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jueves, 16 de agosto de 2018

Crónica de una implosión anunciada, por @WolfgangGil




Wolfgang Gil 15 de agosto de 2018

“Si la montaña viene hacia ti, ¡corre! Es un derrumbe”
Les Luthiers

Imaginemos que aparece un pergamino apócrifo que refiere que la Atlántida no colapsó como lo narró Platón en el diálogo Critias. Sin embargo, el pergamino coincide con el filósofo griego en que la Atlántida era una civilización de avanzada tecnología para su tiempo, que se derrumbó por la soberbia de sus gobernantes. Pero nada de grandes terremotos o volcanes escupiendo lava hacia los templos. En su lugar, el documento cuenta otra historia.

Comenzó cuando un grupo de los guerreros que debían proteger las leyes de la ciudad, se hicieron del poder. De inmediato dieron pie a una política demagógica que ofrecía a los pobres vivir sin trabajar, con la condición de que les otorgaran poderes dictatoriales a los nuevos gobernantes. La consigna: una forma particular de búsqueda de igualdad. Arrebatar las propiedades a los ricos. De seguidas, la ciudad-estado dejó de producir alimentos y medicinas. Los ciudadanos empezaron a sufrir de hambre y enfermedades.

Cuando iniciaron las protestas, la población fue reprimida con violencia, cárceles y torturas. Los gobernantes despilfarraron el tesoro público, se construyeron grandes palacios y erigieron estatuas de sí mismos. Al final, la mitad de la población huyó en balsas improvisadas. Los que se quedaron se convirtieron en muertos vivientes.

Al final, los escribanos oficiales y los burócratas dejaron de trabajar para el Estado porque no podían pagarles. Policía y ejército abandonaron sus puestos. La ciudad quedó desierta. Hasta los tiranos huyeron debido a las pestes que azotaron la isla.

Pasos de la implosión

El relato, que es mera ficción, da cuenta de un fenómeno que ha tenido lugar en ciertos momentos de la historia en donde tuvo lugar una implosión. Implosión es la acción de romperse hacia dentro con estruendo de las paredes una cavidad cuya presión es inferior a la externa, rezan los diccionarios. La definición refiere al sentido literal del término, al físico. Luego, ese significado se extiende en forma metafórica a otras realidades, especialmente la realidad político-social. Una sociedad implosiona cuando su decadencia no se debe a un estallido, sino cuando se corroe su estructura y no puede resistir las presiones externas. Esa corrosión tiene lugar debido a la quiebra moral. Como afirmaba el Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel: “El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe”.

Existen ciertos patrones generalizados en cuanto al colapso social. Todo comienza cuando los miembros de esas sociedades incurren en el pecado de la soberbia, y son incapaces de reconocer que la situación es producto de sus decisiones equivocadas. La tragedia que se puede resumir en tres actos.

El primero. Sucede cuando una vieja clase gobernante desdeña sus deberes para con la sociedad en su conjunto, ocasionando que las clases sociales se sientan insatisfechas. Esto ocasiona que comience a perderse el sentido de la vida a nivel social. Aparecen nuevos actores que ofrecen justicia, pasiones políticas, en sustitución a la falta de sentido de la vida. Las pasiones políticas son sucedáneas de lo que realmente es la finalidad legítima de la existencia. Consisten en odiar a las otras clases sociales u odiar a las otras naciones.

Segundo acto. Los nuevos demagogos se hacen con el poder frente a la incapacidad de las antiguas élites. La economía se estanca y la vida se dificulta. Una atmósfera de crueldad envuelve la sociedad. Las clases dominantes prefieren negar el estancamiento. De lo contrario, admitirían su fracaso. El contrato social queda irreparablemente dañado. A cada ciudadano común le toca un pedazo cada vez más pequeño del pastel. Comienza la guerra de todos contra todos, el Estado de Naturaleza hobbesiano. Los ciudadanos deben competir más y más brutalmente para sobrevivir. El nivel de vida de sus padres y abuelos se convierte en un imposible. Los vínculos sociales se rompen. Las normas se desintegran.

Tercer acto. Los gobernantes tiránicos comienzan a exterminar a los más débiles y ocasionan las hambrunas. Provocan grandes éxodos de la población. Las soflamas no surten ya efecto. El gobierno no tiene nada que ofrecer a la sociedad, además de represión. Los dirigentes solo piensan en sus intereses egoístas. Sus mismos seguidores comienzan a alejarse de ellos y dejan de creer en sus falsos ideales. Las condiciones para la implosión están dadas.

