Por José Andrés Rojo
La actitud de una parte de
la gente de izquierda de España sobre Venezuela produce una infinita tristeza.
Han decidido convertir lo que está pasando allí en un problema de aquí, de
política interna, con lo que les interesa una higa lo que de verdad ocurre.
Muchas veces su actitud es prepotente, resabiada, cínica. Construyen grandes
discursos para echar paletadas de tierra sobre una realidad desoladora y
consideran que todo vale bajo el barniz de las buenas intenciones.
Ya ha sucedido otras veces.
Tras el triunfo de la revolución de octubre, fueron muchos lo que miraron a
otra parte cuando algo rompía la imagen ideal que habían construido sobre el
triunfo de la utopía comunista en la Unión Soviética. Así que resultaba latoso
tener noticias sobre la suerte que corrían las personas que vivían allí. Mejor
cultivar el cuento de las transformaciones profundas y la épica de la
liberación. Los intelectuales tuvieron en esa tarea de ocultamiento y de
justificación un papel muy activo.
No todo iba, sin embargo, a
pedir de boca. A Osip Mandelshtam, por ejemplo, lo detuvieron en 1934 por
escribir unos versos contra Stalin. A los cuatro años murió en Kolymá, en los
campos de trabajo del Gulag. El sistema lo trituró sin mayores contemplaciones.
Para muchos es uno de los mayores poetas rusos del siglo XX. Por lo que explica
Igor Barreto en su último libro, hace un tiempo se encontró “en la parte alta
del barrio de Ojo de Agua, en una zona llamada Monterrey”, con “un hombre alto,
muy melancólico”. Era Osip Mandelshtam, tantísimos años después de su muerte en
Siberia, de regreso al mundo en una zona marginal de favelas de Caracas. La
vida te da sorpresas.
Cuenta Barreto que
Mandelshtam se dedicó a leer los Cantos de Dante durante su
cautiverio en las frías estepas. Y que de ahí salió un ensayo en el que
reflexiona sobre el significado del tiempo. Lo que le interesa destacar es una
de sus observaciones: “Aquí el presente puro está tomado como escapatoria.
Totalmente separado del futuro y del pasado, el presente se conjuga como miedo,
como peligro”.
El muro de
Mandelshtam es un libro que pone los pelos de punta. El poeta venezolano
Igor Barreto se ha encontrado con el poeta ruso en una de las zonas abandonadas
de Venezuela y no han tenido inconveniente alguno en ocuparse de ese mundo
donde reinan el miedo y el peligro. La pobreza es, por tanto, el asunto central
de una exploración poética que recorre las zonas más oscuras y las experiencias
más desoladoras de una gente condenada a sobrevivir en las peores condiciones.
La violencia, la enfermedad, el vacío de ir sorteando las horas, los olores, la
descomposición de toda esperanza, los estallidos de furia y la desoladora paz
de la rendición, la muerte. Todo está ahí.
En uno de los poemas aparece
una caja de madera en una vereda de Ojo de Agua. Al parecer en su interior está
la definición de la pobreza, pero nadie consigue abrirla. Así que termina
abandonada. “¿Qué interés pueden tener en una pobreza / que ya no les
molesta?”, dicen unos versos. Y de pronto esas palabras adquieren una extraña
resonancia. En Venezuela ha llegado el punto en que la pobreza ya no les
molesta a los que gobiernan, ni les importa. Es el momento en que toca rendir
cuentas. Y también la izquierda debería exigirlo. No hay otra.
03-03-18
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