Wolfgang Gil 15 de agosto de 2018
“Si la montaña viene
hacia ti, ¡corre! Es un derrumbe”
Les Luthiers
Imaginemos
que aparece un pergamino apócrifo que refiere que la Atlántida no colapsó como
lo narró Platón en el diálogo Critias. Sin embargo, el pergamino
coincide con el filósofo griego en que la Atlántida era una civilización de
avanzada tecnología para su tiempo, que se derrumbó por la soberbia de sus
gobernantes. Pero nada de grandes terremotos o volcanes escupiendo lava hacia
los templos. En su lugar, el documento cuenta otra historia.
Comenzó
cuando un grupo de los guerreros que debían proteger las leyes de la ciudad, se
hicieron del poder. De inmediato dieron pie a una política demagógica que
ofrecía a los pobres vivir sin trabajar, con la condición de que les otorgaran
poderes dictatoriales a los nuevos gobernantes. La consigna: una forma
particular de búsqueda de igualdad. Arrebatar las propiedades a los ricos. De
seguidas, la ciudad-estado dejó de producir alimentos y medicinas. Los
ciudadanos empezaron a sufrir de hambre y enfermedades.
Cuando
iniciaron las protestas, la población fue reprimida con violencia, cárceles y
torturas. Los gobernantes despilfarraron el tesoro público, se construyeron
grandes palacios y erigieron estatuas de sí mismos. Al final, la mitad de la
población huyó en balsas improvisadas. Los que se quedaron se convirtieron en
muertos vivientes.
Al
final, los escribanos oficiales y los burócratas dejaron de trabajar para el
Estado porque no podían pagarles. Policía y ejército abandonaron sus puestos.
La ciudad quedó desierta. Hasta los tiranos huyeron debido a las pestes que
azotaron la isla.
Pasos
de la implosión
El
relato, que es mera ficción, da cuenta de un fenómeno que ha tenido lugar en
ciertos momentos de la historia en donde tuvo lugar una implosión. Implosión es
la acción de romperse hacia dentro con estruendo de las paredes una cavidad
cuya presión es inferior a la externa, rezan los diccionarios. La definición
refiere al sentido literal del término, al físico. Luego, ese significado se
extiende en forma metafórica a otras realidades, especialmente la realidad
político-social. Una sociedad implosiona cuando su decadencia no se debe a un
estallido, sino cuando se corroe su estructura y no puede resistir las
presiones externas. Esa corrosión tiene lugar debido a la quiebra moral. Como
afirmaba el Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel: “El sentido moral es de
gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va
hacia el derrumbe”.
Existen
ciertos patrones generalizados en cuanto al colapso social. Todo comienza
cuando los miembros de esas sociedades incurren en el pecado de la soberbia, y
son incapaces de reconocer que la situación es producto de sus decisiones
equivocadas. La tragedia que se puede resumir en tres actos.
El
primero. Sucede cuando una vieja clase gobernante desdeña sus deberes para con
la sociedad en su conjunto, ocasionando que las clases sociales se sientan
insatisfechas. Esto ocasiona que comience a perderse el sentido de la vida a
nivel social. Aparecen nuevos actores que ofrecen justicia, pasiones políticas,
en sustitución a la falta de sentido de la vida. Las pasiones políticas son sucedáneas
de lo que realmente es la finalidad legítima de la existencia. Consisten en
odiar a las otras clases sociales u odiar a las otras naciones.
Segundo
acto. Los nuevos demagogos se hacen con el poder frente a la incapacidad de las
antiguas élites. La economía se estanca y la vida se dificulta. Una atmósfera
de crueldad envuelve la sociedad. Las clases dominantes prefieren negar el
estancamiento. De lo contrario, admitirían su fracaso. El contrato social queda
irreparablemente dañado. A cada ciudadano común le toca un pedazo cada vez más
pequeño del pastel. Comienza la guerra de todos contra todos, el Estado de
Naturaleza hobbesiano. Los ciudadanos deben competir más y más brutalmente para
sobrevivir. El nivel de vida de sus padres y abuelos se convierte en un
imposible. Los vínculos sociales se rompen. Las normas se desintegran.
Tercer
acto. Los gobernantes tiránicos comienzan a exterminar a los más débiles y
ocasionan las hambrunas. Provocan grandes éxodos de la población. Las soflamas
no surten ya efecto. El gobierno no tiene nada que ofrecer a la sociedad,
además de represión. Los dirigentes solo piensan en sus intereses egoístas. Sus
mismos seguidores comienzan a alejarse de ellos y dejan de creer en sus falsos
ideales. Las condiciones para la implosión están dadas.
