Fernando Mires 12 de febrero de 2017
Debería
ser un escándalo de grandes dimensiones. Lo que está sucediendo en Venezuela no
tiene parangón. Un régimen que había vivido durante 18 años de las elecciones,
incluso pavoneándose frente a los organismos internacionales de ganarlas todas,
o casi todas, ha decidido suspenderlas, hasta tener alguna posibilidad de
vencer en ellas. Es decir, hasta nunca.
Ya
durante 2016 Maduro robó tres elecciones: la del referendo revocatorio,
inscrito en la constitución por el mismo Hugo Chávez y dos regionales. Durante el
2017 se apresta a robar otras. Héctor Rodríguez ya adelantó la estrategia: “las
elecciones no son prioritarias“. Y Diosdado Cabello: “en este país no habrá
elecciones durante un periodo muy largo”
Un
caso nunca visto en la historia de las dictaduras latinoamericanas. Todas las
habidas, de derecha e izquierda, se instalaron en el poder sin elecciones.
Correspondía a su naturaleza no hacerlas. Nadie se engañaba. Cuando más un
plebiscito, y en dos casos - los de Chile y Uruguay- cuando por error de cálculo
los dictadores los perdieron, hubieron de emprender la retirada.
Fidel
Castro no hizo jamás una elección. Simplemente se instaló en el poder. Desde el
primer momento decidió que él, su familia y sus militares eran el pueblo. Y
punto. En cambio Chávez no solo llegó al poder mediante elecciones sino que usó
y abusó de ellas. Cada elección la convirtió en un plebiscito. Las elecciones
eran su combustible, su fuente de legitimidad y su razón de ser.
Maduro
intentó continuar la tradición de su mentor. Pero ganó dudosamente las
presidenciales, duda que hasta ahora lo persigue como estigma pues nunca mostró
los cuadernos electorales, prueba final y decisiva de la ignominia. Pese a que
intentó -aprovechando el desánimo de los electores- religitimarse en las
elecciones municipales de 2014, la sospecha de haber sido elegido mediante
fraude lo acompañará siempre. Fue quizás en ese momento cuando el régimen
chavista comenzó a observar que las elecciones se estaban transformando en
enemigas. Y como enemigas, debían ser eliminadas.
El 6-D
fue la corroboración. El aplastante triunfo obtenido por la oposición significó
un punto de inflexión. Desde ese momento Maduro y su junta civil-militar
decidieron romper con la línea electoral. Y lo hicieron en dos tiempos: hacia
el pasado y hacia el futuro. Al entregar el poder legislativo al TSJ, elegido
entre gallos y medianoche, Maduro desconoció a la Asamblea Nacional y con ello
desconoció las elecciones del 6-D. El robo del revocatorio solo fue la
confirmación del robo de la AN.
Las
luchas en defensa del RR, después de que este fue robado, iban a convertirse en
la lucha por las elecciones que deberían tener lugar en 2017. Pero la trampa
del diálogo en la que cayó la MUD interrumpió la continuación de esa lucha. Si
al menos la MUD hubiese puesto como condición previa a un diálogo la
presentación de un definido cronograma electoral, ese diálogo habría tenido
algún sentido político.
Hoy,
gracias a las inconsistencias de los dialoguistas (y de quienes dinamitaron al
RR desde dentro), el panorama parece ser pavoroso. No hay revocatorio, no hay
diálogo, no hay elecciones. El régimen actúa como si detrás de sí tuviera a la
mayoría absoluta y se apresta a liquidar, mediante artimañas (revalidación de
los partidos por medio de firmas en plazos imposibles) a los partidos políticos
uno por uno, hasta quedarse con los que más le convengan. Sin capacidad de
movilización, sin revocatorio y ahora sin elecciones, la MUD parece un
gallinero acosado por un zorro.
Es la
hora de la locura: columnistas irresponsables llaman a disolver a la MUD sin
ofrecer otra alternativa. Otros llaman –haciendo el juego del gobierno- a dejar
de lado las elecciones para centrarse en la caída de Maduro (vete ya), como si
tuvieran a la mitad de las fuerzas armadas detrás de sí. La fuerza bruta –no
tiene otra- del gobierno, está doblegando a las fuerzas de la razón.
Pareciera
a primera vista que ya todo se ha
perdido. Así lo creen algunos; y hasta envían –con justificado pavor- a
sus hijos al extranjero. Maduro y sus militares están a punto de convertir a
Venezuela en un pozo petrolero despoblado de política y de cultura. ¿Está todo
perdido? A primera vista parece que así fuera.
