José
Vicente Carrasquero A 10 de junio de 2015
Si una profesión ha florecido en el
obscurantismo de la era chavista es la de hampón en muchas de las ocupaciones
posibles que involucra este oficio. Desde su llegada al poder, el mismísimo
líder rojo manifestó entender que si alguien tenía necesidad de alimentar a sus
hijos, entonces tenía el derecho a robar. Este infeliz comentario vino
acompañado por un vertiginoso crecimiento de la delincuencia y lastimosamente
de la violencia asociada a este tipo de prácticas antisociales.
Destaca el asesinato como el fenómeno
que más se ha desarrollado en el país. La mayoría de las veces por razones
baladíes. Es decir por asuntos sin importancia. Se han reportado asesinatos
porque las personas se resisten al robo, o porque no tenían nada que robarle o,
en muchos casos, porque al malandro simplemente le dio la gana de disponer de
la vida de una persona. En mi opinión, el crecimiento del número de asesinatos
se debe a los altísimos niveles de impunidad que los especialistas ubican en 94
por ciento.
El asesinato en Venezuela es idéntico a
la primitiva práctica de la caza y la recolección. Los depredadores modernos
salen a satisfacer sus necesidades materiales, ya sea de dinero u objetos
convertibles en dinero, a través de un proceso muy parecido al del reino
animal. Ubicar la presa y cazarla, muchas veces causándole la muerte. La
mayoría de estos crímenes no son investigados. Por lo tanto, no hay culpable al
que perseguir. Este asesino considera entonces que su negocio tiene riesgo
mínimo. Y las ganancias son altísimas y libres de todo tipo de impuesto.
Es así como un malviviente o un grupo de
ellos se pueden hacer de vehículos, costosos equipos electrónicos y bienes en
general que después convierten en dinero en el mercado negro o guardan incluso
para su uso personal. La acción del estado (con e minúscula) es nula y a veces
contraproducentes. Porque hay gente en la burocracia gubernamental dedicada a
negociar con estos buenandros para que disminuyan su accionar delictivo. La
respuesta de los encargados de proteger a los ciudadanos es incluso infantil.
Ofrecer dinero o computadoras a cambio de un arma resulta una bobería
mayúscula. Con el arma, el delincuente puede hacer mucho más dinero que el que
le ofrece el gobierno.
La industria del secuestro ha crecido de
una manera impresionante. Los montos que piden por los rescates dependen de la
capacidad de pago percibida por los delincuentes. Secuestran hasta en los
barrios. Las tarifas allí son más bajas. Cuando se trata de una persona
pudiente o de alguien de clase media la tarifa es mucha más alta y se aceptan
distintas formas de pago. A pesar que la moneda de curso legal es el bolívar,
muchos malandros pretenden divisas. Cualquier cosa que no sea ese papelito
marrón cuyo valor es cada vez menor. Televisores de última generación,
celulares, computadores personales son los objetos preferidos por esos
delincuentes.
No podemos dejar de hablar de los
hampones de cuello blanco, o debo decir rojo. Esos que meten la mano de forma
indiscriminada en el tesoro nacional y amasan grandes fortunas sin que los
organismos del estado se molesten siquiera en investigar. Si acaso hay algún
tipo de acción contra alguno de estos rojo-asaltantes, es porque traicionaron
al proceso y se pusieron a hablar para ver si se salvan de futuras
persecuciones.
Muchos ¿héroes? de las frustradas
intentonas golpistas del 92 están forrados de manera inexplicable. Exhiben unos
niveles de riqueza incompatible con el ejercicio de un cargo ministerial o de
gobernador o de diputado. Algunos tienen crías de caballo en el exterior. Otros
llegaron a ser dueños de bancos. Unos pasaron de vender mobiliarios de oficina
a organismos del estado a magnates que no pueden explicar el origen legítimo de
sus bienes.
Otra versión del hamponato rojo lo
representan los que fundaron empresas para engañar al nefasto control de cambio
que la incompetencia roja se empeña en mantener más como mecanismo de
sometimiento de la población que como medida que efectivamente evite la fuga de
divisas.
Ni los ladrones que se sudan el dinero
en el relativamente bajo riesgo de morir en un enfrentamiento producto de su
accionar, ni los hampones de cuello rojo pagan impuestos. Disfrutan de una
industria de bajo riesgo en la cual las ganancias son astronómicas. Eso explica
los enfrentamientos con una policía minusválida tanto a nivel salarial como en
poder de fuego.
El tesoro venezolano fue saqueado de una
manera verdaderamente criminal. Teniendo en cuenta que al chavismo le entró más
del doble del dinero que el que le entró a todos los gobiernos sumados desde
1811, no queda más que denunciar a esta clase política como una especie de
mangosta que acabó con quizás el último chance que tuvo Venezuela de salir del
subdesarrollo usando el recurso petrolero.
Venezuela se exhibe hoy como un país
pobre. Con una población sometida por la delincuencia y por un ejército invasor
que llegó al poder a través de los mecanismos de la democracia. Una clase
política ignorante cuyo accionar nos ha hecho retroceder de una manera triste
al nivel de una república bananera.
No podemos vanagloriarnos de ser
soberanos. Las fuerzas criminales se debaten por el control del país. Las
bandas criminales tienen territorios liderados. Mientras, los políticos en el
poder buscan a como dé lugar mantenerse pegados a esa decrépita teta en la que
ha devenido el petróleo para seguir saqueando nuestras riquezas.
No todo está perdido. Las encuestas dan
cuenta de un pueblo preocupado que espera las elecciones para barrer a los
delincuentes del poder para luego proceder a poner orden en el país.
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