Por Daniel Fermín
Mucho se ha debatido, durante
muchísimo tiempo, sobre la naturaleza del “problema venezolano”. Una de las
perspectivas que más fuerza cobra en ese ejercicio es la cultural. De acuerdo a
esta, los venezolanos tenemos unas “taras” culturales que truncan nuestro
camino al desarrollo. De aquí se desprenden muchos argumentos: Que si aquí
llegaron unos españoles vagabundos que solo buscaban hacer riquezas; que si los
indios eran flojos; que si nuestro mestizaje en realidad trabajó en nuestra
contra; incluso, que el clima, la geografía y la ausencia de estaciones nos han
hecho un pueblo “flojo”; que tenemos (o más bien “tienen”, siempre el otro) “un
rancho en la cabeza”. Es un enfoque equivocado. El resultado único de la
perspectiva culturalista y sus derivados geográficos y climatológicos es el
fatalismo: si es así, no hay nada que hacer.
Una perspectiva menos
escandalosa pero más acertada se enfoca, no en lo cultural, sino en lo
institucional. Así, el “problema venezolano” parte y se debe, en gran medida, a
la ausencia de instituciones efectivas. El resultado: no hay reglas claras. La
consecuencia: la anomia. “La ley respetando” solo se encuentra en el himno, y
el déficit institucional ha determinado que en Venezuela, lejos de regirnos por
el Imperio de la Ley, nos enfrentemos al Imperio del Capricho, como lo llamó el
historiador Ramón J. Velásquez. Son pocas las instituciones con longevidad en
Venezuela, sean públicas o privadas. Nuestro constante “borrón y cuenta nueva”
es causa y consecuencia de esto.
La lucha que por más de 70
días adelanta el pueblo venezolano en defensa de la libertad, la democracia y
el bienestar ha puesto de manifiesto la importancia de la esfera institucional.
Ante la amenaza concreta de una “constituyente” fraudulenta que busca
atropellar a la mayoría del país en un intento por lograr la hegemonía de un
pequeño grupo, son diversas las posturas que, desde las instituciones, se han
fijado para enfrentarla. Así, hemos visto a sindicatos, asociaciones
profesionales, gremios, cámaras empresariales, el movimiento estudiantil, la
Conferencia Episcopal, partidos políticos, asociaciones civiles, asociaciones
de rectores universitarios, las universidades mismas y un sinfín de
organizaciones pronunciarse y organizarse en rechazo de la constituyente y en
defensa de la Constitución y la democracia.
Quizás la más relevante
postura institucional es la que proviene de la Fiscalía General de la República.
Desde el seno del chavismo, la Fiscal General ha retomado la senda
institucional y, de manera valiente, ha alzado la voz contra lo que a todas
luces se muestra como la horca de la democracia. Más allá de realizar
pronunciamientos públicos, la Fiscal ha introducido recursos varios ante un
Tribunal Supremo de Justicia que sabe cooptado por el Ejecutivo. No se trata de
una postura ingenua, sino de una cementada sobre la necesidad de promover,
fortalecer y hacer valer la institucionalidad republicana y democrática.
Si algo ha de garantizar la
consolidación de la democracia una vez que el pueblo venezolano logre
reconquistarla, es precisamente el fortalecimiento de las instituciones. Que
lejos de mandar un hombre, manden las leyes. Que el poder, limitado, resida en
los cargos y no en las personas. Que las reglas claras se impongan al atropello
y el “a mí me da la gana” de los autócratas. Instituciones responsivas, que
rindan cuentas y atiendan los reclamos de un pueblo que encuentra en las calles
y la protesta los únicos medios para hacerse sentir, justamente ante la falta
de respuesta de las instituciones del Estado. He allí un enorme reto para el
futuro, que está siendo abonado por la lucha que, desde diversas instituciones,
se hace hoy en defensa de la democracia.
Las instituciones son clave
para el desarrollo y el entendimiento nacional. Son un muro de contención
contra el autoritarismo, el abuso de poder, la impunidad y la corrupción. Con
el fortalecimiento de las instituciones ganamos todos, hoy y mañana.
Luego de 15 años de una
revolución signada por la dominación carismática, profundamente personalista,
ajena a los controles y decididamente contraria a la separación de poderes, el
chavismo enfrentó la crisis de sucesión típica de este tipo de regímenes. El
carisma no es transferible, como bien dijo Weber y entendió el presidente
Maduro, por lo cual los últimos cuatro años de la revolución han dado un
acelerón a los rasgos autoritarios que ya se encontraban en la génesis de un
proyecto anclado en las tanquetas y los fusiles. A casi 20 años de todo esto,
quizás ahora sí veamos, los venezolanos, la importancia de las instituciones,
de cuidarlas, fortalecerlas y reclamarles cuando se salen del camino. Son las
instituciones nuestra mayor garantía contra el abuso, de la preservación de los
derechos y las libertades, de la justicia, la paz y la estabilidad. No, no es
“el rancho en la cabeza”, son las instituciones “ranchúas”. Hoy saludamos el
renacer de la valoración social de la institucionalidad y hacemos votos por que
en el futuro una Venezuela de instituciones sólidas se traduzca en un país de
derechos y oportunidades para todos por igual.
Foto: AVN
Publicado en PolítiKa UCAB el 16 de junio de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico