Por Simón García
La mayoría de los analistas
pronosticaron la declinación inevitable de las protestas. No acertaron. Ocurrió
una proeza. Después de una represión salvaje, las movilizaciones no sólo se
mantienen, sino que se ha producido un visible aumento del rechazo al gobierno
de la población que no marcha.
La resistencia es un
sentimiento colectivo. Los habitantes de los edificios y gente que no está en
el asfalto caliente han pasado a ser un activo de ella. Las familias de quienes
van a las calles, son una línea logística informal que la sostiene y amplia.
Ante los ataques represivos, muchos comercios y residencias ayudan a los que
buscan protegerse de una violencia que recuerda el desempeño de una fuerza de
ocupación.
Ante el mundo Maduro es el
agresor. Pretende ahogar a sangre y fuego la exigencia de aplicar la
constitución. Los acontecimientos indican que pretender no es poder. El agresor
interpone obstáculos a la protesta que propagan la indignación ante una
represión desproporcionada. La Guardia, los colectivos paramilitares y la
policía no bastan para contener el gran rechazo pacífico.
Se ha producido una ruptura
emocional con Maduro y su cúpula. El doloroso costo en vidas es irreparable y
los nombres de las víctimas comienzan a elaborar una épica. Los avances y
logros, simbólicos y reales, de la resistencia son notables.
Pero el gobierno está
escalando una repolarización violenta y autoritaria que está desatando demonios
que pueden terminar devorándolo. Una polarización existencial entre democracia
y dictadura, distinta a la que convencionalmente se expresa en términos
electorales. No se mide cuantitativamente en votos, sino por el enfrentamiento
con recursos desiguales de poder entre un polo comandado por una minoría que
usa al Estado para perpetuarse en el gobierno ilegalmente y someter a control
totalitario al otro polo donde está la mayoría de la sociedad. El propósito de
Maduro no es ganar sino exterminar.
En esa nueva polarización el
gobierno está dominado, en sinapsis con interrupciones, por el cerebro
izquierdo y en el cuerpo de la sociedad el hemisferio derecho está tomando la
delantera. Las emociones, la pasión por la democracia y la verdadera justicia
social, son el combustible de la resistencia. Pero no deben alejarnos de la
estrategia para seguir debilitando a Maduro y a su cúpula, uno de sus focos es
el encuentro con los sectores oficialistas que se oponen a constitucionalizar
una dictadura y asesinar el pacto de la nación en torno a la Constitución de
1999. Otro es evitar que Maduro y Padrino logren forzar al Ejército a
implicarse en una operación que bordea el genocidio.
Para triunfar es decisivo que
quienes ocupan cargos en el gobierno, en el PSUV y otras instituciones perciban
que su costo de salida es incomparablemente más bajo que la de las siete
bestias del apocalipsis. Sus aportes, el diálogo y el entendimiento con ellos,
son uno de los cimientos de un gobierno plural y de reinserción de Venezuela en
la democracia y el Estado de Derecho.
Un acuerdo es posible entre
todos los que rechazan, con ópticas diferentes, el golpe de estado. Acuerdo
urgente porque Maduro no hace política, hace tragedias. Hora de ponerle fin a
su guerra contra Venezuela.
06-06-17
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