Por Ángel Oropeza
A estas alturas del juego,
ya nadie debería ser tan ingenuo. La estrategia del gobierno de sembrar
desesperanza antes de las cruciales elecciones de diciembre es harto evidente:
inhabilitaciones a candidatos, persecución y criminalización de dirigentes opositores,
militarización de municipios incómodos bajo la conveniente figura de “estados
de excepción”, cambios permanentes de las ya desventajosas reglas de juego,
intentos de fraude en el diseño del tarjetón electoral, cierre de medios, y
recurrencia al fetiche de la soberanía amenazada y al fantasma del enemigo
externo forman en conjunto un muy bien pensado cocktail. Con la ayuda de este
rosario de corruptelas aspiraban a ganar las elecciones. Hoy, en vista de lo
que arrojan hasta sus propias encuestas, y ante el altísimo costo político que
significaría suspenderlas, la esperanza es envilecerlas al extremo.
Si bien esta es la
estrategia oficialista, desde la acera del país adverso vuelven a surgir voces
que le sirven de ayuda. Aquellas que, ante la caotización general del país,
lanzan de nuevo la pregunta si habrá que esperar hasta el 6-D “para hacer
algo”. Aunque uno hubiera pensado que ese tema estaba más que superado, su
extraña reaparición en algunos artículos de opinión y en redes sociales obliga
a volver sobre esta tendencia a caer de manera tan ingenua en el juego
psicológico del gobierno.
Debería ser más que evidente
que un régimen que es fuerte en todo menos en apoyo electoral hará hasta lo
imposible para convencer a la gente de que no se le enfrente en ese terreno,
que además es el único al que teme. La clave para el país es que ese
terreno es por supuesto electoral, pero también es político.
La estrategia unitaria, hay
que insistir en ello, es simultánea e
indivisiblemente política y electoral. Es una línea de decidida
y sistemática acción política, basada en la organización y crecimiento popular,
y que tiene una necesaria e irrenunciable expresión electoral. Si la estrategia
no incluye las dos cosas, pues simplemente está condenada al fracaso.
Cuando se habla de acción
política, nos referimos al trabajo de reanimar y vigorizar la conexión con las
organizaciones populares, acompañar y hacer conectar entre sí las
manifestaciones de protesta social, fortalecer las fuerzas
internas democráticas, abrir las puertas al oficialismo desencantado, sin
revanchismos ni amenazas, y colaborar con la despolarización y el acercamiento
entre los venezolanos, para hacerlos más fuertes frente a un gobierno que los
golpea diariamente y sin clemencia.
En consecuencia, no se trata
de “esperar” el 6-D, sino de colaborar todos desde ya en la tarea de
transformar el descontento social en una formidable fuerza política que haga
indetenible el cambio en la conducción del país. Esta es la
ruta. Identificarse con los problemas y acompañar las luchas del pueblo
explotado, de la gente que tranca una vía por falta de agua, o de los
conductores de transporte público que paralizan el tránsito porque le
asesinaron a un compañero, o de los pacientes que reclaman a las puertas de los
hospitales su derecho a no morirse antes de tiempo, o del pueblo que envejece
haciendo colas para recibir las migajas racionadas de un gobierno indolente.
El trabajo paciente y
cotidiano de transformar la enorme molestia social en apoyo político a la causa
del cambio, y de repolarizar al país, ya no entre “oficialistas” y
“opositores”, sino entre las víctimas de la crisis y sus beneficiarios, es la
única ruta que funciona.
Hoy en día,
el madurocabellismo amenaza, reprime, persigue y siembra terror a
diestra y siniestra, pero lo que ya no puede, si hacemos las cosas bien, es
ganar elecciones. Por eso, quienes estamos cansados de esta pesadilla devenida
en gobierno, y no queremos esperar más, no debemos permitir que se pisen los
peines de la estrategia oficialista o se repitan los carísimos errores y atajos
del pasado que resultarían en un fortalecimiento del régimen y extenderían
lamentablemente su permanencia en poder.
08-09-15
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