Por Arnaldo Esté
Mario Puzo, el exitoso autor
de los libros sobre la mafia, además que un hábil novelista de intrigas,
resulta un agudo psicólogo. Destapa los sueños de los grandes mafiosos. La
ética mafiosa, de raigambre medieval, que supone una relación de protección a
cambio de servicios y fidelidad abonados con una simbología que cultiva nobles
y caudillos. Todo ello en permanentes juegos por el poder.
El proyecto revolucionario
chavista nunca llegó a cuajar, a conformarse con coherencia y factibilidad,
pero sí se amarró, ahora sabemos que provisionalmente, con las habilidades y
carisma de un líder de estilo folk. El socialismo, como una miel atractiva para
románticos y justicieros, trató de verificarse como sistema de protección en
atmósfera petrolera, pero no logra armar un tejido comunitario que garantice
producción y distribución adecuada, ni emergencia de la conciencia de un hombre
nuevo. Se queda siendo una suma de recursos y vías para la compra de homenajes
y servidumbres. La gente, hecha a la mentalidad de la mendicidad, recibe los
regalos, reza las oraciones pero no se pega del cuento.
Ahora, los menguados
herederos, en franco descaro e ilegalidad, sin mayor decoro ni estilo, lanzan
un aparato muy mal armado y lo llaman asamblea constituyente. Un socialismo de
receta post mortem, con la barata ilusión de que el simple nombre fuera a
generar legalidad. Se dejan de lado las pretensiones ideológicas y la
democracia participativa para centrarse en la conservación e incremento del
poder. Un poder muy aporreado y desprestigiado al tener que apelar a la
violencia directa.
El sistema de gobierno se
desnuda como una debilitada confluencia de grupos de conveniencia, incluyendo
jueces y militares, que permanentemente tensan sus cuerdas. Establecen entre
ellos maneras de equilibrio muy precarias y enervantes. El estilo se pierde,
por lo que emergen las negras piedras del poder explícito, que molestan mucho a
los fieles devotos del buen gusto y del decoro argumental, por lo que las
engañifas ideológicas resultan inútiles como disfraces.
La reunión de cancilleres de
la OEA, aun cuando no logra para hoy un acuerdo sobre el texto de una
declaración, sí evidencia un gran desgaste y aislamiento del gobierno. Los
políticos y diplomáticos valoran el costo político interno que tiene embasurar
la constitucionalidad democrática y no tienen mala memoria. Saben de
dictaduras, de dictadores, de muertos y torturados, de mafias y corrupciones,
del desbarranque de Cuba y su retorno a ser, como antes, un territorio de
turistas y acompañantes, como ya lo fue cuando Batista. Leen las intenciones
absolutistas, dictatoriales de la mal armada asamblea constitucional que les
resulta, a los más cercanos, vergonzosa y difícil de defender, por lo que ya
están de acuerdo en darle un parado.
Este es el panorama de la
crisis general. La inflación sigue en sus saltos, gente que muere por mengua de
medicinas y el hambre comienza a verse en caras y miradas, a tomar
protagonismos, escenarios y lenguajes, que se agregan a las de los ya creativos
marchistas.
Lo repito: ¿será esta crisis
general, como personaje con vida propia, la que obligará a entenderse, a
negociar, a llegar a un gobierno de coalición? No la voluntad o el genio de las
partes (genio y voluntad que será necesario que aparezcan en algún momento) es
la inminencia de la presión de la gente lanzada a donde sea para buscar comida.
Una búsqueda desesperada y sin modales, que no sabe de paz o violencia,
oposición o gobierno.
La palabra saqueo tiene gran
figuración en la historia.
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