Ysrrael Camero 01
de marzo de 2015
Aprovechamos
esta semana para colocarnos en la frontera entre la reflexión histórica, la
antropológica y la filosófica. Continuidad y cambio, persistencia y ruptura
coexisten en toda dinámica de transformación histórica. Nada muere por
completo, nada vive para siempre. El devenir de la historia humana puede ser
percibido de manera diversa si se intenta recorrer las pervivencias escondidas
bajo la superficie cambiante, así como podemos percibir las transformaciones
que lucen evidentes.
El
reto del cambio climático y de las fronteras de la civilización tecnológica, el
auge del fundamentalismo religioso, la crisis de representatividad de las
democracias otrora consolidadas, las crecientes desigualdades sociales y
económicas, el cambio tecnoeconómico que supera las tradicionales fronteras
estatales son fenómenos que nos hablan de tensiones en el proyecto histórico de
la Modernidad que enfrentamos en la actualidad.
LOS TIEMPOS DE LA HISTORIA
Es
importante observar, más allá de los acontecimientos concretos, los movimientos
profundos en diversos niveles. El historiador francés, Fernand Braudel
señalaba, hace algunos años, en su “La historia y las ciencias sociales” que la
historia humana se movía al mismo tiempo a tres velocidades distintas,
repasemos un poco.
En
la superficie se encuentran los acontecimientos concretos, la «histoire
événementielle», que podemos seguir por titulares de prensa y por twitter, un
caótico amasijo de informaciones que parecen relativamente aisladas o
vinculadas con poco sentido y racionalidad, ascienden y caen los gobiernos,
entran y salen ministros, emergen y se disuelven autodenominadas
“revoluciones”. Si nos atenemos exclusivamente a este flujo entenderemos poco,
siendo posible que pasemos abrumados del anonadamiento a la confusión, de la
euforia a la depresión. Para afrontar este cúmulo caótico de información
necesitamos percibir una segunda línea de tiempo por debajo de la plétora de
acontecimientos, debemos atender a la coyuntura.
Las
tendencias que pueden ser rastreadas a lo largo de un tiempo de mediana
duración, lustros o décadas, suficiente tiempo para que lo percibamos cambiando
a lo largo de nuestra vida, pueden ser percibidas como coyunturas.
Probablemente la emergencia de las nuevas tecnologías de información y
comunicación, los cambios en la vida cotidiana vinculados a las nuevas redes
sociales telemáticas, la explosión de internet, el vaivén geopolítico y
geoconómico de Rusia, el crecimiento del precio del petróleo durante las
últimas décadas, el despuntar de los BRICS, incluyendo el ascenso de China y de
la economía del Pacífico, pueden ser percibidas como importantes coyunturas
presentes. Son procesos, tendencias, que rastreamos debajo del titular, que los
economistas y sociólogos perciben con facilidad. El ascenso y declive de la
Venezuela petrolera puede ser percibida desde la perspectiva de la coyuntura
histórica, desde el mediano plazo. Generalmente el grueso de las decisiones de
inversión a largo plazo siguen de cerca estas coyunturas, la tendencia más que
el acontecimiento.
Pero
aún nos falta un tercer nivel de percepción histórica, debajo de la coyuntura
se encuentra la estructura, el magma de
los cambios que se mueve bajo nuestros pies. Son tendencias seculares, que
pueden ser rastreadas a lo largo de los siglos, las lentas transformaciones y
las profundas permanencias, la continuidad cotidiana de las mentalidades, en este
nivel el tiempo avanza con mucha lentitud, pero de manera inexorable,
indetenible, como el agua que lentamente construye un cañón en la piedra, como
el glaciar que penetra en la roca y crea montañas. En tiempos de la historia
humana el proceso de ascenso de la civilización industrial, el proyecto
histórico de la Modernidad, con su racionalidad paradójica, con su individuo
soberano y su horizonte inalcanzable, con su vértigo, el ascenso y crisis del
Estado Moderno como forma de organización del poder pueden ser vistos en este
nivel de análisis.
La
historia estructural, la lectura de largo plazo, nos lleva a percibirnos como
Humanidad, nos obliga a vernos como humanos, porque las fronteras nacionales,
las historias particulares de las sociedades, forman parte justamente de un
tejido humano. A este nivel emergen, se desarrollan y desaparecen naciones,
imperios, Estados, ciudades, etc.
Tener
la capacidad de percibir al mismo tiempo los distintos niveles del tiempo
histórico que se ocultan bajo el acontecimiento nos ayudará a comprender mejor
la sociedad y sus cambios, encontrar nuestro lugar, nos ayuda a determinar el
rol histórico que podemos desarrollar, nos ayuda a darle forma al caos, a
obtener energía para superar las crisis, para colocar nuestras acciones en una
dirección trascendente. De esta manera la conciencia histórica se articula con
la conciencia política, la vocación por comprender y hacer comprender se enlaza
con la vocación por transformar la realidad, por darle forma al futuro.
MODERNIDAD, REPÚBLICA, DEMOCRACIA… Y TERRITORIO
Quizás
el proyecto democrático constituye la expresión más reciente de estas grandes
macrotendencias, inserta dentro del proyecto histórico de la Modernidad, pero
con personalidad propia, con su acumulada experiencia de procedimientos, de
flujos y reflujos, que apenas acumula doscientos años de humano aprendizaje. El
largo andar de la cultura autoritaria, que recorre dominante miles de años de
la historia humana, es asimismo parte de una macrotendencia, viva aún entre
nosotros. Esta historia nos acompaña hoy.
La
crisis actual del paradigma de la democracia realmente existente se enmarca
entonces dentro de una tensión fundamental del proyecto histórico de la
modernidad, la construcción del sujeto moderno, la lucha humana por la
autodeterminación y la autonomía, entendido como un proyecto colectivo de
liberación, que hace del individuo racional, dueño de su destino, su meta y
realización. Esa tensión se expresa también en la percepción del agotamiento
del Estado como concentrador del poder humano hecho política.
No
hay democracia, entendida como forma de ejercicio efectivo de poder marcada por
la igualdad, sin una territorialidad vinculada. La transformación cultural,
económica y social derivada del cambio tecnológico, lo que se denomina
globalización, ha alterado la territorialidad tanto del poder real como de los
sentidos de pertenencia. La modernidad ha avanzado a través de grandes
movimientos colectivos, que expresan la vocación gregaria de la acción humana,
incluso en la constitución de su sujeto individual, que se construye vinculado,
no aislado.
¿Podrá
la democracia realmente existente sobrevivir a la superación o agotamiento del
Estado? ¿Pudo acaso superar el experimento democrático griego la disolución de
la polis? ¿Pudo acaso la República romana superar la conversión de la urbe en
orbe imperial? ¿Cómo puede avanzar el proceso de autodeterminación humana, de
autonomía, al disolverse la territorialidad del ejercicio del poder? ¿Puede la
democracia sobrevivir a las crecientes desigualdades económicas al convertirse
ellas en un desigual acceso al poder efectivo, a la tecnología?
La
exploración de estas interrogantes nos lleva a ubicar mejor las luchas
actuales, que serán las generadoras de las formas políticas, económicas y
sociales del mundo futuro. Eso supera, pero integra, el drama concreto
venezolano, insertándolo dentro de la lucha humana por la autodeterminación,
proyecto que se expresa plenamente en la modernidad, en las nociones y
prácticas de la República y de la ciudadanía democrática. Hacernos las
preguntas correctas, explorarlas con la mente abierta, nos puede conducir a que
el futuro que construyamos se parezca un poco más a nuestros sueños y un poco
menos a nuestras pesadillas.
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