Dos
grandes derrumbes
Edward
Gibbon, en su magnífica Historia de la decadencia y caída del imperio
romano (1776), explica las causas del ocaso de la antigua Roma.
Atribuye el debilitamiento de las instituciones políticas romanas a causas endógenas.
A esta teoría principal de tipo decadentista, Gibbon la complementa con los
factores exógenos, como las invasiones bárbaras, los cuales detonan a las
primeras.
El
gran historiador inglés planteará la decadencia como surgida de la propia
sociedad romana, incapaz de mantener el espíritu que había propiciado el
predominio romano durante la República. La propia constitución imperial
provocará un marcado desinterés por los asuntos públicos. Todo eso incidirá en
la pérdida de las libertades republicanas como una causa subyacente, que habría
llevado a la debilidad del senado frente a los césares y a la guardia
pretoriana.
Otro
ejemplo paradigmático lo constituye el colapso de la Unión Soviética en 1991.
Como afirma Stephen Kotkin, profesor de historia contemporánea de Princeton, en
su Armageddon Averted: The Soviet Collapse, 1970–2000 (2001),
esta caída no fue ni repentina ni inesperada, sino inevitable. Kotkin enfatiza
la incapacidad del socialismo real para hacer reformas. Por otro lado, los
dirigentes perdieron sus principios ideológicos y comenzaron a beneficiarse de
los bienes estatales.
En un
libro posterior, Uncivil society (2009), el mismo Kotkin
formula la tesis de que la desaparición de los sistemas comunistas en 1989, a
lo largo de todo el imperio soviético, no se debió a victorias de la llamada
“sociedad civil”, es decir, organizaciones y movimientos fuera de las
estructuras del Estado, sino más bien a la implosión de lo que él denomina la
“sociedad incivil”: burócratas, ideólogos, policía política, gerentes y otros
miembros de la élite comunista que dirigió los estados del bloque soviético en
asociación con el Kremlin. En otras palabras, fueron los mismos representantes
del régimen, la “sociedad incivil”, quien derribó su propio sistema. Fue una combinación
de errores de cálculo ideológicos, para tratar de salvar al comunismo, sumado a
la codicia, lo que lo llevó a su ruina final.
Némesis
El
pecado de soberbia se debe a la falta de reconocimiento de la prioridad moral
en los asuntos humanos, fenómeno especialmente crítico en los asuntos públicos.
Tampoco se reconoce que existen leyes históricas que colocan a cada
civilización y régimen en su lugar. Es sintomático que los arrogantes
representantes de una sociedad poderosa clamen que su reinado durará mil años y
que nunca caerá. Estas palabras han sido dichas por incas, mayas, romanos y
hasta por los nazis.
El
principio de la sabiduría antigua era “nada en demasía”, es decir, evitar los
excesos. Los excesos se atribuyen al error moral de la “desmesura” o
“soberbia”: la hibris (en griego antiguo ὕβρις, hýbris). La
persona que incurre en hibris es responsable de desear más de
la justa medida que el destino le asigna.
El
castigo a la hibris es la Némesis (Νέμεσις), la venganza de
los dioses, la cual tiene como efecto devolver al individuo a los límites que
transgredió. Heródoto lo expresa claramente:
“Puedes
observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen
demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños
no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos
desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la
divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía”. Historia,
VII, 10.
Las
sanciones de Némesis tienen la intención de dejar claro a los mortales que,
debido a su condición humana, no pueden ser excesivamente afortunados ni deben
trastocar con sus actos, ya sean buenos o malos, el equilibrio universal.
En la
mitología hay muchas aplicaciones de este principio. Aracne, descrita como una
gran tejedora, presumió ser más habilidosa que la diosa Atenea. Como
consecuencia, la diosa ofendida entró en competición con ella, pero, según
cuenta Ovidio, no pudo superar la destreza tejedora de la mortal, por lo cual
la transformó en una araña.
Los
gobernantes comienzan pensando que están por encima de los gobernados, y que su
misión no es servir, sino ser servidos. Esto viene acompañado por una sensación
de invencibilidad e invulnerabilidad. Luego viene la crisis social y política.
Finalmente, hay una negación histérica de la realidad: la disonancia
cognoscitiva. Hasta que el sistema no aguanta y colapsa. La implosión es
inevitable. En ese punto, la diosa Némesis tiene la palabra.
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