Laureano Márquez 08 de agosto de 2018
Llevo
como dos días dándole vueltas en la cabeza: ¿de qué hablar esta semana? No se
me viene nada a la cabeza. Y -sin saber bien por qué- viene a cuento una
historia de los tiempos del dictador Juan Vicente Gómez, otra vez. Demás está
decir, que en aquella remotísima época, no se permitía la más mínima crítica.
Durante su mandato, su hermano Juan Crisóstomo Gómez, conocido popularmente
como “Juancho” (Vice Presidente de la República), fue asesinado en el Palacio
de Miraflores. El presidente Gómez acusó a la oposición en el exilio de ser la
autora intelectual del crimen. Se acusó a gente que vivía fuera de Venezuela y
también dentro del país. Adversar a Gómez ya te hacía cómplice. Todo el mundo
era sospechoso. En Caracas hubo detenciones, entre ellas -insólitamente- la de
dos pacíficos humoristas de reconocido
renombre: Leoncio Martínez (Leo) y Francisco Pimentel (Job Pim). Por alguna
razón el gobierno los vinculó al hecho, sin pruebas -obviamente-, una dictadura
solo tiene que aprobar, nunca probar. Leo fue liberado al poco tiempo, pero
Pimentel pasó en esta oportunidad tres años en La Rotunda (una cárcel de forma
helicoidal que quedaba en lo que es hoy la Plaza de la Concordia), de los nueve
que en total pasó en prisión en medio de los peores tratos y torturas. Cuenta
una anécdota que al salir de la cárcel, que luego de caminar varias cuadras
rumbo a su residencia, Pimentel se regresó a La Rotunda y preguntó al carcelero
el motivo de su larga detención, porque seguramente en su casa la familia se lo
iba a preguntar y él tenía que volver con una convincente explicación. En esos
tiempos, como en otros más cercanos, manifestar desacuerdo o cualquier crítica
por más tímida que fuese podía costar muy caro. Cualquiera podía convertirse en
“chivo explicatorio”.
Nunca
terminaron de aclararse bien las
motivaciones del crimen. Como suele suceder en Venezuela bajo regímenes de
naturaleza dictatorial, nada se aclara y ninguna investigación llega a feliz
término. El pueblo no dio crédito a la versión oficial y se corrió la conseja
de que el asesinato de Juancho era un tema relacionado con la sucesión
dinástica.
Se
dijo entonces que el autor intelectual había sido José Vicente (Gómez Bello),
hijo del dictador, que parece que aspiraba a suceder al padre. Las dictaduras
suelen ser así: padre, hijo, hermano, una tía abuela, en fin. Cierto o no, el primer hijo fue relevado de
su cargo en el Ejército y luego enviado a Suiza “castigado” como agregado
militar. Allí falleció sin poder regresar, cinco años antes que su padre, él
que aspiraba a sucederle sin imaginar que algo tan repentino podría sucederle a
él.
Cerramos
esta reflexión sobre los tiempos de Gómez con otra anécdota de Pimentel,
durante su reclusión en La Rotunda, que tampoco sé por qué viene a cuento:
Parece
que ingresó a dicha cárcel un sujeto del interior de la República, el cual tenía
toda la apariencia de ser un general.
Alguien
dijo:
–
¡Como que es un general el preso!
A lo
que replicó el alcaide con voz fañosa:
-Aquí
no hay más general que Gómez.
A lo
que el humorista respondió:
-¡Y el
hambre, que también es general!
Laureano
Márquez
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