David Hollenbach, S.J. 11 de agosto de 2018
La
migración ha venido ocurriendo a lo largo de la historia de la humanidad, desde
que los primeros humanos salieron de África Oriental hacia Arabia y el resto
del mundo hace aproximadamente unos 60.000 años. La personas siempre han estado
tratando de mejorar sus vidas o de escapar de las guerras, la opresión,
hambruna, y otras amenazas a su bienestar a través de las mudanzas. En las
recientes décadas, sin embargo, la migración ha aumentado dramáticamente. En el
año 2013, el número de migrantes internacionales en todo el mundo alcanzó unos
232 millones, frente a los 154 millones en la década de los 1990 y de los 76
millones en la década de 1960
Muchos
migrantes modernos están huyendo de las guerras y el conflicto en lugares como
Siria, Iraq, Sudán del Sur, República Centroafricana, y otros lugares. En el
año 2015 El Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas reportó
que el número de personas desplazadas por la guerras, conflictos internos del
Estado, y violaciones de los derechos humanos, habían alcanzado los 59,5
millones en el 2014, 8,3 millones más que el año anterior. Este ha sido el
número más grande de personas desplazadas nunca antes registrado. El número de
muertes por los conflictos y desastres también se mantienen alarmantemente
altos. En la parte oriental de la República Democrática del Congo solamente, en
el período del 2005 al 2015, más de cinco millones de personas murieron debido
a los conflictos, principalmente a causa de enfermedades y desnutrición
resultante de los combates. Por desgracia la protección de las personas frente
a amenazas graves a su humanidad sigue siendo un objetivo lejano.
Temores
bien fundados
Un
refugiado es un tipo específico de migrante. La Convención de
Refugiados de 1951 de las Naciones Unidas define a un refugiado como una
persona, que ¨debido a temores bien fundados de ser perseguidos por motivos de
raza, religión, nacionalidad, membresía a un grupo social o de opinión política
en particular, está fuera del país de su nacionalidad¨. Los refugiados
tienen poca o ninguna opción sobre sus movimientos. Debido a la persecución
a que se enfrentan, sus derechos humanos más básicos están en la mira. La frase
¨migrantes forzados¨ ha sido recientemente acuñada para tomar en cuenta el
hecho de que la persecución religiosa, étnica o social no es la única presión
coercitiva que obliga a las personas a dejar sus hogares. Ellos pueden ser
obligados a dejar sus hogares y sin embargo permanecer en sus países como
¨personas desplazadas internamente¨. Y las personas escapando a la pobreza
extrema pueden tener un reclamo moral para que los admitan en otros países de
manera urgente como refugiados, buscando asilo.
¿Qué
podemos decir de nuestras responsabilidades de cara a este sufrimiento?
Mientras el número de refugiados solicitando asilo debido a amenazas graves ha
aumentado, filósofos políticos seculares, como Joseph Carens de la Universidad
de Toronto, y estudiosos sobre refugiados, como Philip Marfleet de la
Universidad del Este de Londres en el Reino Unido, han argumentado que el
tiempo ha llegado para considerar la posibilidad de fronteras totalmente
abiertas a la migración y otorgar asilo a todas las personas que están huyendo
de la persecución, conflictos o desastres. En un espíritu similar, hace unos
años atrás Martha Nussbaum, un filósofo de la Universidad de Chicago, argumentó
que la comunidad cosmopolita de todos los seres humanos tenían primacía sobre
las comunidades más angostas definidas en términos de nacionalidad, etnia, o
religión. De hecho ella llamó a la nacionalidad como una característica
¨moralmente irrelevante¨ de la personalidad.
A este
apoyo a la apertura de las fronteras se le puede dar un sentido religioso
cristiano. Christopher Hale, director ejecutivo de Católicos en Alianza por el
Bien Común y comentarista cultural Católico para la revista Time, afirma
que ¨en Jesucristo, no hay fronteras¨. Esta postura tiene raíces bíblicas. En
el Evangelio de Mateo, por ejemplo. justo después del nacimiento de Jesús, él
fue obligado a abandonar su hogar con María y José por los esfuerzos del Rey
Herodes de destruirlo ya que era una amenaza a su régimen. Anacrónicamente,
podríamos decir que ya que Jesús estaba huyendo por causa de la persecución,
hacia la frontera, el entraba en la definición contemporánea de la convención
internacional de un refugiado. También en el Evangelio de Mateo, Jesús nos
enseña que en el Día del Juicio Final la salvación o condena de uno será
determinada por el hecho de que si uno ha acogido al hambriento, al sediento, e
incluso más relevante aquí, al forastero (Mt 25:40). Por lo tanto, los
cristianos deben reconocer sus deberes especiales hacia las personas que sufren
que no son miembros de sus comunidades, incluidos los migrantes y refugiados.
