Ysrrael Camero 04 de febrero de 2017
Grandes cuestiones en la vida humana dependen de hacer
la pregunta correcta. Avanzamos más a partir de nuestras dudas que sobre
nuestras certezas. Por eso decidí comenzar este escrito escudriñando alrededor
de una interrogante fundamental para poner en claro el futuro inmediato de
Venezuela.
EL DESLIZAMIENTO AUTOCRATIZANTE
Desde las elecciones parlamentarias de diciembre de
2015 la dinámica del sistema político venezolano no ha dejado de fluir. Hasta
hace poco tiempo podíamos caracterizar al régimen como un autoritarismo
competitivo. Hoy la autocratización ha venido avanzando hasta eliminar los
escasos rasgos competitivos del sistema, Venezuela está sumergida en un régimen
autoritario que viola los Derechos Humanos, persigue y encarcela a la
disidencia, controla los medios de comunicación y, finalmente, confisca el
derecho de los venezolanos a votar.
Luego de que la oposición democrática obtuviera las
dos terceras partes de la Asamblea Nacional el gobierno de Nicolás Maduro
apretó el cerco, estableciendo un verdadero estado de sitio contra el
Parlamento. Utilizando recursos judiciales, financieros, presupuestarios,
políticos y fácticos obstaculizó el funcionamiento autónomo del Poder
Legislativo impidiéndole legislar y controlar al poder. El apresamiento de un
diputado en ejercicio, violando la inmunidad parlamentaria, fue el cruce de una
nueva raya amarilla en la destrucción de la institución parlamentaria.
Sabiendo que el chavismo, en las críticas condiciones
actuales, no tiene capacidad de ganar ningún evento electoral, el gobierno tomó
la arriesgada decisión de bloquear toda posibilidad de un referéndum
revocatorio en 2016. Incluso fue más allá, violentando la Constitución, decidió
evadir las elecciones regionales que debían realizarse a finales de año. En el
mismo sentido varios voceros del chavismo, e incluso el mismo Presidente
Maduro, han dejado deslizar una amenaza clara, en Venezuela no tendremos nuevas
elecciones mientras no existan posibilidades de un triunfo chavista.
Utilizando un Comando Nacional Antigolpe, dominado por
los militares, la recién estrenada vicepresidencia de Tareck El Aissami ha
puesto en ejecución una arremetida autoritaria de amplio alcance. El SEBIN,
policía política del régimen autoritario, protagoniza razzias contra
opositores, siembra evidencias falsas contra disidentes, los secuestra y
encarcela violentando derechos. El cerco se cierra sobre Venezuela.
EL ABISMO QUE NOS SEPARA DE LAS ELECCIONES
En esta circunstancia la pregunta que titula este
artículo cobra especial vigencia. Desde la Mesa de Unidad Democrática los
distintos factores de la oposición han impulsado un cambio político a través de
medios pacíficos, democráticos, constitucionales y electorales. Esta
estrategia, de acumulación de fuerza con expresión electoral, ha traído consigo
importantes éxitos desde que se retomó la vía electoral en 2006. Pero la
respuesta gubernamental ha sido autocratizarse más y más. Tras cada evento
electoral el régimen se cierra sobre sí mismo, la elite gubernamental se
atrinchera en el poder, y se bloquean los caminos que llevarían a su
sustitución.
¿Qué es necesario para que sea posible una solución
electoral de la crisis venezolana? ¿Qué garantía existe de que el gobierno
convoque elecciones regionales y municipales en 2017? ¿Qué garantía existe de
que convoque elecciones presidenciales en 2018? ¿Qué pasó con la convocatoria
para el referéndum revocatorio presidencial?
Incluso podemos complejizar las preguntas, ¿qué
garantías existen de que el gobierno permita la participación de la oposición
en un evento electoral futuro? El manto de la ilegalización se cierne sobre las
organizaciones políticas de la oposición venezolana, el Consejo Nacional
Electoral y el TSJ tienen en sus manos la posibilidad de sacar del juego
electoral a los partidos políticos que forman parte de la MUD. Inhabilitaciones
políticas han caído sobre muchos dirigentes, nacionales, regionales y locales,
la persecución obliga a muchos a esconderse o salir del país.
¿Podría plantearse el gobierno convocar unas
elecciones sin dejar participar a la oposición? ¿Servirá el mal ejemplo de
Nicaragua de espejo para el futuro venezolano? Hay regímenes autoritarios que
pretenden, en determinadas circunstancias, escoger su oposición, lanzando
algunas a la ilegalidad, proscribiendo liderazgos, aupando otros. ¿Se planteará
el chavismo un teatro de esa calidad para 2017 o para el 2018?
Si depende del gobierno en Venezuela no volveremos a
tener elecciones libres, plurales, justas y limpias. La cuestión es lograr que
no dependa del gobierno. El poder se basa en obligar a otro a hacer algo que,
en principio, no quiere o no está dispuesto a hacer. Es allí donde la oposición
democrática debe demostrar el ejercicio de su propio poder.
FACTORES DESIGUALMENTE AMBIGUOS
Hay quienes señalan que varios factores
"obligarán" al gobierno, no solo a convocar elecciones, sino también
a entregar el poder. Me permito tener dudas al respecto, pero vamos a repasar
algunos de estos elementos catalizadores de un cambio político en Venezuela.
Primero, la crisis socioeconómica. Venezuela ha
perdido en tres años la quinta parte de su producto interno, la inflación puede
alcanzar dos mil por ciento en 2017, la destrucción de la capacidad productiva
interna y la reducción sustancial de las importaciones han llevado el hambre a
la vida de los venezolanos, multitudes escarban cada día en la basura buscando
comida en todo el país. El gobierno aprovecha esta situación para distribuir la
escasez a través de los CLAPS, que funcionan además como mecanismos de control
político y social. La creación de un “carnet” para distribuir alimentos es un
preocupante paso en la consolidación de todo un aparato para controlar a la
población a partir de la manipulación de sus necesidades más básicas.
Pero la crisis económica, y la legítima protesta
vinculada al hambre y al empobrecimiento generalizado, no obligan
necesariamente a un gobierno a llamar a elecciones libres. Se requiere una
correa de transmisión entre la protesta social y la movilización política. Eso
no se da solo, eso debe construirse voluntariamente. ¿Cómo están esas correas
de transmisión? ¿Cómo están los vínculos entre los distintos movimientos
sociales que pueden hacer de la indignación ciudadana una presión que mueva las
estructuras de poder hacia algo distinto que la consolidación autoritaria?
Segundo, la comunidad internacional. Se sostiene que,
en el siglo XXI, no es posible la consolidación de un régimen autoritario, y
mucho menos en el espacio latinoamericano. Suponen algunos que el proclamado
compromiso con la democracia caería como pesado fardo sobre todo régimen que
pretenda eternizarse de manera autoritaria.
Lamento tener una percepción distinta. El amargo final
de la Primavera Árabe en 2011 contribuyó a consolidar las visiones más
conservadoras en los decisores de las políticas exteriores de los miembros de
la comunidad internacional. En el siglo XXI vemos la aparición y consolidación
de nuevas formas de autoritarismo, y parece haber una incómoda resignación
frente a este hecho.
Luego del fracaso de 2011 las preocupaciones reales de
la comunidad internacional son otras distintas a la democracia. En primer lugar,
la seguridad, la estabilidad política y social, para evitar movilizaciones
masivas de refugiados, como los que mueren de frío hoy tocando a las puertas de
Europa, y para evitar la expansión del terrorismo o la generalización de los
estados fallidos. En segundo lugar, las facilidades para realizar negocios,
para garantizar crecimiento económico sostenido y ganancias crecientes para los
inversionistas. Tras garantizar estas prioridades, si queda algún espacio,
colocarán en lista a los derechos humanos, la democracia procedimental y el
cambio climático. La diplomacia parece estar retornando a los criterios
pragmáticos que la dominaron durante mucho tiempo.
Eso significa que la comunidad internacional no hará
nada que nosotros no hayamos construido internamente. No son un elemento
sustitutivo de los actores internos, de las fuerzas vivas que estructuran a la
sociedad. Esta perspectiva es clave para observar, por ejemplo, el papel de los
mediadores internacionales en el diálogo venezolano, su criterio de éxito es la
estabilidad, su victoria es evitar el conflicto. ¿Es exactamente eso lo mismo
que buscan las fuerzas democráticas venezolanas?
Podemos incorporar a la reflexión otros factores. Uno
es la unidad del bloque de poder y la relación entre éste y la sociedad. Para
conseguir acercarnos a la democracia es importante romper internamente el
bloque de poder, aislar a la nomenklatura, a la pequeña elite que se enriquece
sobre el empobrecimiento de las mayorías, que acumula poder sobre la impotencia
de los ciudadanos. La escalada represiva y el cierre autocrático significa un
atrincheramiento en el poder, pero detrás de esas trincheras son muy pocos los
que caben, los que disfrutan de los privilegios.
El proceso de aislamiento se acelera en medio de la
crisis y la represión, hay que construir puentes con la disidencia proveniente
del chavismo. Es allí un espacio privilegiado y amplio para el diálogo, para la
construcción de nuevos consensos sociales y políticos. Para esto es importante
prestar atención a la lucha de facciones dentro del chavismo como movimiento
político y social, separando la paja del trigo. Desde allí vendrán importantes
señales de fractura que anunciarán el acercamiento para un cambio.
Es el mismo caso de la Fuerza Armada, el poder ha
insistido en desinstitucionalizarla, en corromper a sus elementos
constitutivos, en utilizarla como un instrumento del poder autoritario para
perseguir, aplastar a la disidencia, regentar empresas públicas ineficientes,
distribuyendo negocios entre algunos de sus altos y medios oficiales mientras
la tropa sufre el desprecio de la opinión pública, con familias que sienten el
hambre, la escasez y la inseguridad como el resto de los venezolanos.
EL CATALIZADOR IMPRESCINDIBLE
¿Entonces? Queda mucho por hacer. A pesar de mis
aprehensiones he de reconocer que los factores previos son importantes para
hacer posible obligar al gobierno a llegar a un evento electoral. Pero las
herramientas han de ser usadas en movimientos coherentes y coordinados.
Los que hemos luchado por un cambio político que nos
conduzca a la democracia apostamos porque la crisis venezolana desemboque en un
proceso electoral que coloque en manos del pueblo venezolano su destino. El
voto es el arma igualitaria del pueblo en la conquista de su propio futuro.
Pero no bastan los buenos deseos, deben venir acompañados del poder efectivo.
Si nos atenemos al cronograma electoral, parte de los
restos de democracia que sobreviven en la conciencia y en la opinión pública
venezolana, debíamos tener elecciones para gobernadores y asambleas
legislativas regionales en diciembre de 2016. No las hubo. En medio de las
presiones el CNE dejó deslizar, en una rueda de prensa, la posibilidad de tener
elecciones regionales en el primer semestre de 2017, y municipales para fin de
año. Después de ese pseudo-anuncio nada ocurrió, ¿la convocatoria? ¿El
cronograma electoral? ¡Nada!
Mientras, entre el TSJ y el CNE se desliza el inicio
de un proceso de recolección de firmas para permitirle a los partidos políticos
seguir actuando. Se ve venir una carrera de obstáculos para preservar la acción
legal de las organizaciones democráticas. El gobierno aprovechará para
ilegalizar organizaciones sembrando evidencias, bloqueando opciones, inventando
triquiñuelas varias, asimismo estimulará la competencia interna entre los
partidos para debilitar la capacidad de contestación de la sociedad. Eso está
cantado.
La sociedad democrática cuenta con elementos
importantes para dar la lucha que viene. Institucionalmente cuenta con el
control de un Poder Público Nacional, la Asamblea Nacional, que cuenta con la
mayor legitimidad para actuar, más allá del estado de sitio dentro del que
actúa. El Parlamento tiene la legitimidad popular para legislar, deliberar y
desarrollar mecanismos de control del poder. Cuanta la oposición además con
tres gobernaciones y algunas importantes alcaldías.
Cuenta además con el poder de la gente. La gran
mayoría de la población venezolana rechaza hoy al gobierno nacional, a su
Presidente, a su gabinete y a sus políticas. Las encuestas señalan que una
parte importante de la sociedad está dispuesta a movilizarse en la defensa de
sus derechos si es convocada con un mensaje claro por parte de un liderazgo con
legitimidad. Es claro que las elecciones son la expresión más igualitaria y
plena del pueblo como un todo y hacia allá debemos apuntar.
Pero, ¿si las vías electorales son bloqueadas de qué
manera puede el pueblo demostrar su poder? Es aquí donde el factor de la
movilización pasa a colocarse en primer plano. Razones para la protesta existen
en toda la sociedad, hambre, escasez, miseria, inseguridad. La indignación crece
al mismo ritmo que la desesperanza, la primera mueve a la acción, la segunda al
ensimismamiento. La primera puede convertir a la población en motor de cambios
democratizadores, la segunda lo convierte en masa inerte, hiperindividualizada
e impotente. En esa encrucijada nos movemos.
A lo largo de nuestra historia la sociedad venezolana,
el pueblo venezolano, ha desarrollado un repertorio de protestas, de acciones
recurrentes, de mecanismos de contestación social, de legítimo conflicto
político frente a los distintos abusos del poder, de todo tipo de poder. La
sociedad venezolana de 2016 no es la de 1998, pero en la exploración de sus
propios repertorios podemos encontrar la clave para desatar toda su fuerza
transformadora.
Lo que se consiga en cualquier espacio de
intermediación política, sea una mesa de negociación o una de conflicto,
dependerá de lo que pueda conseguirse en las calles, en las movilizaciones,
fruto de la presión social que se desate contra el poder establecido. El poder
tiene que sentirse en crisis para que esté dispuesto a ceder, para que sea
posible un cambio en la correlación institucional o en el funcionamiento del
poder aquellos que los detentan tienen que temer, tienen que percibirse en
riesgo. La comodidad del poder no traerá ningún cambio que nos conduzca a la
democracia.
Efectivamente la represión se encuentra a la orden del
día, el miedo es instrumento fundamental del autoritarismo para consolidarse,
pero la creación de un clima de agitación articulado con la indignación social
es vital para construir un camino que nos lleve a una solución electoral.
VARIOS TABLEROS, UNA ESTRATEGIA
En ese marco es prioritario mantener la legitimidad y
la credibilidad que se requiere para mantener la movilización. No es un tema de
moderados contra radicales, ni de dialogantes contra movilizadores, sino la
conciencia de que es un solo juego que se expresa en dos tableros.
Que los que se sientan en una mesa para construir un
cambio político que conduzca a la democracia son representantes, no de uno u
otro partido político, ni de un grupo económico, ni de algún líder esclarecido,
sino de un movimiento social que se encuentra arriesgándose cada día en la
protesta, en la calle.
De igual manera, quienes se encuentren en la calle
deben actuar con la conciencia de que la lucha solo será efectiva en la medida
que tenga un cauce negociado, que se está mostrando la fuerza para negociar en
mejores condiciones una verdadera transición a la democracia.
EL DOBLE ENLACE A CONSTRUIR
Las movilizaciones para exigir elecciones regionales
son un imperativo político que permiten distribuir la presión social a lo largo
de todo el territorio nacional, en la medida en que se construye políticamente
un doble enlace.
Primero, un vínculo con los sectores sociales que
sufren la crisis, desde una perspectiva de subalternidad, que construya
discursiva y organizativamente una nueva dicotomía política, la que separa a “ellos”,
los acomodados, la nomenklatura, los poderosos, de “nosotros”, los de la
periferia, los que sufren la crisis, los que deben resolver el día a día, el
pueblo venezolano, el común.
Sobre esa dicotomía, sobre esa nueva polarización,
debe montarse la movilización, el conflicto y los nuevos consensos. Eso implica
reconocer la existencia de una sociedad distinta, el pueblo venezolano tiene
una topografía específica en 2017, que no corresponde a la de 1998, la
emergencia de nuevos actores sociales, vinculados a los conflictos reales
existentes debe ser conectada en sinergia con el proceso político. Es necesario
reconocer a los actores que pertenecen a la nueva cartografía social de
Venezuela. El cambio político debe pensarse de abajo hacia arriba, debe
pensarse desde los sufrientes, desde las víctimas de la destrucción, desde los
más pobres, desde las periferias, solo desde allí se desplegará una fuerza de
ruptura histórica, es allí donde se encuentra la mayor energía potencial para
un cambio profundo.
Segundo, un enlace entre las elecciones regionales y
el problema nacional, la resolución de una crisis que se reconoce como
nacional, con el cambio político general. La gente no es tonta, está clara que
la permanencia del presente gobierno en el poder, en el control del Estado,
hace imposible resolver la crisis social, la escasez y el hambre. Por ende, hay
que articular, en la práctica y en el discurso el cambio político regional con
el cambio político nacional.
Solo así podremos llevar a unas elecciones a quienes
no quieren ir. Solo con la movilización de estas energías puede generarse una
mesa de conflicto que sea fructífera en términos de cambio, en términos de un
nuevo diálogo social, en términos del establecimiento de un nuevo pacto social
democrático. Sin estos enlaces lo que viene es una consolidación autoritaria
con anomia social y violencia cotidiana, un Estado débil y una sociedad en
proceso de disolución. Esa es la amenaza a detener.
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