CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 01 de octubre de 2017
@CarlosRaulHer
A Chúo
Torrealba
No es azaroso que resuciten la antipolítica y el llamado a la abstención. Personajes de pedigree en la debacle del sistema democrático repiten lo dicho en largos 25 años, ahora junto a otros sumados en el camino: el problema son los partidos, los adecos, PJ, viejos o nuevos, “la dictadura de partidos”. Regresa semejante prédica porque los que la fraguaron se sacuden intranquilos en sus tumbas después de dejarnos esta herencia sin lograr su objetivo y salen para atormentar de nuevo a los vivos. Grupos de poder fáctico creían que merecían por heráldica llegar a la cumbre y su único obstáculo eran esas excrecencias de clase media, batallón de licenciados y rasos sin sofisticación, ignorantes de que un bordeaux y un borgoña son cosas muy distintas. Derrumbaron todo y mataron nuestra vida civilizada, porque olvidaban lo esencial: no existe libertad sin democracia ni democracia sin partidos.
La
libertad es un valor absoluto, una abstracción que se hace real solo con
instituciones que la materializan. Y los partidos son la brigada de choque que
las protege de invasiones bárbaras. Los antipolíticos trabajaron como el
coyote, para que el correcaminos revolucionario los utilizara y se burlara de
su desmañamiento e ingenuidad. Un cuarto de siglo después de provocar la peor
tragedia nacional y fracasar en todo género de intentos, las agónicas
elecciones primarias demostraron que nuevamente solo los partidos, mochos,
cojos, malheridos, tienen los redaños necesarios para pelear en el barro. Los
prospectos para sustituirlos, después de océanos de saliva y millones,
declaraciones y metidas de pata, no lograron crear nada, ¿Será que esa flor ya
no retoña, tiene muerto el corazón?
Yo y
mi persona
Quienes estudian el discurso clorhídrico, cismático, disolvente, de los antipolíticos, concluyen que no existen en él los componentes estratégicos y adultos básicos, ni la ruta a seguir, como se esperaría de quienes quieren dirigir a los demás y por eso sus repetidos traspiés. Lo que hay son lugares comunes, obsesivas afirmaciones del yo, autoelogios subliminales “soy valiente, honesto, inquebrantable, estoy dispuesto a todo: soy mejor que tú”, el componente narcisista. Al lado de este autoalivio del orador, desde su perspectiva de espejo un superhéroe, viene la reláfica de males del gobierno o “la dictadura”, que designaremos con los andaluces la quejica, la lloradera. Un tercer elemento lo podemos llamar cainita, el resentimiento, el propósito de ruina contra el hermano que ha tenido relativo éxito en edificar fuerzas estables, los colaboracionistas.
Tono y
gestual de permanente hastío, de ira, de sermón al oyente, de sanción desde un
imaginario podio moral inexistente. Ese es el factor apostólico, el
cuarto componente del discurso. Y el último: como no hay una plataforma de
acción sino que el grueso del planteamiento es degradar, negar lo que hace el
otro, la disertación es parásita, un constructo de
frases vacías, enumeración de males, consignas sin afán de comprensión ni
explicar qué hacer, que depende del otro. Tono airado y regañón, autoelogios al
coraje y devaluación de quienes no compartieron sus acciones. Quieren que la
oposición pierda todas las gobernaciones, porque los mandatarios electos y la
AN, serán la estructura institucional legítima para emprender un cambio
pacífico, negociado, democrático, constitucional. De hecho en estos largos años
solo dejaron vidrios rotos y los asesores que se buscaron los llevaron por el
camino de perdición.
Solo
les queda hígado
Su sesuda estrategia era esperar un golpe de Estado de militares buenos que les entregarían el poder, y ahora sueñan con una invasión extranjera que haga lo mismo. Si el gobierno demostrara ser menos maneto y no comete la avilantez de sabotear la elección regional, el sistema político de recambio será principalmente de dirigentes que un poco a escobazos aprenden de política, pero ahí van y comienzan a entender la necesidad de negociar y convivir. Suficiente con tener un hoy gobierno de torquemadas para que el futuro también lo sea. La fuerza de los hechos, el darwinismo político hizo lo suyo y siguen vivos los que supieron vivir. Ahogados en el fracaso, no les queda más que usar la misma navaja oxidada con la que mataron al sistema hace 25 años: hay que acabar con los partidos. Ese es el trasfondo del abstencionismo, los calle-calle, y los resistencios, los Mártires de Weston, etc.
Esta
elección es la más difícil que han enfrentado las fuerzas democráticas, porque
además del atropello oficial y del uso privado de la maquinaria del Estado,
como a lo largo de 25 años los rojos vuelven a conseguir un aliado en los
antipolíticos para producir abstención. No pudieron construir nada y no son
líderes ni de sí mismos, porque los gobiernan sus hígados, como demostraron las
primarias, y cada rato se estrellan. El daño que hace la prédica abstencionista
es incalculable, porque los sectores medios son proclives a ella. Quienes
tienen formación universitaria y un trabajo intelectual, creen que eso los dota
de saber político, sin darse cuenta que ese es un oficio como otro que requiere
experiencia, y no están preparados porque consideraciones emocionales o
moralistas los confunden. En cambio la opinión política de la mayoría, –los
sectores populares, es utilitaria, pragmática– como analizaron
Bentham y Mills, dos liberales tardíos.
Carlos
Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
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