Dos grandes derrumbes

Edward Gibbon, en su magnífica Historia de la decadencia y caída del imperio romano (1776), explica las causas del ocaso de la antigua Roma. Atribuye el debilitamiento de las instituciones políticas romanas a causas endógenas. A esta teoría principal de tipo decadentista, Gibbon la complementa con los factores exógenos, como las invasiones bárbaras, los cuales detonan a las primeras.

El gran historiador inglés planteará la decadencia como surgida de la propia sociedad romana, incapaz de mantener el espíritu que había propiciado el predominio romano durante la República. La propia constitución imperial provocará un marcado desinterés por los asuntos públicos. Todo eso incidirá en la pérdida de las libertades republicanas como una causa subyacente, que habría llevado a la debilidad del senado frente a los césares y a la guardia pretoriana.

Otro ejemplo paradigmático lo constituye el colapso de la Unión Soviética en 1991. Como afirma Stephen Kotkin, profesor de historia contemporánea de Princeton, en su Armageddon Averted: The Soviet Collapse, 1970–2000 (2001), esta caída no fue ni repentina ni inesperada, sino inevitable. Kotkin enfatiza la incapacidad del socialismo real para hacer reformas. Por otro lado, los dirigentes perdieron sus principios ideológicos y comenzaron a beneficiarse de los bienes estatales.

En un libro posterior, Uncivil society (2009), el mismo Kotkin formula la tesis de que la desaparición de los sistemas comunistas en 1989, a lo largo de todo el imperio soviético, no se debió a victorias de la llamada “sociedad civil”, es decir, organizaciones y movimientos fuera de las estructuras del Estado, sino más bien a la implosión de lo que él denomina la “sociedad incivil”: burócratas, ideólogos, policía política, gerentes y otros miembros de la élite comunista que dirigió los estados del bloque soviético en asociación con el Kremlin. En otras palabras, fueron los mismos representantes del régimen, la “sociedad incivil”, quien derribó su propio sistema. Fue una combinación de errores de cálculo ideológicos, para tratar de salvar al comunismo, sumado a la codicia, lo que lo llevó a su ruina final.

Némesis

El pecado de soberbia se debe a la falta de reconocimiento de la prioridad moral en los asuntos humanos, fenómeno especialmente crítico en los asuntos públicos. Tampoco se reconoce que existen leyes históricas que colocan a cada civilización y régimen en su lugar. Es sintomático que los arrogantes representantes de una sociedad poderosa clamen que su reinado durará mil años y que nunca caerá. Estas palabras han sido dichas por incas, mayas, romanos y hasta por los nazis.

El principio de la sabiduría antigua era “nada en demasía”, es decir, evitar los excesos. Los excesos se atribuyen al error moral de la “desmesura” o “soberbia”: la hibris (en griego antiguo ὕβρις, hýbris). La persona que incurre en hibris es responsable de desear más de la justa medida que el destino le asigna.

El castigo a la hibris es la Némesis (Νέμεσις), la venganza de los dioses, la cual tiene como efecto devolver al individuo a los límites que transgredió. Heródoto lo expresa claramente:

“Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía”. Historia, VII, 10.

Las sanciones de Némesis tienen la intención de dejar claro a los mortales que, debido a su condición humana, no pueden ser excesivamente afortunados ni deben trastocar con sus actos, ya sean buenos o malos, el equilibrio universal.

En la mitología hay muchas aplicaciones de este principio. Aracne, descrita como una gran tejedora, presumió ser más habilidosa que la diosa Atenea. Como consecuencia, la diosa ofendida entró en competición con ella, pero, según cuenta Ovidio, no pudo superar la destreza tejedora de la mortal, por lo cual la transformó en una araña.

Los gobernantes comienzan pensando que están por encima de los gobernados, y que su misión no es servir, sino ser servidos. Esto viene acompañado por una sensación de invencibilidad e invulnerabilidad. Luego viene la crisis social y política. Finalmente, hay una negación histérica de la realidad: la disonancia cognoscitiva. Hasta que el sistema no aguanta y colapsa. La implosión es inevitable. En ese punto, la diosa Némesis tiene la palabra.


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