Por Claudio Nazoa
Todos tenemos un grado de
maldad. En un rincón de nuestra alma, se encuentra la maldad acechando,
esperando el momento oportuno para salir.
Los nazis lograron infiltrar,
en los campos de concentración, a cooperantes que fungían de capataces o
policías a su servicio, quienes a traición actuaban contra sus compañeros de
sufrimiento. Esta práctica aberrante convirtió a sus hermanos en esbirros. La
cosa era perfecta para los alemanes, ya que estos cooperantes, que también
estaban presos, conocían a los prisioneros: sabían cómo pensaban, qué les dolía
y dominaban sus idiomas. Eran capaces de torturar e incluso de matar a un
amigo, a un vecino o a un familiar.
¿Alguien sabe cuántas personas
apuñalearon a su compañero en el Titanic para quitarle el salvavidas? Las
perversiones duermen en el inconsciente y se disparan cuando están en juego la
ambición desmedida y el instinto de supervivencia.
Sin embargo, un conjunto de
normas, valores y creencias, nos ayudan a controlar nuestro grado de maldad y
no solo a no ser malos, sino a evitar que la maldad se imponga: el código
moral.
El código moral se acumula a
lo largo de nuestra vida. Nace en el cariño con el que nos trataron cuando
éramos pequeños. En el amor recibido de recién nacidos y que creemos no
recodar. En el ejemplo de las cosas buenas que vimos, que vivimos en familia y
que ahora, de adultos, repetimos y hasta perfeccionamos.
El código moral es nuestro
policía interior, que tiene preso al odio siempre presto a salir. Su freno es
la conciencia que, como decía Pepe Grillo, es la que nos permite diferenciar el
bien del mal.
Estudiar ayuda a entender
mejor estas cosas, pero no es lo fundamental para desarrollar el código moral.
Fíjense si esto es así que médicos eminentes, físicos, músicos e historiadores
acompañaron a Hitler en una locura que casi destruye a la humanidad.
Aquí, en Venezuela, nadie duda
que altos funcionarios, músicos, escritores y artistas de este gobierno
destructor sean excelentes en sus áreas o que hayan sido estudiantes
universitarios destacados, con doctorados y posgrados. El peor de los malos es
quien se ha preparado y, aun a sabiendas del daño que puede causar, presta sus
conocimientos para la destrucción y el odio. El miedo, la comodidad, la
ambición y no el conocimiento, disparan el monstruo que habita en nuestro
corazón.
Hay quienes creen que ser
condescendientes, cooperantes y zalameros con los dictadores los va a salvar de
su grado de maldad.
05-06-17
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