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martes, 14 de enero de 2014

Hablemos de Venezuela, por Oleñka



Reflexiones de Venezolanos que viven o vivieron en el exterior, parte 3

Por Oleñka., 09/01/2014

Esta mañana abrí los ojos antes de que el despertador sonara.

Sabía que era la inquietud.

Respiré hondo y a mi cabeza vino la imagen de cómo me despertaba cuando era niña. Durante todos mis años en la escuela nunca me despertó el despertador, quizás es por eso que detesto esos aparatejos. A mí me despertaba Radio Transmundial y el programa matutino de Andrés Morejón Chinea y Saturno Colmenares. Mi abuela estaba casi siempre a mis pies, orando de rodillas. Lo siguiente era su sonrisa y su “Mija, ¿cómo quieres la arepita?”. Luego de desayunar y alistarnos la abuela y yo recorríamos unos 10 kms en bicicleta, ella me llevaba a mí a la escuela en un Higuerote pequeñito, idílico en el que casi no vivía nadie. Nunca tuvimos miedo, íbamos cargadas en la bicicleta y nadie nunca…ni una mala mirada.

Yo vivía con mi abuela en una casa enorme, demasiado grande quizás para dos solitarias. Hasta teníamos un conuco en el que echábamos la tarde después de la siesta. La puerta de esa enorme casa colonial estaba abierta todo el día, mi abuela no concebía que la gente viera la puerta cerrada. ¡Cuántas noches esa puerta durmió abierta! Y sólo éramos una anciana y su nieta y nadie nunca…ni una mala mirada.

Esta mañana cuando el rocío invernal se posaba sobre los árboles secos que veía desde mi ventana recordé esa casa en la que una vez también vivió mi abuelo. Él murió joven, estaba sentenciado con su cirrosis, sabía que moriría. Él fue el primero que me enseñó algo sobre la muerte. Machalengo me decía siempre “Hija al que le toca, le toca. El día que te toca, hagas lo que hagas te toca”. Hoy, al recordar mi infancia, Higuerote, la abuela, la puerta abierta, la bicicleta, Machalengo también recordé esa frase y es entonces cuando junto a la lágrima que me recorría el rostro quise preguntarle al abuelo -¿cómo es posible que a tanta gente en Venezuela le toque tan rápido?, -Abuelo, yo creo más bien que en Venezuela como que a todo el mundo le tocó y los que vuelven a casa cada día es porque sacaron un premio adicional que les permite vivir un ratico más.

Me espeluznó el pensamiento, me abordó la tristeza.

Hace tiempo que guardo silencio social sobre las muchas cosas que pasan en Venezuela, quizás demasiado tiempo para que el nudo en la garganta sofoque y asfixie. Con el paso de estos diez años en los que vivo fuera de mi país he ido adquiriendo una capacidad de callarme, como si sintiera culpa de estar fuera, como si cada vez que necesito opinar me asalta la frase de mi sobrino de 11 años “Tía, esto hay que vivirlo”. Es cierto, yo puedo volver sola a casa caminando sin importar la hora que sea, puedo respetar la luz de los semáforos por la noche, puedo sacar dinero de un cajero sin aplicar ningún operativo, y los amigos cuando me dejan en casa no necesitan esperar hasta que entre y cierre la puerta. Claro que me han robado alguna vez, pero tienen tanto arte que ni siquiera me di cuenta, y lo primero que dije fue “ojalá así te robaran en Venezuela”. Pero esos días en los que el nudo se te expande por el cuerpo, se vuelve tristeza marina y dices “para qué levantarse”, entonces, te permites hablar, y da igual cuál es el desencadenante porque tú hace tiempo que temes las llamadas de madrugada y que pides al cielo que sea tu hermano que se rascó en una parrilla otra vez y te llama para decirte “hermanita, te quiero”; hace tiempo que te estremeces con las noticias escabrosas de un lugar al que pertenecías, y del que siempre te has sentido orgullosa. Entonces quieres hablar.

