VLADIMIRO MUJICA 16 de enero de 2014
Casi se puede afirmar
que en Venezuela se ve, se oye y se lee lo que al gobierno le conviene. El
control que ejerce el Ejecutivo es el medio privilegiado para la fábrica de
realidades impostoras. La hegemonía comunicacional anunciada hace ya un tiempo
es un triunfo casi absoluto
La imposición de una realidad a la
medida, concebida por el Gobierno y sus agentes y presentada a los venezolanos
como sustitutiva de la realidad objetiva que agobia al país es un hecho que se
ha ido colando en nuestras existencias como un morbo parasitario de la vida de
los ciudadanos.
El control que el oficialismo ejerce
sobre los medios de comunicación es el medio privilegiado para la fábrica de
realidades impostoras, pero está lejos de ser el único.
La ausencia de información confiable
de instituciones públicas fundamentales como PDVSA y el BCV, unida a la
práctica de fabricación de estadísticas sobre materias como la criminalidad y
el desempleo, conforman una política deliberada de opacidad sobre el estado de
la nación y la conducta del poder público.
La hegemonía comunicacional, anunciada
hace algún tiempo atrás como un objetivo esencial del régimen por Andrés
Izarra, una de los sempiternos ministros rotantes del gabinete ejecutivo, es un
triunfo alcanzado de manera casi absoluta por las fuerzas del oscurantismo
patriotero entronizado en Venezuela desde hace más de 15 años.
Casi puede afirmarse que en Venezuela
se escucha, se lee y se ve lo que al Gobierno le conviene. Lo que de realidad
objetiva sigue presentándose se va achicando paulatinamente como una gota de
agua en una superficie caliente y su precaria existencia se debe tanto al
inevitable contacto entre la gente por vía oral o a través de Internet y los
teléfonos, como a los pocos medios de comunicación independiente que aun
sobreviven a la cacería decretada por el Gobierno o a su propia autocensura.
Esta hegemonía comunicacional es
singularmente importante y juega un rol central en el esquema de dominación de
la sociedad que pretende el chavismo.
Frente a ella, la alternativa
democrática debe plantearse la difícil tarea de continuar ejerciendo la acción
política en una situación de perniciosa invisibilidad en los medios de
comunicación combinada con el ataque artero a sus líderes y acciones por parte
de los voceros oficialistas para consumo de la porción de la población que
escucha, lee y ve las letanías agresivas de los dirigentes del chavismo sobre
todo lo que huela a disidencia.
El mismo problema que se le está
planteando a los venezolanos ha sido enfrentado en otras sociedades aún más
represivas y ha sido resuelto de manera relativamente exitosa.
El primer ingrediente de la respuesta
es la convicción del liderazgo opositor acerca de la impostergable necesidad de
integrar la acción de rebeldía democrática, expresada en la protesta social
pacífica, con el ejercicio del voto.
Mientras esta acción dual no termine
de expresarse nada esencial va a cambiar en Venezuela, con excepción del avance
de la postura autoritaria del régimen. El segundo elemento es la constitución
de redes sociales y de acción política cuya comunicación no dependa de los
medios sino de canales controlados por personas.
Esa red de activistas puede llegar a
ser muy numerosa, como lo demostraron en su momento las estimaciones que
realizó la Gente del Petróleo cuando propusieron su iniciativa de la Red de
Energía E+. Una idea quizás prematura en ese entonces pero a la que
probablemente le ha llegado su momento.
El tercer componente de la trilogía de
acciones para enfrentar el cerco comunicacional y la invisibilidad a la que
pretende condenarnos el chavismo es garantizar que las acciones de calle y las
protestas obedezcan a una cuidadosa planificación y estrategia que le impida al
Gobierno abortarlas sin tener que recurrir a un uso sustancial de la fuerza
pública.
En su momento, estas acciones se
podrían potenciar con la exposición ante los medios internacionales, algo que
ha jugado un papel clave en otras latitudes. Uno se puede imaginar lo que sería
una movilización nacional contra la violencia y el crimen, o para salvar las
empresas de Guayana y defender los recursos del país de la voracidad
imperialista de China y Rusia, concebida bajo estos parámetros, para entender
lo difícil que le sería al régimen silenciar la protesta.
Un elemento esencial de esta
estrategia deben ser los representantes del pueblo elegidos por el voto
popular: alcaldes, gobernadores y concejales, quienes tienen la responsabilidad
inalienable de defender la Constitución y exigir, no mendigar, que el ejecutivo
central desista de su pretensión de nombrar protectorados para desconocer la
voluntad popular.
Aunque no parezca obvio, en esta
estrategia de combinar rebeldía civil con acción electoral, juegan también un
papel central las fuerzas políticas que han estado insistiendo en la necesidad
de reconciliar al país.
Ello es así porque el chavismo no
tiene absolutamente ninguna necesidad de participar en movimientos de
reconciliación hasta que sienta su poder bajo una amenaza real y creíble.
Mientras esto no ocurra el país continuará siendo gobernado por la oligarquía
que insiste en desconocer la existencia de la otra mitad de la nación.
Solamente cuando el país se les haga
ingobernable tanto por su propia mediocridad y corrupción como por la protesta
de la gente, tendrá sentido plantearse un encuentro nacional por la vía de una
Asamblea Constituyente o de otro evento unificador. Mientras tanto queda mucho
trecho por recorrer para enfrentar el cerco comunicacional y la imposición de
la realidad a la medida que pretende la oligarquía chavista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico