Por Yedzenia Gainza, 09/02/2017
A veces, por una o muchas razones toca desconectarse de alguna manera
del día a día que agobia a todos los venezolanos. Vivir fuera significa llevar
una doble o una múltiple vida: la del país de residencia, con trabajo, clases,
cuentas… La del país de nacimiento, con angustia por la incontrolable
inseguridad dueña de las calles, la ira ante la multitud de calamidades con las
que diariamente lidian nuestros seres queridos, el pesimismo por la cantidad de
puertas que el régimen cierra a una nuestra libertad, la impotencia de ver cómo
el mundo da la espalda a un país entero que no sabe cuánto tiempo le queda de
oxígeno en una bombona que maneja el chavismo. La vida que queremos y por la
que luchamos intentando mejorar con el paso del tiempo, y también la vida con
la que quisiéramos premiar a nuestros padres o heredar a nuestros hijos.
No es sencillo intentar engañarse con aquello del “ojos que no ven,
corazón que no siente”. Venezuela late, late fuerte, altera como una
taquicardia, duele como un infarto. Venezuela, y todo lo que significa, bombea
cada gota de sangre que recorre nuestras venas. Por eso ahora que está mal,
nosotros estamos mal. Por eso a ratos nos entretenemos con otras cosas como si
se tratara de tranquilizantes que nos calmaran el dolor al menos durante unas
horas. Intentamos encontrar un mecanismo que nos permita sanarla para que
vuelva a la normalidad llamada democracia y que no se pare, porque cuando deje
de latir no habrá resucitación posible. Si Venezuela deja de latir, nos
moriremos por dentro, con ella, con nuestra infancia, con nuestra familia y
amigos, con nuestros olores, colores y sabores, con nuestra sonrisa…
Hay tantos frentes abiertos que un día sin leer lo que pasa, sin hablar
con nuestras fuentes directas a la realidad, nos deja mucho más perdidos que
cuando faltábamos a un par de clases de matemáticas. De modo que toca hacer un
esfuerzo mayor al de todos los días, cuando bailamos entre husos, para seguir
adelante sin perder contacto con lo que no sale en esos noticieros – para los
que no somos más que una simple línea que pasa por el teleprompter a toda
velocidad. Es como abrir el viejo libro del señor del turbante, hincar los
codos y pedirle a alguien de confianza que te explique lo que no entiendes
porque te has perdido, exactamente así, pero en versión cruel: con
multiplicaciones por los asesinatos, sumas de los abusos de Nicolás Maduro y
sus secuaces, divisiones entre las opiniones dentro de la MUD, restas de la
cantidad de comida que queda en la despensa de nuestras familias y un igual que
siempre significa lo mismo: el país cada vez peor, pero elevado a una potencia
de las que vuelve loca a las calculadoras que ponen ERROR en sus pantallas
porque sencillamente no le dan los números.
La desconexión no es más que una forma de retrasar el inevitable
corrientazo que nos recuerda la vida que voluntaria o involuntariamente hicimos
a un lado, y que sigue latiendo… Quién sabe hasta cuándo.
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