Leí ayer en las redes sociales mensajes de amigos que conocían a las últimas muertes tristes y famosas de Venezuela, los leía con tristeza y se me acumulaban a la pila de mensajes que he leído todos estos años. Muertes horribles e innecesarias se acumulan día a día en Venezuela, todas con dolientes y todas a lo largo del tiempo olvidadas. Leía en El País que Venezuela está conmocionada por la muerte de la Miss y de su novio y yo me pregunto ¿cuándo ha dejado de estar conmocionada? si cada vez las muertes son más inútiles, los crímenes más crueles…encontrar a un profesor universitario en su casa con tres cuchillos clavados en el cuello es más que conmocionante, y yo tampoco he perdido la conmoción por el caso de los Hermanos Faddoul Diab, o por el desapercibido caso de un invidente que asesinaron en Maracaibo para robarle al perro guía, o por el atraco que sufrió el cantante OneShot que lo dejó en coma un tiempo, o por el asesinato de ese joven buenmozo primer novio de mi prima que estudiaba para piloto y que fue asesinado en la puerta de su casa, ni hablar del horrendo crimen del Gordo, ese amigo de la familia que fue asesinado de una forma indescriptible…¿Cuándo hemos dejado de estar conmocionados? Venezuela no puede permitirse no estar conmocionada a diario dejando que la pila acumulada de muertes se haya vuelto inabarcable, peliaguda y difícil de superar.

Hace poco cuando me preguntaban por las maravillas turísticas de Venezuela, que resalto cada vez que puedo, también me señalaban ¿por qué las cosas son así allí? Porque estamos enfermos, respondí. Creo que hay algo en Venezuela que se enfermó hace muchos años y la quimioterapia que se ha aplicado no ha hecho si no gangrenarse. Hay algo podrido que consume al venezolano día a día, hora a hora, minuto a minuto, y aunque intentemos ser positivos hoy pensaremos que es necesario hacer algo y mañana la supervivencia seguirá. Cuando lo piensas, entonces, no quieres salir de tu cama, otra vez.

De la enfermedad participamos todos, quizás unos más que otros, quizás todos por igual. Ya ni somos tan guapos, ni somos tan ricos, ni somos el país más feliz del mundo. Somos crueles, vivos, buscamos las trampas de las leyes, da igual que tengamos maravillas naturales en cada rincón ya que dejamos nuestra porquería por doquier, inundamos las playas de música imposible y si nos vamos a la Sábana a pasar 31 nos interesa llenar el carro de los cohetes más explosivos así todos los anímales se dan cuenta de que hemos llegado, somos “guiseros”, raspamos tarjetas, no sabemos lo que es el respeto y nos matamos entre nosotros.

Quizás deberíamos salir todos a la calle y al reconocernos en ese espejo horrible echarnos a llorar sin parar por esta realidad, deberíamos inundar las calles de las ciudades con llanto de reconocimiento para que se vuelva diluvio que se lo lleve todo y no haya nada más…y volver a todo empezar. Empezar a construir un país más justo en el que disfrutemos de sembrar el campo, de investigar energías nuevas que nos hagan mandar el petróleo pal sipote, que nos hagan montar cuadrillas de limpieza de la Sábana, que nos haga tener ganas de conocer de cerca a los indígenas, que lo que se le clave a los profesores sean las ganas de seguir educando muchachos para el futuro y sobre todo que nos ayuden a limpiarnos de esta necesidad de corotos que no tenemos ni dónde poner. Y si al menos no podemos lograr eso, al menos, entonces que se robe sin matar a mansalva.

La vida es un milagro maravilloso, indescriptible, en Venezuela parece que la vida es eso que ocurre mientras huyes de cualquiera que se siente con el derecho de quitártela.

Suspiro, respiro…cada año que pasa siento que tengo que redoblar mis oraciones por todos aquellos seres queridos que allí están, hay que seguir intentando que tengan el premio del día y no les toque.

http://borntobearoundtheworld.wordpress.com/2014/01/09/hablemos-de-venezuela-parlons-du-venezuela/

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