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miércoles, 11 de octubre de 2017

HAY QUE VOTAR, por @FernandoMiresOl



FERNANDO MIRES 10 de octubre de 2017

El próximo 15 de Octubre se celebrarán en Venezuela las elecciones de gobernadores. Decidirán allí los electores quién gobernará su entidad y el proceso será simultáneo en 23 circunscripciones electorales. Son unas elecciones extemporáneas que debieron celebrarse el pasado diciembre, por mandato constitucional. Resulta que el chavismo, que alardeaba tanto de la muy frecuente convocatoria a las urnas, dejó de celebrar elecciones apenas comenzó a perderlas.

1.

Hoy en Venezuela 3 de cada 4 electores adversan duramente al gobierno de Maduro y así las cosas cualquiera podría esperar que la oposición se hiciera con al menos 20 de las gobernaciones. Pero no es exactamente así el pronóstico, porque mientras que el 25% chavista de la sociedad está convencido de ir a votar, el 75% opositor al régimen de Maduro se debate entre si ir a votar o dejar de hacerlo, con lo cual la batalla en las urnas electorales se hace mucho más equilibrada.  Si la gran mayoría de los electores que se oponen al gobierno acuden a votar, la oposición podría incluso ganar las 23 gobernaciones.  Eso no pasará, entre otras razones porque el gobierno usará toda su fuerza argumental para disuadir a los opositores de que vayan a votar. ¿Qué argumentos usará? Uno muy claro es categorizar a las negociaciones gobierno-oposición como evidencia de un pacto de convivencia, convencer a las bases opositoras de que hay acuerdos turbios y colaboracionismo. Otro argumento, ya más manido, es dejar en evidencia la parcialidad del árbitro electoral y su posibilidad de torcer el resultado de las urnas.

   El dilema sobre si participar o no, no es banal.  Porque seamos francos, estas elecciones regionales no van a sacar a Maduro del poder. Para ser aún más francos: los gobernadores opositores que se hagan con las gobernaciones donde ganen serán perseguidos, sus presupuestos minimizados, y quizás se creen estructuras paralelas a las gobernaciones regentadas por los candidatos perdedores.  Pero podemos ser aún más cruelmente francos: es posible que los gobernadores opositores electos no puedan mejorar ni un ápice las condiciones de vida de los electores que confiaron en ellos y encima es también muy probable que el árbitro electoral trampee las elecciones.

Aún así estamos convencidos de que hay que votar. Hay que votar por y con convicción, para no ser lo que es mi adversario. En una preciosa película española titulada “La lengua de las mariposas” ambientada en los años de la República Española, el gran Fernando Fernán Gómez, que hacía de maestro de escuela asegura en una escena conmovedora: “si conseguimos que una sola generación crezca libre, tan solo una sola generación, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad, nadie les podrá robar ese tesoro”. Y tenía razón.

   Con mucho menos sentido poético que Fernán Gómez, pero mayor contundencia cuantitativa, el académico Adam Przeworski condujo una  investigación donde analizaba casi 3000 transiciones de poder, todas las ocurridas en el mundo desde el siglo XIX, y concluía algo muy parecido al maestro de “La lengua de las mariposas”: si una sociedad ha vivido al menos dos cambios de gobierno en su historia democrática, esa sociedad tiene muchas más posibilidades de resolver sus conflictos por la vía electoral que por la fuerza. Es ese un factor fundamental que diferencia a la dictadura venezolana de la cubana, la norcoreana o de las del medio oriente.

   Si la sociedad venezolana se ha resistido con tal fuerza al proceso de tiranización que condujo el chavismo durante dos décadas, es, precisamente, por la fuerza democrática de esa sociedad fraguada durante dos generaciones bajo libertad. Hay que votar por nuestros valores, por la cultura democrática que poseemos. Porque es ella la que nos distingue como sociedad. Y es esa cultura, precisamente, la que a la dictadura le gustaría borrarnos.

   Pero además hay que votar porque 15 o 18 gobernadores opositores, en lugar de los apenas tres que actualmente no pertenecen al oficialismo, harán más débil al régimen de Nicolás Maduro. Definitivamente.

2.

   Definitivamente hay que votar. No obstante, hay fracciones dentro de la oposición que han hecho del no-votar una doctrina de acción, o una extraña militancia que levanta el abstencionismo como bandera. Claro está, siempre ha habido abstencionistas. Algunos, cuando ven inevitable la victoria, terminan por subirse al carro en el último segundo.  Otros esperan las próximas elecciones para volver a enarbolar el estandarte de la abstención.