La
enseñanzas incluyentes de Jesús hacen eco de las afirmaciones del Libro del
Génesis de que todas las personas han sido creadas a imagen y semejanza
de Dios y son por lo tanto hermanos y hermanas en una sola familia humana, sin
importar de que nacionalidad ó etnia son. Cada persona es creada con una
valía que va más allá de las fronteras nacionales. El discurso de universalidad
de la dignidad humana liderado por el Papa Juan XXIII insistió en que ¨el hecho
de que uno sea un ciudadano de un estado en particular no le resta valor de
ninguna manera al hecho de ser miembro de la familia humana en su conjunto, y
no debido a su nacionalidad en la comunidad mundial”.
La
pregunta, por supuesto, es si este universalismo filosófico y cristiano
significa que las fronteras entre los países no tienen relevancia moral. De
hecho, el asunto es más complejo. Una apreciación de la humanidad común de
todas las personas no solo debe apoyar la unidad de la familia humana
sino también debe respetar las diferencias entre las personas, culturas, y
naciones.
Un
énfasis exclusivo en lo que nosotros tenemos en común dificultaría explicar el
por qué siendo forzados a abandonar el hogar, ya sea como refugiado o dentro de
nuestro propio país, tiene tal significado moral negativo.
Necesitamos,
por lo tanto, un enfoque más diferenciado sobre cómo las responsabilidades
atraviesan las fronteras que sobre la presión de lo que la unidad de la familia
humana pueda proporcionar, por sí misma. En sus últimos escritos, el Profesor
Nussbaum ahora se basa en Grotius y Kant para argumentar que las personas
ejercitan su libertad y expresan su dignidad cuando se unen entre sí para darle
forma a las instituciones de su propio Estado Nación. Proteger la independencia
de los estados responsables es, por tanto, una manera de proteger la dignidad
humana.
Pesando
las obligaciones
De
manera similar, a pesar de que el Cristianismo exige un respeto universal para
todas las personas, también exige respeto para sus identidades distintivas. San
Agustín y Santo Tomás de Aquino, ambos afirman que es un deber cristiano de
amar a todos los seres humanos como a nuestros vecinos. Al mismo tiempo, ellos
reconocen que hay un orden de prioridades entre nuestros amores (un ordo
amoris). Aquellos con los que tenemos una relación especial, como nuestras
familias ó nuestros conciudadanos, merecen formas distintivas de tratamiento
como una expresión de nuestro amor hacia ellos. El amor cristiano requiere
tanto el respeto universal para todos como una preocupación distintiva para
aquellos con los que tenemos una relación especial. La ética cristiana afirma
que uno tiene un deber especial con nuestros propios conciudadanos, así como
también lo tenemos hacia nuestros hermanos y amigos. Al mismo tiempo, la ética
cristianan prohíbe acciones o políticas que en efecto traten a aquellos de
otros países que están en grave necesidad como no-personas.
El
movimiento masivo de personas en nuestro mundo de hoy nos llama a una reflexión
cuidadosa sobre los pesos relativos de las obligaciones y los derechos que
salen de nuestra humanidad común y de nuestras propias identidades. Permítanme
sugerirles varias prioridades entre estos deberes y derechos. Deberíamos
empezar reafirmando la afirmación de la Convención de Refugiados de 1951 de las
Naciones Unidas de que los refugiados huyendo de la persecución
deben tener un reclamo de alta prioridad para que le sea otorgado el asilo en
otro país.
Los
refugiados son personas que virtualmente no tienen otra alternativa más que
huir de sus hogares. En casi todos los casos su opción es o la
migración o la pérdida de los derechos humanos básicos. En muchos casos hasta
el derecho a la vida. Así, en todos los casos donde un país tiene los recursos
para admitir refugiados sin poner en riesgo la vida y bienestar de sus propios
ciudadanos, debería hacerlo, otorgándole el asilo a los refugiados en sus
fronteras.
Además,
debemos insistir con la Convención de Refugiados que los refugiados tienen el
derecho a no ser sujetos de devolución forzada (refoulement)
a regiones donde ellos enfrentarían serias amenazas contra su vida y libertad.
La prioridad de la no devolución forzada de los refugiados está anclada tanto
en el respeto cristiano de la dignidad de cada persona y en la sabiduría
formada por experiencia política.
Es
claro que los países más ricos como aquellos de Europa y de América del Norte
tienen los recursos necesarios para otorgar asilo a los refugiados de países
como Siria y Sudán del Sur en la actualidad. La Canciller Ángela Merkel tomó el
camino correcto cuando ella decidió flexibilizar las fronteras Alemanas para
aquellos huyendo del caos de Siria.
