Por: María Yolanda García
Contrapunto inaugura su
índice de inflación y escasez contrastando lo que se consigue en supermercados
y en el llamado "Petaretoday", el reino del bachaqueo en Caracas
Una especie de río de
personas camina raudo, casi sin importar quien empuja o a quien empujan. Se
dirigen a sus labores diarias. Autobuses que vienen de las zonas dormitorio
llegan al terminal de Petare, dejan pasajeros, se llenan nuevamente y parten.
La boca de la estación del
metro recibe y deja salir un sinnúmero de transeúntes, mientras que efectivos
de la Policía de Sucre intentan controlar el tránsito y la alta posibilidad de
delitos como hurtos y robos. Los alrededores de la redoma y los espacios debajo
del puente Baloa están repletos de puestos donde, hombres y mujeres venden todo
tipo de mercancía: frutas, hortalizas, ropa, flores y los productos que no se
encuentran en abastos y supermercados, eso sí, a los precios que impongan los
bachaqueros.
Contrabando, piratería,
fraude, son términos que se han convertido en una realidad para muchos
venezolanos que son víctimas de los llamados "bachaqueros", apodo con
el que se denomina a quienes compran a precio regulado y revenden mucho más
caro.
No hay que acercarse a la
frontera para observar o padecer esta situación, con ir a Petare basta.
Contrapunto pudo
constatarlo durante un recorrido por la convulsa y transitada redoma de esta
parroquia. Sin ir más lejos, se puede encontrar leche en polvo y café por Bs.
500; jabón de lavar a 350 bolívares el paquete de 2,7 kilos; el combo de tres
jabones de baño (el llamado tripocho de Palmolive) a Bs. 250 bolívares; la
fórmula Estamil para bebés, en presentación de 900 gramos, por Bs. 2.000;
también champú a Bs. 500 el frasco de 700 mililitros y 4 rollos de papel
sanitario por Bs. 250, así como desodorantes, toallas íntimas, afeitadoras y un
largo etcétera de la cadena de productos regulados, eso sí, a 400 y 500 por
ciento más de lo establecido por el "precio justo".
Todo esto ante la mirada de
propios y extraños.
Pero aún en este reino del
bachaqueo que es la Redoma de Petare, donde se consigue prácticamente todo,
escasea el azúcar, el aceite, la pasta y el arroz.
El fenómeno de lo que ocurre
en Petare puede explicarse de la siguiente manera: los que no pueden o se
resisten a hacer largas colas para adquirir productos regulados en un
supermercado convencional, terminan comprando a cielo abierto y a precio de lo
que Contrapunto ha bautizado el "Petaretoday", indicador
que fija el precio de la actividad bachaquera capitalina. Una realidad que,
guste o no, está allí, a la vuelta de la esquina o, mejor dicho, a la salida de
una boca de Metro.
El Petaretoday funciona
para la economía doméstica como el nuevo indicador econométrico que determina
con precisión implacable el producto interno bruto del bolsillo de los
venezolanos, así como la tasa que hoy se debe pagar si se quiere tener la
despensa hogareña más o menos cubierta
Recorrido para cazar la papa
7:00 de la mañana.
Bicentenario. Avenida San Francisco de Macaracuay. La isla que divide los
cuatro canales de la avenida San Francisco se encuentra repleta de motos, cuyos
tripulantes hacen cola en la acera de enfrente, a las puertas del centro
comercial Macaracuay. Tanto ellos como un nutrido grupo de mujeres de distintas
edades, esperan que sean las 8 de la mañana, hora en que abre el Bicentenario
ubicado en ese lugar. “No sé qué van a vender, pero hay días en que llega
carne, pollo, harina y otras cosas, casi de todo”, narra una mujer que asegura
que “hay gente que se viene a hacer la cola desde la noche anterior”.
Dan las 8:00 y el centro
comercial abre sus puertas. En media hora la cola se ha duplicado y siguen
llegando personas, muchas de ellas con niños en brazos. Efectivos de la Guardia
Nacional se apostan a las puertas del Bicentenario y comienzan a organizar el
proceso. Quienes pretendan adquirir productos regulados, entrarán al lugar por
un acceso aparte, donde un empleado les facilitará los insumos. Los demás,
podrán ingresar libremente. “¿Qué van a vender?” se le pregunta a un efectivo.
Parco, indica que no sabe aún.
La cola crece y el
descontento también. Una anciana le reclama a una mujer joven que habla por
teléfono, cuando un grupo de tres amigas llega al sitio y se ubican delante de
ella. “Ay, cállate, yo le estaba guardando el puesto a ellas”, responde la
joven e intimida a la anciana que, con su dignidad herida, se queda tranquila.