Lo nuevo, lo verdaderamente nuevo en vísperas de las elecciones regionales que se avecinan, es la virulencia desatada en contra del acto electoral.  Más aún: por primera vez el abstencionismo ha asumido una forma orgánica. Un partido o coalición de partidos, o movimiento, llamado Yo soy Venezuela (?) se ha separado de la MUD, esgrimiendo el abstencionismo como programa de acción.

Ya ha sido dicho, el argumento de que “con este CNE no votamos” no convence a nadie.  Las pruebas están al canto.  Es el mismo CNE con el cual fue conquistada la AN.  La historia electoral de Venezuela ha demostrado hasta la saciedad que, cuando hay vigilancia de mesa a mesa (mesa vigilada, mesa ganada) y avalancha de votos, no hay CNE que valga.

El argumento relativo a que votando se legitima a la dictadura padece de inconsistencia.  Primero, no hay dictadura que se legitime con votos en contra. Segundo, no hay dictadura a la que le guste hacer elecciones.  Si las hace es solo porque la presión internacional ha alcanzado niveles gigantescos. Tercero, lo que más desea la dictadura es que la abstención se imponga en el bando opositor. Esa es la única oportunidad que le resta y a ella está apostando con todo, para así mostrar al mundo que no es la dictadura, sino la oposición la que no quiere elecciones.  No votar es sin duda el mejor medio para regalar a Maduro la legitimidad constitucional de la que hoy carece.

Afirmar que no se debe votar porque el llamado electoral lo hizo la constituyente significa asumir la lógica de Maduro.  Las elecciones estaban previstas en la Constitución mucho antes de que fuera fraguada la constituyente.  Con mayor razón si la oposición logra imprimir a las elecciones el sello de la defensa de la Constitución en contra de la constituyente.  Las elecciones continuarán el camino trazado por las grandes demostraciones de masas, nacidas en abril, precisamente en defensa de la AN y de la Constitución y, por lo mismo, del sufragio universal.

Poner como alternativa la lucha de calles en contra de la alternativa electoral, es francamente absurdo.  Las campañas electorales no se hacen en las nubes sino en las calles, en el puerta a puerta, en el boca a boca, en las manifestaciones, sobre todo en localidades donde, al no haber universidades, no llegan las demostraciones políticas cuando no hay elecciones

Pensar que la lucha de calles puede por sí sola derribar a la dictadura es infantil.  Nunca ha ocurrido en la historia algo parecido.  Creer que las demostraciones de calle pueden dividir al ejército, demostró ser una alternativa falsa. La dictadura venezolana no es una dictadura apoyada por militares.  Es, hay que repetirlo, una dictadura de los militares.

Por lo demás, cualquiera esperanza en una asonada, golpe o división del ejército, es solo una hipótesis.  Apostar los movimientos de calle a una hipótesis es una aventura.  Lo mismo puede decirse acerca de la posibilidad de una intervención externa.  Ofrendar vidas humanas para que, quizás, desde el exterior llegue la salvación, bordea la patología.  Ni Trump ni nadie puede asumir desde fuera el rol político que le corresponde a la oposición venezolana.

Desde hace tiempo ya, la oposición ha definido su identidad como democrática, constitucional, pacífica y electoral.  Esa definición le ha permitido mantener una continuidad política que produce asombro entre los observadores externos.  El hilo constitucional lo tiene la oposición democrática en sus manos y no debe soltarlo jamás.  A ese hilo pertenecen las elecciones periódicas.  Romper ese hilo, o dejarlo abandonado en el camino, en nombre de fantasías irrealizables, significaría para la oposición negar su propia historia. O en palabras más directas, significaría capitular.

Todavía hay tiempo para que el partido de los abstencionistas recapacite.  Está a punto de cometer un error histórico de enormes proporciones.  Si persiste en caminar por una vía antielectoral, se colocará definitivamente al otro lado de la línea. Ya no serán más aliados, ni siquiera compañeros que equivocaron la ruta. Tampoco serán los amigos con los cuales estamos de acuerdo en los fines pero no en los medios.  La historia moderna ha demostrado continuamente que la contradicción entre medios y fines no ha existido nunca.  Los fines, en la política, están en los medios.

La unidad, la unidad y nada más que la unidad electoral es la alternativa.  Hay que votar.  Definitivamente sí; hay que votar.

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