Por Marcelino Bisbal
I
Creo que no hay que ser muy
lúcidos para darnos cuenta que hoy en Venezuela estamos viviendo una
situación-límite. Creo que no estoy siendo exagerado en mi apreciación.
Contemplemos a nuestro alrededor y lo que veremos es que el país se está
cayendo a pedazos y que de seguir por esta senda no habrá suficiente “pega
loca” para empatar los trozos esparcidos por aquí y por allá. La experiencia
que estamos viviendo los venezolanos ojalá nos sirva para no repetirla nunca
jamás.
Quienes hoy nos gobiernan y
detentan el poder no están conscientes, o quizás sí, que una nación no se
piensa y luego se construye sobre los emborronamientos y las chapuzas del
presente. Que hace falta inteligencia, pero sobre todo sentido común, para
emprender las tareas del hoy y del futuro a partir de las bases y los pilares
que en el pasado se conformaron. Hace falta juicio, entendimiento y capacidad
para comprender y pensar la nación como encrucijada de vidas, de pensamientos,
de diferencias, de diversidades, de interculturalidad…, de pluralidad y no como
un camino de uniformidad, de homogeneidad y de unicidad. ¡Es que los
venezolanos no somos únicos! ¡El ser humano no es único! El horizonte
de un país, de un proyecto nacional, de un proyecto de vida, debe ser visto con
una mirada más larga, más diversa y que además sea capaz de otear en el
horizonte del presente las peculiaridades y las diferencias que nos distinguen
a partir de nuestras propias historias y mentalidades.
La mirada que se quiere
imponer en la Venezuela del presente, a partir –como dijimos antes– de la
destrucción de nuestro pasado republicano más reciente, es fragmentada y
desgarrada. Se está tratando, por diversas vías, de desarticular y hacer
desaparecer las viejas cartografías con las que nos movíamos. Porque como dice
el poder: “el mapa es otro”, “la situación política actual es otra”.
Es el intento sostenido de
imponer una visión política, económica, social y cultural, hasta simbólica,
unívoca. Primero fue el nombramiento de unos magistrados para el Tribunal
Supremo de Justicia (TSJ) de manera inconstitucional; vino luego el
desconocimiento a la Asamblea Nacional y su bloqueo permanente; las decisiones
de la Sala Constitucional que fueron denunciadas por la Fiscal General de la
República como “ruptura del orden constitucional”; después la inhabilitación
política dictada contra algunos gobernadores y alcaldes de la oposición
democrática; ante las masivas manifestaciones y protestas de la sociedad ha
aparecido la violación sostenida y en ascenso de los derechos humanos y la
evidente impunidad…Y para rematar, el intento de modificar la Constitución a
través de la convocatoria de una Constituyente Comunal negando la participación
del pueblo en un referéndum. ¿Qué más podemos esperar?
II
Para que se tenga una idea de
lo que estoy tratando de expresar, se me ocurre citar dos imágenes precisas de
cómo se nos está y nos estamos viendo:
-Primera imagen: “el país es
una embarcación de madera que para avanzar quema como combustible su propia
madera. Llegará un momento en que no habrá embarcación y caeremos todos al
agua, como náufragos de un bote que ya nadie recuerda”
Y quien nos narra esta imagen
se hace de inmediato algunas preguntas: ¿Será que para recobrar un mínimo de
sensatez hace falta acumular más y más deterioro? ¿Será que para pensar en
términos realmente públicos hace falta primero destrozar al país?
-Segunda imagen: “un autobús
quemándose en plena autopista del este, ya de noche y con la cola de retorno
completamente detenida, mientras la autoridad contempla y se echa de menos la
presencia de un camión de bomberos. Nadie se mueve, todos miran el autobús
incinerándose como si fuera un bonzo. Esperando ver las cenizas para poder
pasar y volver a la casa”
Después de esta imagen, la
cronista nos expresa de manera tajante que esta metáfora de un país ardiendo,
sin que nadie registre el incendio, tiene que ver con el giro profundo que han
dado las circunstancias en el desplazamiento del centro de gravedad de lo
político: lo importante hoy, no es tanto lo que ocurre sino como se cuenta. El
campo de batalla –nos sigue diciendo–, es ahora la opinión pública, último
poder que el gobierno pretende colonizar, habiendo ya saqueado los territorios
institucionales.
¿De qué manera sirven estas
imágenes para pensar lo que nos está sucediendo? Porque otras imágenes se nos
pueden ofrecer en sentido contrario. En el sentido de “que aquí no está
sucediendo nada”. En la idea de que todo está bien y de que todo está permitido
porque vamos en el camino correcto y ese es el único verdadero. ¿Qué
idea-representación de nación, de país, de familia, de educación, de
comunicación, de política, de economía, de cultura es más valiosa que las vidas
individuales de una buena parte de la sociedad que tiene otras ideas distintas?
¿Qué sentido tiene describir unas imágenes de país cuando la crítica razonada y
confrontada quiere ser sustituida por la subordinación? ¿Se pueden y se deben
ofrecer esas imágenes cuando el disenso es juzgado como subversión o
infidelidad?
Alguien decía que “la duda es
el privilegio de los intelectuales” Yo añadiría que la duda es también el
pensar lo no pensado, pensar lo inesperado. Hoy, más que nunca, se nos exige a
los ciudadanos de la Venezuela del presente “pensar en medio de la tormenta” y
la realidad del país nos está pidiendo un pensar independiente, un pensar nada
complaciente con el poder y con cualquier forma de atadura.
