Por Luisa Pernalete
Hacía tiempo que no veía a
la maestra Petra. Ella trabaja en una escuela de Fe y Alegría en una comunidad
popular de San Félix. Conozco bien el sector. Después del saludo, las preguntas
obligadas: ¿Cómo están los niños? ¿Qué tal la asistencia? Y empezó la amiga a
contar, y el corazón a arrugarse: “¡Ay profe, la delincuencia igual! ¡Pero
usted viera los salones! En algunos van 5 o 6 niños. A veces juntamos dos
secciones – entiendo, así se acompañan – Es muy triste”. Y continuó su relato.
“Es que no tienen comida en sus casas y a nuestra escuela no llega el PAE. Ya
le entregamos al Consejo Comunal todos los recaudos, pero no ha habido
respuesta”.
Yo imaginaba las escenas. La
escuela entregando recaudos al “poder comunal”. La discrecionalidad mandando.
Ya estamos en marzo, y no hay respuesta. Pero el año escolar comenzó en
septiembre. Salones, antes con 35, 40 niños, ahora con 5 o 6. Por mi cabeza pasan
estadísticas de escuelas de otras ciudades. “En mi salón fueron 10”, me comentó
una niña de Maracaibo hace unos días.
Sigue Petra: “Los maestros
una o dos veces al mes estamos haciendo ollas solidarias. Todo el que puede,
incluyéndonos nosotros, lleva algo y hacemos una gran sopa, para los de la
mañana y para los de la tarde. El personal de apoyo – obreros, limpieza,
porteras, hacen la sopa” Si, ya sé, eso no resuelve el problema, pero el
mensaje para los niños es: “Los queremos, nos importan”.
¡Es como una fiesta
para mitigar los rigores de la emergencia.
“El otro día, un niño dijo
que no había traído su plato, y otro compañerito le dijo que podía comer del
suyo. Entonces la maestra le dio dos raciones, pero el niño solidario se olvidó
de la promesa y se lo comió todo. Luego apenado fue donde la maestra, confesó
que no le había dejado al otro. ¡Imagínese profe, quién sabe si la noche
anterior había comido. Claro que le dimos otra ración para el compañero”. Y ahí
lloramos la dos. Porque agregó historias de maestras que también se
descompensaban en plena jornada de trabajo. También habló de casos de malaria.
“A los niños les repite, y no hay medicinas”. Recordé mis “primeras clases”
sobre malaria: no es que les repite, simplemente no se han curado. Todo eso en
la tierra de oro, diamante, bauxita, coltán…
Luego le pregunté por la
Madres Promotoras de Paz de su centro. Ella es la que coordina el programa en
su escuela. Ahí sus ojos se iluminaron y empezó a contar cosas bonitas: “¡Muy
activas mi profe! Abrimos un curso de corte y costura. Conseguimos una
instructora buenísima, muy creativa. Les ha enseñado a hacer bolsos, carteras,
transformar ropa usada… De un pantalón sacan una falda y así. Las maestras han
traído ropa de sus casas, retazos… Ahora empezamos otra cohorte del curso:
todos los maestros harán el curso y traerán nuevas madres”. Y continuó animada
contando. Volvimos a llorar. Pero esta vez de alegría, porque a pesar de todo,
se sigue caminando. Si algo quita la paz a las madres es sentirse solas. Los grupos
organizados, así sea para ver una novela, rezar un rosario, da fuerzas. De ahí
la importancia de contar con Madres Promotoras de Paz, o grupos de lo que sea,
con tal que las “comadres” se acompañen, aunque no puedan parar la inflación.
Se llora para ver mejor por
dónde caminar, no para hundirse en la desolación. Llorar con Petra me ayudó,
primero a recordar que hay que seguir exigiendo al estado sus obligaciones,
recordar que el derecho a la educación está vulnerado y la alimentación es
necesaria para que los niños puedan educarse. Pero también me sirvió para
animarme porque hay gente buena, haciendo cosas buenas, y sacando fuerzas
producto de la solidaridad, generosidad. Sé que no es suficiente porque la
crisis - con el calificativo que quiera usted ponerle- es muy grande y
compleja, pero si usted da el primer paso, puede dar el segundo.
* Luisa Pernalete es
coordinadora de Educación para la Paz en Fe y Alegría
02-03-18
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