A las 8:45 la espera continúa y la cola sigue creciendo. “Tenga paciencia”,
aconseja una mujer. “A mi no me gusta hacer colas, pero qué se le va a hacer.
Hay que comer”.
9:00 de la mañana. Central
Madeirense. La California. “Hasta hace año y medio yo iba a Makro y
compraba una bolsa de unos 12 pollos; hoy para conseguir uno tengo que hacer
horas de cola, sin garantía de encontrarlos. Ni hablar de la carne. El domingo
fui a casa de una amiga y estaba preparando caraotas y carne mechada y pensé:
‘Ella es rica y famosa’. Porque ahora mi menu se reduce a un solo plato: eso de
sopa y seco, ¡qué va!”.
*Valeria Valentina es
escritora y su esposo es productor. Ambos trabajan desde su casa, lo que les
permite recorrer varios automercados los días que les corresponde comprar, de
acuerdo a sus respectivos números de cédula. Tienen 45 minutos haciendo cola en
el Central Madeirense, porque van a vender caraotas a precio regulado, 50
bolívares el medio kilo.
“Me niego a comprarle a los
bachaqueros, no voy a pagar 500 bolívares por un kilo de harina de maíz, cuando
cuesta 26. No voy a pagar 1.200 bolívares por un kilo de granos. Además, no los
tengo”.
Valeria cuenta que, aunque
ella y su esposo no coinciden en el número de cédula, van juntos. Hacen un
recorrido que, si bien es largo, les permite optimizar sus recursos. “A primera
hora vamos al Plan Suárez de La Urbina. De allí, al Central Madeirense de El
Marqués, y luego al Excelsior Gamma de Santa Eduvigos. Seguimos al Madeirense
de La California, desde donde pasamos la calle para ir al Gamma de El Líder.
Como destino final, vamos al Luvebras de la avenida Rómulo Gallegos y nos
devolvemos por la avenida Francisco de Miranda. Si no hay mucha cola, hacemos
una paradita en el Pdval. Mientras Iván hace la cola, yo verifico qué productos
hay. Si vale la pena, hacemos las colas, si no, nos movilizamos”.
Valeria, escritora de
telenovelas, cuenta que el dinero no le rinde porque la producción de este
género ha mermado y con eso sus posibilidades de empleo. “Cada vez que venimos
a comprar nos encontramos con que los precios han subido. Hoy me deprimí. Fuí a
comprar verduras y hortalizas en un camión y compré dos papas, porque cada una
costaba 50 bolívares. En mi casa somos cinco personas, yo jamás había comprado
dos o nada”. Valeria alza un bolso plástico, de unos 60x 60 centímetros y lo
muestra. “Aquí hay 2.500 bolívares”. Narra que, a pesar de los esfuerzos que
hacen para mantener un presupuesto, se les torna imposible. “Terminas gastando
más dinero, porque compras cosas que no necesitas por miedo a no encontrarlas
más adelante. El presupuesto se rompe. Y eso que no te cuento cuánto gasté en
uniformes y la lista escolar. Hace dos años yo ganaba el equivalente a mil
dólares, hoy gano 40”.
11:00 de la mañana. Plan
Suárez. La Urbina. En los alrededores de Plan Suárez, los heladeros,
vendedores de refrescos y cocadas amilanan la sed de quienes hacen colas para
adquirir productos regulados. Un joven, que asegura tener más de cuatro horas
en fila, se queja con un compañero de la “falta de responsabilidad” de un
familiar que debía acompañarlo en la tarea y nunca llegó. “Es un irresponsable,
pana, qué le cuesta levantarse temprano. Esto es un trabajo, pana, hay que
tomárselo en serio. Yo le vendo a gente de La Castellana, y pagan bien, que te
lo digo yo. Y no sólo pagan por el bachaqueo, yo les cobro la carrera, porque
hasta se los llevo a donde me digan”.
Más allá se ve salir
personas con bolsas que contienen tres empaques de papel sanitario de cuatro
rollos cada uno y dos kilos de leche Camprolac Prebio. Ya la cola empieza a
moverse. Al ingresar, se ve a dos empleados que, raudos, sacan de un empaque el
papel y de otros dos latas de leche y se las entregan uno a uno a quienes
forman la larga fila de gente que rodea el lugar.
“Hoy llegaron 400 bultos de
papel y 300 de leche. Ese era nuestro inventario de una semana, pero ahora se
vende en menos que canta un gallo”, informa un empleado que pide no mencionar
su identidad. “Nos llegan cosas, pero nunca sabemos cuándo. Hacía como un mes
que no llegaba leche, la semana pasada llegó y hoy también”. Informa que las
personas no saben qué se va a vender, pero igual hacen cola. “Yo llegué a las
seis de la mañana y ya había gente, y así todos los días. No saben qué se va a
vender ni a qué hora, y aun así esperan”.
17-09-15
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