Sin
embargo, una segunda mirada podría abrir otras perspectivas. La renuncia del
régimen a medirse en elecciones es un retroceso histórico. Pero ese retroceso
incluye al régimen. El contorno internacional ya no es el mismo que gozó
Chávez. El socialismo del siglo XXl se encuentra en franca retirada. La
destrucción del sistema electoral por un régimen hasta entonces electoralista,
probó su eficacia en Nicaragua. Pero en Nicaragua no había una oposición que se
acercara a lo que es la MUD, ni aún en sus peores momentos. Uno de esos
momentos es el actual.
No se
sabe todavía como reaccionará la administración Trump frente a la alteración
del orden electoral venezolano. Pero ya se sabe que Trump no es un apasionado
amante de la democracia. Probablemente conversará con Putin y después verá que
lugar cabe a Venezuela en la (nueva) distribución de zonas de influencia. Pero
eso no es lo más importante. Lo importante es que en Venezuela haga su
aparición un sujeto político de referencia, uno parecido a lo que fue la MUD
hasta las elecciones del 6-D.
¿Puede
ser ese sujeto la misma MUD? Mientras no aparezca otro, y nadie piensa que por
lo menos en un corto plazo va a aparecer otro, ese sujeto deberá ser la MUD.
Más todavía si se tiene en cuenta que el panorama abierto en Venezuela estará
marcado por la lucha POR las elecciones primero y por la lucha electoral,
después. ¿Y qué otra organización puede organizar esas luchas sino la MUD, una
organización para-electoral por excelencia?
La MUD
cada vez que se ha movido en terrenos no electorales, fracasa. Si se trata de
movilizar al pueblo haciendo grandes demostraciones, lo hace, pero no sabe dar
un orden, un sentido y mucho menos, continuidad a las masas convocadas. Si se
trata de dialogar con el enemigo, se divide, como está ocurriendo. Pero, si se
trata de moverse en el espacio electoral, sabe hacerlo, y hasta ahora lo ha
hecho bien.
La
MUD, eso es lo que no quieren aceptar sus adversarios externos e internos, es
la representación electoral de la mayoría del país. Las elecciones forman parte
de su naturaleza política. Sin elecciones no hay MUD. Sin MUD no hay
elecciones.
Ninguna
otra organización fuera de la MUD puede emprender el camino de la lucha por las
elecciones y eso lo saben los dirigentes de todos los partidos quienes siempre
olvidan diferencias cuando se trata de buscar refugio bajo el mismo techo
electoral. Fuera de la lucha por y en las elecciones nadie tiene que buscar
algo en la MUD. Eso quiere decir: la disciplina dentro de la MUD nunca va a ser
lograda con simples reglamentos. La mejor disciplina, no solo en la MUD,
aparece cuando surge un objetivo común. Ese objetivo común -lo ha señalado el
mismo régimen al romper con la vía electoral- son las elecciones.
Imponer
elecciones a Maduro no significa
solamente reabrir la vía electoral. Significa, en el exacto sentido del
término, quebrar la línea de un régimen que se ha vuelto anti-electoral. Quien
abandone la ruta electoral, hará un gran favor a Maduro, entre otras cosas
porque no hay ninguna otra. Hay que rendirse a las evidencias
¿Por
qué elecciones regionales y no generales? Las generales, al no figurar en la
constitución, dependen de la voluntad de Maduro y sus huestes. Su aceptación
está condicionada a la movilización de un gran movimiento de masas que en este
momento no existe.
Venezuela
-aparte del movimiento estudiantil- carece de organizaciones de base y de
sindicatos de trabajadores y empresarios en condiciones de sostener iniciativas
de movilización insurreccional durante un periodo relativamente prolongado. La
oposición tiene detrás de sí a la inmensa mayoría, es cierto, pero esa mayoría
no es orgánica. Es por eso que, a diferencias de otras naciones, el pueblo
democrático en Venezuela no se constituye a partir de lo social sino de lo
político. Razón por la cual sus mejores momentos los ha alcanzado la oposición
en periodos electorales, haciendo usos de los derechos que le confiere la
constitución.
En esa
constitución, originariamente chavista, hoy hecha suya por la oposición, está
señalada la ruta. Poner las elecciones generales antes o por sobre las
regionales, sería la mejor vía para que estas últimas nunca tengan lugar. Las
regionales, en cambio, no son una concesión del régimen. Son, antes que nada,
un derecho constitucional.
Puede
ser incluso que en un momento determinado lo uno lleve a lo otro. Ese motivo
explica por qué la consigna ¡elecciones regionales ya! se está convirtiendo en
tendencia nacional. La ciudadanía busca un camino.
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