Cuando
el Primer Ministro David Cameron del Reino Unido anunció que su país le
otorgaría asilo a 20.000 personas en los próximos cinco años, sin embargo, le
fue adecuadamente recordado que el Líbano había acogido esa cantidad de Sirios
en los dos fines de semanas previos. De hecho, los países desarrollados en la
actualidad han acogido el 86 por ciento de los refugiados del mundo, el más
alto porcentaje en más de dos décadas, y los países más pobres entre ellos
están dándole asilo al 25 por ciento del total global. Por lo tanto, los países
más ricos del Norte tienen un deber de acoger un número considerablemente más
grande de solicitantes de asilo que lo que acogen actualmente y un deber mucho
mayor de asistir a estos países menos desarrollados que están hoy en día
acogiendo a la mayoría de los refugiados mundiales. Lamentablemente, los fondos
otorgados por el Norte para compartir esta carga están muy lejos de lo que
realmente se necesita.
Los
países ricos tienen responsabilidades especiales
También
está claro que en las naciones ricas como aquellas de los Estados Unidos,
Europa y Australia, gran parte de la actitud negativa hacia los migrantes y
refugiados está basada en una mezcla impulsada por xenofobia racial y un temor
errado de que los refugiados pueden ser terroristas. El disgusto hacia los
forasteros necesitados, especialmente cuando son motivados por estereotipos
raciales o religiosos, es claramente contrario al corazón de los principios del
cristianismo, pero también es contrario a las normas seculares de la ética de
los derechos humanos. El asilo necesitado por los refugiados debería ser de
alta prioridad mientras determinamos cómo combinar la lealtad hacia nuestra
comunidad y hacia aquellos de otras sociedades. Balancear estas lealtades
requiere que trabajemos para sobreponernos a las actitudes excluyentes,
xenófobas.
Surge
una nueva prioridad del deber especial de un país rico que ha contribuido a la
privación económica de un país pobre puede tener hacia los migrantes de dicho
país, especialmente si están huyendo de los peligros de la guerra. Por
ejemplo, las potencias Europeas que se beneficiaron de las regiones colonizadas
de África o Asia sin contribuir a su desarrollo tienen deberes significativos
de abrirse a los refugiados y otros migrantes de esas regiones. Por lo tanto,
Francia y el Reino Unido tienen deberes con los migrantes de sus antiguas
colonias que ellos no tendrían con los migrantes en general. El beneficio
económico a través de formas de explotación diferentes a las de la
colonización formal pueden crear deberes similares. Por ejemplo, la
historia política y económica de los Estados Unidos en naciones como Guatemala
y Haití crean deberes especiales para acoger personas de esos países,
especialmente a los refugiados que huyen debido a persecución política.
Un
país con una historia de participación militar en la vida de otro país también
puede tener obligaciones especiales. Los Estados Unidos reconocen su deber
especial de recibir refugiados de Vietnam tras el fin de la Guerra de Vietnam
en 1975. Y a pesar de que la participación militar de los Estados Unidos en
Iraq no fue la única causa del desplazamiento de muchos Iraquíes, la
intervención de los Estados Unidos fue el motivo de la gran migración forzada
de Iraquíes que siguió.
Como
el politólogo de Harvard Stephen Walt comentó a raíz de los atentados
terroristas de París el 13 de Noviembre, si los Estados Unidos y sus aliados no
hubieran invadido a Irak en el 2003, con seguridad no habría un Estado Islámico
en la actualidad. Por lo tanto, los Estados Unidos y sus aliados tienen unos
deberes especiales de acoger refugiados de Irak y Siria que buscan asilo, así
como también otros que estén huyendo por la privación económica causada por la
guerra en la región. Ellos también tienen serias responsabilidades de ayudar a
reconstruir la vida política y económica cuya destrucción ha sido el origen del
gran movimiento de personas Iraquíes y Sirias.
No hay
duda de motivos adicionales para que un país le dé prioridad a la admisión de
migrantes de antecedentes particulares, cuando no todos puede ser recibidos.
Estas sugerencias indican la dirección hacia donde debemos movernos hoy. De
hecho, el criterio fundamental para determinar nuestras prioridades debería ser
nuestro deber de apoyar la dignidad humana básica de aquellos cuyas vidas y
derechos humanos básicos están gravemente amenazados. Como el Papa Francisco ha
expresado repetidamente, los deberes hacia los refugiados son deberes hacia
nuestros hermanos y hermanas en la familia humana y, nosotros los cristianos, creemos
que también son deberes a Cristo. Tenemos, pues, el desafío urgente de vivir a
la altura de estos deberes.
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