Por
Susana Morffe, 04/06/2017
El
país se desmorona a nuestro lado, también frente al vecino y más atrás de los
ojos del privado de libertad. Nos mueven la vida, el mundo va cambiando y
Venezuela se nos cae a pedazos.
El
ritmo diario en la rutina forzada para cubrir las principales necesidades,
impide frenar los hechos que van sucediendo y se aceleran como cascadas de
barajitas. Al tiempo, se escuchan voces de lado y lado y más allá sin ecos,
pero no más allá de lo intangible, sino más allá de Venezuela.
La fabricación
letal de una constituyente, también llamada prostituyente, favorece al régimen, a ellos no les gusta la
palabra régimen y la prohíben al igual que dictadura tampoco les gusta, pero su
acción es sinónimo de totalitarismo, tampoco les gusta porque consideran que ellos
tienen un techo de cristal inundado de paz, según su pregonero.
Las
calles se llenan de sangre por los excesos militares con metras, tuercas, balas,
gases de las bombas lacrimógenas y
cualquier otro pertrecho que sirva para destruir a sus enemigos. Esos
“enemigos” son todos venezolanos y hay gran duda por saber de dónde provienen
los verdugos, si es milicia criolla o egresada de los penales diabólicos
del país o más allá de las fronteras por la forma que aniquilan y masacran al
pueblo. Hay más muertos del lado de los civiles que de los supuestos militares.
La población
utiliza adminículos artesanales como armas para defenderse, escudos, máscaras, cacerolas, banderitas,
gorras, franelas, redes sociales y la innovadora bomba “Puputov”. De resto, no
tienen más nada que usar para el resguardo, hasta cubrirse en la trinchera
del fraudulento y putrefacto rio Guaire.
Los
funcionarios del régimen o dictadura, primeramente se convencieron que la lucha
es justa porque “los enemigos de la revolución no permiten el desarrollo del
país”. Mientras los agricultores salen a marchar con sus tractores porque
rechazan la constituyente, no hay cosechas y mucho menos semillas, la harina
pan dejó de producirse por falta de materia prima. Pero los dictadores intentan
convencer a la gente que todo es producto de una guerra económica desde el imperio.
El
Defensor del Pueblo se inclina ante los micrófonos de los medios de
comunicación para expresar que ha ordenado la investigación de los jóvenes caídos,
acribillados por los combos milicianos. Como si después de muerto vale algo esa
muletilla que termina en el suelo como un juego de lego. La canciller vocifera que existe un complot de organismos
internacionales contra Venezuela y se lava las manos ante las denuncias que recaen
en su contra. Ella no es Pilatos, sino Pilates.
En
otros vaivenes, los alimentos se han encarecido, pero tenemos patria, vociferan
los ministros; uno de ellos, ha inoculado en nuestro idioma español la palabra
“esfaratar”, tal como debe estar su alma por dentro.
Con
semejante cuadro panorámico, visto desde afuera y por dentro, el país continúa
a un ritmo inusual. Todos temen que algo va a explotar, puede ser una guerra y no es civil o un experimento criollo en alza,
más seguro y tangible es la inflación, ese monstruo que sacó el régimen con sus
prodigiosas medidas económicas indetenibles. Los billetes de 100 bolívares son
más numerosos que los de 10 mil y no duran nada, pero tienen vida propia para
no desaparecer.
¿Qué
son los venezolanos? Entes ambulantes, sin rumbo fijo, solo se determina por la
marcha del día, cuyas movilizaciones están produciendo gastos de calzado, ropa
y emergencias, para lo cual el escaso dinero en manos de los opositores no
alcanza si piensan en los reemplazos. Mientras el pueblo está en la calle
ciertos opositores son capaces de sentarse alrededor de una mesa con
subalternos del régimen.
El
régimen-dictadura exclama en cadena nacional que el país se enrumba. Entretanto los 29 millones de venezolanos más
yo, quedamos como réferi en torneo de ping pong, preguntándole al de al lado
¿Seguimos?
Susana Morffe
@SusanaMorffe
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico