Por Leonardo Morales
En varias ocasiones he
insistido en el valor que tiene la unidad democrática como factor aglutinante
de la sociedad venezolana y, además, como centro alrededor del cual deberían
girar todas las políticas que conduzcan a la superación de las dificultades que
estremecen y angustian a la sociedad, así como a la instauración de un gobierno
amplio y de unidad nacional.
La superación de la crisis
sembrada por Chávez y cultivada por sus discípulos solo será posible con la
participación de todos los sectores del país; la errática actuación del
liderazgo político asociado en la MUD, extremadamente desatinados, es la más
fiel evidencia de esta urgente necesidad. Es un esfuerzo que necesita de todos,
desde los que entienden la política desde una perspectiva racional hasta
aquellos militantes opositores fervorosos del radicalismo, independientemente
de su semejanza, en sus acciones y convicciones, a los más encumbrados jefes
del gobierno.
La MUD que logró un éxito
electoral en el 2015 no pudo diseñar una política exitosa para el año
siguiente, mas bien la condujo por caminos errados y convencieron al pueblo
opositor de las virtudes de la renuncia, la enmienda y el revocatorio.
Embarcaron a la gente por un caudaloso río de enérgicos rápidos hacia un
lamentable naufragio.
Insistir en la ampliación del
grupo decisor de políticas e iniciativas nunca será innecesario. La MUD debe
cambiar hacia la configuración de un equipo de conducción mucho más amplio. Las
presunciones acerca de las fortalezas o importancia electoral de algunos
partidos no tienen un sola evidencia empírica o datan del siglo pasado.
Establecer la relevancia partidista a partir del número de diputados significa
desconocer el extra que le imprimió la MUD como fuerza unitaria.
La MUD no pudo definir una
ruta certera. Muchas razones pueden argüirse para explicar porqué el grupo de
los 4 fracasó: desde la competencia por Miraflores pasando por la propia
disfuncionalidad de los partidos que los hacen prisioneros y hasta objetos de
regateo y chantaje de algún particular dirigente. Referencias sobre ellas hay
muchas, a veces vergonzosas, pero al final hay que insistir, reclamar y obligar
a los partidos a actuar con transparencia y responsabilidad.
Que la MUD deba cambiar es
indiscutible, pero cambiar no significa, al menos exclusivamente, nombrar un
nuevo secretario ejecutivo; reducir el fracaso a la actuación de Chuo Torrealba
es una canallada intolerable que busca ocultar la responsabilidad de otros, que
prometieron lo que no debían y ofrecieron lo que no disponían ni estaban en
capacidad garantizar. Cambiar implica ampliar los niveles de decisión de la
MUD, erradicar la política de los hechos cumplidos, realizar algunas consultas
a otros sectores del país. El G4 no tiene las auctoritas para arrogarse el
derecho a decidir y mucho menos autoperdonarse del descalabro político del
2016. Nadie pide la cabeza de algún desacertado dirigente del G4, solo se exige
que las decisiones futuras estén revestidas de mayor legitimidad.
En términos beisbolístico
habría que decir que la MUD es un equipo donde muchos dan un hit pero
también se ponchan y con relativa frecuencia. No hay uno que la saque del
parque. Todos están al mismo nivel, nadie está por encima de otro, de modo que
cada uno de los partidos y sus dirigentes son necesarios para el cambio
político.
03-02-17
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