Por Antonio Pérez Esclarín
Resulta evidente que la
profunda crisis política, económica y social que vivimos tiene su origen, su
sustento y razón principal en la terrible crisis moral que ha corrompido vidas
y conductas, ha exacerbado la ambición, la deshonestidad y la inmoralidad, y ha
hecho de la ley y de la constitución algo inútil porque, si bien todos la
invocan, muy pocos la cumplen. Hoy, asistimos a un fuerte debilitamiento
de la ética donde cada uno decide lo que se puede hacer o no se puede hacer. El
fin justifica los medios. Todo parece lícito si produce poder o si produce
dinero, que son los valores esenciales. Para obtenerlos se sacrifican vidas y
personas, se engaña sin el menor pudor, y arropándose en una retórica pacifista
y patriotera, se recurre a la violencia e incluso a la tortura para mantener el
poder y la ambición. Por ello, cada día ganan más y más terreno las
llamadas economías subterráneas como el sicariato (de lo único que no hay
inflación en Venezuela es del valor de la vida que cada día vale menos),
la corrupción, la delincuencia, el secuestro, la prostitución de adultos y de
niños, la pornografía, el bachaqueo, la especulación abierta y
descarada, el tráfico de drogas, de armas, y hasta de
personas. El llamado de Jesús “Amaos los unos a los otros”, lo estamos
traduciendo por “Armaos los unos contra los otros”. Por otra parte, propuestas
moralizantes y discursos con fervientes llamados a la ética, ocultan con
frecuencia, la manipulación, el ansia de poder, la corrupción, el engaño, la
mentira. Hoy se miente tan descaradamente que ya no sabemos qué es verdad y qué
es mentira, pues hemos matado el valor de las palabras.
Ante esta realidad, urge una
educación integral, que forme y no sólo informe, que asuma al estudiante en su
plenitud de persona y se oriente a gestar ciudadanos honestos, responsables y
solidarios, preocupados por el bien común, defensores de los derechos y
cumplidores de sus deberes y obligaciones. Y esta debe ser la principal tarea
no sólo de los educadores, sino también de las familias, del Estado y de la
sociedad en general. Resulta de un gran cinismo pedir a los educadores que
eduquen en unos valores que vemos cómo son pisoteados todos los días. ¿Cómo es
posible que algunos gobernantes o connotados políticos que deberían dar ejemplo
de probidad, respeto y tolerancia ofendan, mientan y amenacen a cada rato y no
pase nada? ¿Para qué existe el poder moral? ¿Hay acaso algo más deseducativo
que algunos programas dirigidos por ciertos políticos?
Para ello, en primer lugar, es
urgente que la política se cimente sobre la ética, y que padres y maestros,
vuelvan a reencontrarse y a proponerse vivir tanto en la casa como en la
escuela aquellos valores que consideran esenciales para el pleno desarrollo
personal y la sana convivencia. Los políticos deben ser, parecer y actuar como
ciudadanos ejemplares, y padres y maestros deben plantearse con humildad y con
responsabilidad, ir siendo modelos de vida para sus hijos y alumnos, de modo
que estos los vean como personas seriamente comprometidas en su continua
superación. No podemos olvidar que todos educamos o deseducamos con nuestras
palabras y sobre todo con nuestra conducta y nuestra vida.
11-10-17
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