GIOCONDA SAN BLAS 17 de
septiembre de 2015
23 de
julio de 1941. El Mariscal de Campo Wilhelm Keitel, personaje incondicional a
Hitler, dicta una orden según la cual, en vista de la extensión de los
territorios ocupados por los nazis, las fuerzas de seguridad disponibles sólo
serían suficientes si cada acto de resistencia era castigado severamente por el
ejército a través de una campaña de terror, con la intención de aplastar en la
población toda inclinación a resistir.
En tal
sentido, el 7 de diciembre de ese año Keitel firmó el Decreto de Noche y
Niebla, que en su aplicación extrema conducía a la pena de muerte (Ingo Müller,
Los juristas del horror; traducción C. A. Figueredo, 2006), condena que luego
fue aplicada a él en 1946 cuando en los juicios de Nurenberg fue declarado
culpable de crímenes de guerra, contra la paz y la humanidad.
Traigo
esta historia a colación porque, salvando las distancias, en los últimos años
los venezolanos no hemos hecho otra cosa que sobrevivir a una campaña soterrada
de terror también dirigida a aplastar en nosotros toda inclinación a resistir.
Así las cosas, el empeño del régimen se materializa en variados episodios de
violencia: “razzias contra los pobres”, etiqueta que Provea coloca a las
operaciones de “liberación del pueblo” (OLP) con que unas tropas de asalto usan
la discrecionalidad del poder para arremeter contra todos; arrase fronterizo a
una población desarmada; destrucción rabiosa y extrajudicial de humildes casas;
detención ilegal de ciudadanos que expresan su disconformidad; amagos de
“procesos judiciales” que ni siquiera guardan las formas mientras se atropellan
los derechos humanos, se sentencia sin pruebas que sustenten los supuestos
delitos y se condena a largos años de prisión, a sabiendas de que el
sentenciado es inocente; todas demostraciones de la arrogancia de quienes se
creen poderosos hasta la eternidad.
Nada
más peligroso que una fiera herida. El régimen lo está y así actúa. A lo largo
de 16 años, ha basado su aparente legitimidad en el terreno electoral, siempre
en su beneficio. Pero ahora, hasta las encuestadoras más cercanas a su entorno
le informan que su tiempo comienza a conjugarse en pasado, que el tramo a
remontar es demasiado y que ya no hay con qué engolosinar a los antiguos
seguidores porque los reales se acabaron, se los robaron o los dilapidaron.
Ahora decepcionados, los expartidarios
miran hacia otros horizontes en busca de renovadas esperanzas.
El
régimen se cree eterno. También Hitler y sus acólitos hablaban de los mil años
del Tercer Reich; sólo les duró 12, que terminaron en los juicios en Nurenberg.
Haría bien el régimen en recordarlo. Más temprano que tarde el régimen del
terror será desplazado por ese tiempo de convivencia en el que los venezolanos podremos
compartir civilizadamente nuestras diferencias y construir de cara al futuro.
Es
entonces el momento de encauzar nuestra rabia y descontento por sobre los
abusos, la miseria y la ilegalidad a que nos han llevado estos artífices del
engaño. No es la hora de la mezquindad, es el momento de ver las virtudes de la
unidad, hora de entender que sin unidad nunca podremos salir del atolladero,
que las aventuras personalistas o de grupúsculos solo benefician a quien
queremos vencer, que ya habrá tiempo en el futuro, una vez derrotado el
adversario, para hacer tienda aparte, si así lo consideramos.
Para
llegar a eso, un paso pero no el único, será votar el 6D. Por mucho que hablen
las encuestas, el triunfo no está cantado, hay que trabajarlo. Prepararse para
defender el voto, contrarrestar la labor disuasiva de los capos del poder y de
algunos dizque opositores, es nuestro deber. Una tarea que no solo es de los
líderes y candidatos, sino de cada uno de nosotros. Un compromiso militante.
En
democracia, el voto es un derecho ciudadano; en dictadura, un acto de rebelión.
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