servirían para hacer chatarra.
En su desesperación ante el colapso
productivo, el gobierno creó una elaborada red de empresas estatales encargadas
de importar los bienes que anteriormente producía el sector privado. Ahora,
cientos de designados políticos están a cargo de importar miles de millones de
dólares en productos, desde trigo y maíz hasta celulares, aparatos médicos y
plantas eléctricas.
La corrupción resultante está batiendo
todos los récords a nivel mundial, al punto de empequeñecer el caso ruso. Desde
el 2005, los organismos gubernamentales de Venezuela han gastado casi US$400
mil millones en importaciones a unos precios inmensamente inflados, sumado a
unas comisiones exorbitantes para los intermediarios de siempre. Los
funcionarios y sus allegados, quienes se están convirtiendo en los hombres más
ricos del planeta, disfrutan de la protección del gobierno mientras que sus actividades
son ignoradas por los mismos gobiernos de países desarrollados que
presuntamente luchan contra la corrupción y el lavado de dinero en el resto del
mundo.
Peor aún, Venezuela ha suministrado
petróleo a precios increíblemente bajos, a través de un acuerdo de 30 años, con
su club ideológico de países amigos en América Central y el Caribe, incluyendo
Cuba. Desde el 2004, esta práctica le ha costado a Venezuela US$30 mil millones
en ingreso perdido.
Además, los chavistas han perdonado la
deuda de muchos de estos países. Han permitido, por ejemplo, que Jamaica pague
sus deudas enviando cientos de maestros de inglés para enseñar en Venezuela,
mientras que Cuba ha pagado las suyas enviando entrenadores para deportes
olímpicos y asesores económicos. ¡Ningún escritor de ficción podría haber
creado una historia tan fantástica como ésta! Realmente, la realidad supera la
ficción.
Pero el premio para la peor práctica
que llevará a Venezuela hacia el suicidio económico se lo lleva el hecho que
los chavistas hayan logrado diseñar el peor acuerdo comercial desde que los
indios aceptaron vender su oro a cambio de los espejitos que ofrecían los
conquistadores españoles.
Hace dos años Hugo Chávez anunció
victoriosamente que China le prestaría a Venezuela US$40 mil millones de
dólares, los cuales serían pagados con entregas de petróleo. Un análisis
detallado de este acuerdo demostró más tarde cómo los chinos se aprovecharon de
la ignorancia económica de los chavistas.
En realidad, nunca hubo ningún
préstamo que pudiese llamarse como tal. Hubo un adelanto de fondos que fue
pagado por Venezuela en tan solo meses. Desde ese momento, Venezuela ha enviado
petróleo valorado en decenas de miles de millones de dólares a China, mientras
que China garantiza importaciones de Venezuela con algunos proveedores. Un
corte de cuenta en cualquier momento arroja saldos favorables a Venezuela de
decenas de miles de millones de dólares. En realidad los chinos ahora están recibiendo parte de su
petróleo gratis, sin desembolsar un centavo,
mientras que Venezuela tiene miles de millones dólares congelados en
cuentas bancarias chinas.
La estupidez pura, negligencia y
descarada corrupción de estas acciones podría explicar perfectamente los
tiempos difíciles que vive Venezuela. Sin embargo, la situación se pondrá peor.
Maduro, siguiendo los consejos de sus
amigos cubanos y un gabinete lleno de ideólogos marxistas y charlatanes
que dicen saber de economía, ha decidido que la actual escasez de divisas
en Venezuela y el consecuente desabastecimiento en bienes de primera necesidad
e inflación (la más alta del mundo en el 2013) puede ser
solucionada con mayores controles gubernamentales sobre el sector privado.
Además ha decidido sustituir las actividades de las empresas privadas y sus
generaciones de experticia especializada por nuevos organismos gubernamentales.
Increíblemente, a pesar del hecho de
que casi el 70% de divisas de Venezuela son asignadas a organismos
gubernamentales, Maduro cree firmemente que el desabastecimiento es culpa de la
“guerra económica” iniciada por el sector privado.
Mientras tanto, el gobierno ha dejado
de asignar divisas a empresas que hasta ahora han sido quienes han suministrado
al país bienes y servicios básicos. El gobierno ahoradebe miles de millones de dólares a aerolíneas que han
vendido sus pasajes en Venezuela, mientras que debe decenas de miles de
millones a empresas por importaciones de materia prima y bienes terminados. Sin
la asignación de dólares por parte del gobierno muchas de estas empresas no han
podido pagarles a los proveedores, y por lo tanto, han perdido sus líneas de
crédito.
Recientemente el gobierno venezolano
anunció nuevas regulaciones que harán todavía más difícil poder funcionar a
aquellas empresas que todavía se mantienen privadas. Una infinidad de
nuevos mecanismos deben cumplirse con cientos de nuevos permisos y regulaciones
que es requisito obtener para que las preciadas divisas sean asignadas para
nuevas importaciones.
Al mismo tiempo, la Asamblea Nacional,
prácticamente de Maduro, aprobó la “Ley de Costos, Precios y Ganancias Justas”
con la expresa intención de limitar las ganancias de todas las
empresas en el país. Uno solo puede imaginarse la carcajada de los profesores
de economía alrededor del mundo al conocer el título de esta ley.
Evidentemente el resultado de toda
esta locura será ruina y más caos. Solo es cuestión de tiempo para que la
economía de Venezuela colapse; y si el precio del petróleo baja, es probable
que Venezuela se convierta en un Estado fallido al estilo Somalia o el Congo,
otro ejemplo de otro mesías autoproclamado tratando de alcanzar el paraíso
socialista. Es lamentable que algunos venezolanos inevitablemente fallecerán
como resultado de este acelerado proceso hacia la ruina. Ellos se unirán a las
millones de vidas perdidas durante la Rusia de Lenín y la China de Mao, cuando
sus líderes intentaron aplicar estas mismas ideas.
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