RAFAEL LUCIANI 14 de enero de 2017
@rafluciani
El 9
de noviembre de 1923, Adolf Hitler participó en un fallido intento de golpe de
Estado, liderando el proyecto nacionalsocialista alemán. Tras su derrota y
temporal aislamiento político fue encarcelado, pero posteriormente liberado con
un indulto en diciembre de 1924. Hitler supo convertir dicha fecha en un
acontecimiento casi mítico que le permitió ir creando un imaginario
socio-político, de talante religioso, que penetrara con gran facilidad en las
mentes de tantas personas humildes y sencillas de entonces que buscaban un
cambio en la conducción del país. Es así como en 1935, dos años después de
asumir el poder del gobierno por vía electoral, el famoso libro de la
oficialidad hitleriana resumiría dicho acontecimiento con las siguientes
palabras: “la sangre que ellos derramaron se ha convertido en agua bautismal
del Reich”.
Este
período de la historia política alemana se denominaría Tercer Reich y estaría
inspirado por el libro del propio “Führer” intitulado Mein Kampf, en el que se expresaría
todo el proyecto del régimen. El nacionalsocialismo se comprendía a partir de
una ideología de luchas, estructurada en torno a tres elementos fundamentales:
la centralidad de los distintos poderes en el Führer, el odio a ciertos grupos
socio culturales y el nacionalismo patriótico como base de un proyecto
expansionista. Para ello concebía al Estado como ente totalitario y absoluto
que debía garantizar la supervivencia de la raza aria y estructurar toda
relación socio política, económica y religiosa posible, según su noción de
hombre y sociedad.
En
este contexto, el teólogo Dietrich Bonhoeffer, miembro de la “Iglesia
confesante” (Die bekennende Kirche), levantó su voz, y se dio cuenta de la
tendencia autoritaria y deshumanizadora del proyecto del Führer. Tomó posición
desde su fe y decía: “creer significaba decidirse”.
En los
escritos de Bonhoeffer encontramos estas célebres palabras: “la decisión está a
las puertas: nacionalsocialista o cristiano”. Se dedicó a formar teólogos,
actividad que estaba prohibida por la Gestapo. Los ayudó a descubrir que la
teología no era un simple ejercicio académico, sino un auténtico proyecto de
vida. Pero pronto comenzó a padecer la persecución. Le prohibieron vivir en
Berlín en 1938, hablar en público en 1940 y publicar sus escritos en 1941,
hasta que en 1943 fue encarcelado, muriendo asesinado por el régimen en 1945
ahorcado en un largo clavo en la pared.
Según
Bonhoeffer, en la Encarnación de Dios se nos revela cómo el amor a Dios y el
amor a los hombres están indisolublemente unidos. Como consecuencia, la
fraternidad era el único camino que un cristiano podía aceptar en su praxis,
pues se basaba en el auténtico reconocimiento de la dignidad humana. Una praxis
fraterna no puede aceptar la exclusión, la negación del otro y la opresión de
las libertades personales, porque no permite convertir al otro en objeto, en
receptor de dádivas o en súbdito de los que tienen el poder. Por ello, la
fractura de la fraternidad es siempre una fractura moral.
Los
discursos del Führer despertaban una gran sensibilidad social por los
desposeídos. Durante los primeros años de su liderazgo, muchos no pensaron en
las consecuencias que generarían sus políticas, sino en los sueños enmarcados
en sus discursos sociales, que harían renacer una nación de bienestar y
equidad. Sin embargo, la honestidad intelectual y la libertad de espíritu con
la que Bonhoeffer vivió su fe, siendo fiel a la praxis histórica de Jesús, le
permitió discernir que cualquier práctica socio política no es moralmente aceptable,
aún cuando el fin sea realmente noble y justo.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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