En la Venezuela de hoy hay
situaciones y acontecimientos que son moralmente inaceptables. No son sólo las
diferencias económicas y políticas, es la retórica marcada desde la cúspide del
poder de hacernos creer y sentir la presencia de que aquí hay dos naciones, dos
venezolanos, que ya tienen poco en común. Hablo y escribo desde la actualidad.
¿Y que nos está diciendo la realidad que todos vemos y que ya resulta difícil
de ocultar?
-El Estado ha perdido los
límites que lo definían y se ha transformado en un aparato amorfo que cada vez
más se va pareciendo a una “maquinaria” de control y secuestro de las
instituciones.
-El protagonismo militar ha
ido ocupando espacios civiles ante la mirada, sino complaciente de gran parte
de la sociedad, por lo menos nos va resultando ya un hecho casi natural y
lógico.
-Las necesidades económicas
reflejadas en la inflación, el desempleo, el deterioro del sistema productivo
privado, el excesivo gasto público que no es capaz de saciarse, la dependencia
casi absoluta de la renta petrolera hasta límites que no eran pensables,… en
fin todas esas necesidades que han ido quebrando fuertemente el horizonte de
expectativas que nos habíamos imaginado y soñado.
-La creación, poco a poco y de
manera sostenida, de un megaestado. Un Estado que controla cada vez más
todas las instancias de la economía. Este megaestado hoy está
presente ya no sólo como regulador sino como productor y empresario a la vez.
-La idea de crear un partido
hegemónico –hoy el PSUV– y un proyecto hegemónico de nula cultura democrática
como es todo lo único.
-El excesivo personalismo que
encarnó la figura del presidente de la República, que sacralizan sus
partidarios y los más allegados al poder.
-La centralización como
creencia que desde allí “todo se va a resolver”, sin comprender que uno de los
logros y conquistas ciudadanas más significativos de nuestra historia
democrática fue la descentralización administrativa en muchas esferas del poder
del Estado.
-La evidente polarización y
conflictualidad en la que vivimos, que lejos de desaparecer y disolverse ha ido
acrecentándose por unas acciones y una retórica de la exclusión, la
confrontación y la violencia. Es la presencia de la polarización política que
ha ido creciendo y creando espacios de intolerancia y de no-convivencia, al
punto que se ha venido convirtiendo en una forma de vida y de cultura.
-El surgimiento, publicitado
además, del resentimiento social como manera de querer comprender nuestras
debilidades.
-El empeño de voltear la
historia republicana intentando, de manera insensata y poco responsable,
reescribirla desde el personalismo, el caudillismo y el mesianismo.
-La insistencia de construir
un proyecto de país teniendo como modelos experiencias más que fracasadas y
superadas por la historia de los acontecimientos recientes. Los signos
que se han hecho presentes tiene como fundamento los parámetros del
centralismo, de la ausencia de todo contrapeso, del personalismo, de tinte
militarista y además con la presencia de un Estado monocolor y tutelar de todas
las actividades de la sociedad.
-El politólogo Arturo Sosa
caracteriza este modelo, es decir “el chavismo realmente existente” con los
siguientes rasgos que se fueron imponiendo desde 1999: -Rentismo estatista;
-Estatismo nacionalista; -Centralismo en la figura del Presidente; -Apoyado en
los militares; -Masificación política; -Democracia plebiscitaria;-El PSUV, como
partido único, como correa de transmisión;-Internacionalismo revolucionario.
Integración de los pueblos latinoamericanos que no sea solamente económica,
sino ideológica; -Voluntarismo político.
III
Lo que se ha querido imponer
en el país, a lo largo de estos 18 años, es un proyecto
antihistórico para perpetuarse en el poder y los beneficios que ese mismo
poder otorga. Estamos en presencia de unos individuos, tanto civiles como
militares, en donde la ideología que dicen profesar quedó a un lado si es que
alguna vez la tuvieron. Desde ahí la necesidad de construir
un superpoder o big brother orwelliano orientando los
designios hacia dónde debe conducirse la sociedad. La única manera de seguir
sosteniendo el estado de cosas que están ocurriendo y las que se quieren
imponer es a través de una conducta delictiva en contra de la voluntad del
pueblo.
En el 2009 el desaparecido
Hugo Chávez dijo: “Después de mí, el vacío, el caos”. En esto no se equivocó al
ver la Venezuela-hoy. Lo que sí tenemos claro es que este des-orden empezó con
la transformación del gobierno en un régimen, con el secuestro de las
instituciones, con el desmejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos,
con la concentración de los poderes, con la invocación de valores humanistas
que el mismo poder incumple y con la idea –puesta en práctica a lo largo de
estos casi ochenta días de manifestaciones y protestas– de que el poder solo
puede tener eficacia cuando se expresa como fuerza y además militarizada. Pero
estos indicadores, que sustentan a un gobierno evidentemente autoritario
queriéndose convertir en un gobierno totalitario, no cayeron del cielo. Claro
que Hugo Chávez tiene responsabilidad y ¿nosotros?
Estamos viviendo un momento en
que los hechos de la realidad presagian, como nos dice Edward E. Said,
acontecimientos inesperados por eso no se entiende
la indiferencia de algunos cuando “nuestro combate es un
combate por la libertad”.
16-06-17
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