FÉLIX PALAZZI 07 de enero de 2017
@FelixPalazzi
En
Venezuela existen algunos monasterios de vida contemplativa. Estos son lugares
en donde monjes o monjas dedican su vida a la oración y al trabajo. Su
presencia pasa casi desapercibida, pero algunas de estas comunidades poseen más
de cien años en nuestro país. Retirados y en silencio, muchas mujeres y hombres
han ofrecido su vida al servicio de Dios y sus hermanos.
Lamentablemente
uno de los signos de la grave descomposición del tejido social que
experimentamos ha sido el asesinato de sacerdotes y religiosos. El número de
sacerdotes y religiosos asesinados a manos del hampa común durante los años de
la llamada “quinta república” es altamente significativo. Por una parte, los
sacerdotes y religiosos asesinados han compartido la suerte de muchos que han perdido
su vida de la misma forma. Pero, por otra parte, refleja la descomposición de
nuestro tejido social sometido a la lógica de la violencia y el odio. Ya ni
siquiera se tiene temor a la posible “pava” que podría traer matar o robar a un
cura o a una monja, o incluso el hecho de saquear a una iglesia. Esta vez le ha
tocado al monasterio trapense “Nuestra Señora de los Andes”, en Mérida.
El
monacato cristiano surge casi a finales del siglo III y con Benito de Nursia
(480 dC) y luego se extiende por todo el Occidente. Una de las características
del monacato inspirado en la regla de Benito fue la estabilidad monástica. Esto
significa que el monje debía morir y ser sepultado en el monasterio al que
perteneciera. A simple vista podría parecer cruel el tener que pasar toda la
vida en el mismo espacio y con las mismas personas. Por ello, creo necesario
explicar la razón de esta estabilidad como valor asumido en la vida monástica
cristiana.
En el
año 480 dC, el Imperio Romano Occidental desaparecía y ninguna instancia
lograba ocupar su lugar. El pueblo carecía de un gobierno estable y no existían
alternativas o grupos que lograsen retomar el rumbo para volver a ser una
sociedad organizada y con las condiciones mínimas de subsistencia. En esta
situación de anomia total, las bandas armadas de Odoarco imponían su ley y
saqueaban todo cuanto estaba a su paso. El caos no podía ser mayor. En este
contexto, la estabilidad se transforma en un valor dentro de las comunidades
monásticas cristianas. Los monjes decidían permanecer donde los demás
abandonaban a las ciudades y a sus habitantes. Permanecían “orando y
trabajando” en los lugares en los que ya nadie veía esperanza.
He
querido resaltar el valor de la estabilidad monástica para referirme al asalto
sufrido por la comunidad de nuestra Señora de los Andes y a los otros asaltos,
no tan notorios, sufridos por las otras comunidades contemplativas en
Venezuela. Estos monasterios representan a hermanos y hermanas que decidieron,
a pesar de todo, no abandonar nunca, pase lo que pase, a las comunidades en las
que han decidido vivir. Muestran que sí es posible vivir de una forma distinta,
fraternalmente, a pesar de las tensiones humanas y las dificultades inherentes.
Los
monjes no se definen como chavistas o escuálidos, sino como hermanos. Un día
decidieron alejarse de la multitud, pero no para olvidarse de ella y
abandonarla a su destino. Todo lo contrario, corren tras la paz y la buscan
cotidianamente para transmitirla y compartirla desde sus comunidades con el
mundo entero. El asalto al monasterio es un asalto a la paz. Sin embargo, la
paz no se acaba a pesar de la violencia existente, sino que sigue abriéndose
camino gracias a personas como estos monjes de Mérida. Hoy el monasterio sigue
su ritmo, silente y desapercibido. El mismo ritmo que empezaron otros siglos
atrás.
Félix Palazzi
Doctor
en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@FelixPalazzi
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