Por Leonardo Morales
La vida de los seres humanos
se desarrolla en el mundo de lo real y de lo posible, ofreciendo a los mortales
alternativas y distintas opciones para desarrollarse de acuerdo a las
aspiraciones de cada cual. La vida es una eterna tensión entre aquello que se
aspira, que se anhela intensamente y lo que la realidad posibilita.
La racionalidad nos incita a
recorrer los caminos que nos conducen al logro de nuestros deseos y de nuestras
aspiraciones. No siempre es posible conseguir todo cuanto se quiere, de hecho,
siempre será deficitaria o en todo caso nunca estarán plenamente satisfechas.
Sin embargo, todo aquel que se platee retos en un plano realista obtendrá
logros que valorará como positivos.
La imperfección humana a veces
lleva al hombre a vivir en el mundo de la ficción y la fantasía; verán palacios
donde no existen, lagos y mares en desiertos. Vivir en un mundo irreal nos
proporciona frustración, enajenación, pérdida del sentido de la realidad y de
lo posible que puede arrimar a otros a precipicios no buscados.
En la política sucede algo
parecido. Hay quienes se empeñan en ver lo inexistente; otros ofrecen verdades
empíricamente refutables, pero aspiran que su ficción y su fantasía se apodere
del entendimiento de los demás.
La política venezolana está
llena de inexactitudes que se ofrecen como verdades universales; se ha
pretendido calificar la transición venezolana a la democracia (Pacto de Punto
Fijo) como el peor de los males de la república sin valorar los extraordinarios
alcances vividos por los venezolanos en esa etapa; se insiste en que dictaduras
no salen con votos cuando la historia está repleta de ejemplos contrarios y de
acuerdos entre élites que propiciaron democracias relativamente saludables; se
ha demonizado el diálogo, los acuerdos y las negociaciones cuando política no
puede prescindir de ellos.
Hacer política falseando y
ocultado la realidad, pretendiendo que la fantasía y la ficción dirijan la
acción humana es un acto que lleva a trágicos desenlaces. Quienes así se
conducen, que los hay, adolecen de valores morales para el ejercicio de la
política por lo que su conducta solo puede calificarse de innoble.
A la Venezuela de ahora no le
ha bastado con un infame gobierno, sino que también buena parte de élite
política opositora le dio por buscar en lo irreal, en lo inexistente y en lo
ineficaz salidas a la crisis política.
Van para varios años
calificando al gobierno de dictadura, de régimen totalitario, de autocracia
despiadada, pero de pronto, sin salvar las formas, se percatan que quien ejerce
tal forma de gobierno, el tirano, está ausente, abandonó su cargo. Vaya supina
estupidez.
Se quiso buscar la salida del
gobierno durante todo el 2016. De la enmienda a la renuncia y de allí al
revocatorio, este último solo para ese año. El gobierno actuó y rebanó cada una
de ellas haciendo un uso obsceno de los poderes plenamente subordinados al
ejecutivo. Las expectativas creadas se desvanecieron.
La genialidad del 2017 fue o
es el abandono del cargo y, por si fuera poco, en 30 días elecciones
presidenciales y nuevo presidente. Bien, ni lo diputados que votaron la moción
estaban convencidos de lo apropiado de la decisión, pero la votaron
favorablemente, salvo Avanzada Progresista que se atrevió a decir las cosas
como son, entre otras cosas porque los partidos de la MUD jamás discutieron la
materia.
No habrá frustración porque a
la sociedad le pareció un sinsentido, una truculencia irresponsable fundada en
una ficción que poco colabora con la reinstitucionalización de los poderes del
estado, sino que extiende una crisis de la que todos quieren salir.
Esperemos que la sindéresis,
la responsabilidad y el realismo retornen a la política por el bien de la
sociedad.
13-01-17
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